Vie 06.03.2015
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MUNDO INTERIOR

El sur también resiste

Ornella Infante nació en Santiago del Estero, pero hace años que echó raíces en Río Negro, hasta convertirse en referente de Attta y del Movimiento Evita en esa región. El año pasado su militancia ayudó a desbaratar una red de trata de mujeres trans. Hoy es la primera persona trans estudiante de posgrado de la Universidad Nacional del Comahue.

› Por Flavio Rapisardi

Ornella Infante camina por las calles de Cipolletti y Neuquén y la gente se para a saludarla, para agradecerle su militancia no sólo por los derechos de la diversidad genérico-sexual, sino también por los derechos de los asentamientos en la Isla Jordán. Isla que no es isla, sino península, lugar apacible en que una santiagueña eligió hace 12 años para vivir en una chacra que es a la vez hogar y unidad básica. Ornella es bella, de esas bellezas que nacen en algún lugar donde bondad, simpatía y un cuerpo de más de metro ochenta se juntan como señal imposible de no ver.

Militante de Attta-Falgbt y del Movimiento Evita, Ornella no para. Vacacionar en su chacra es una pretensión imposible porque no hay día donde no tenga que reunirse con diputad*s, intendentes y funcionari*s para recordarles lo que tienen que hacer. Ornella mueve y se mueve. Barriadas y hasta conventos. Y en todos esos lugares su llegada es una fiesta. Pero también una alerta. Cuando alguien intenta una sorna, con movimientos de gacela se acerca al que no entiende que la risa puede discriminar y le dice una frase simple, seca: “Te voy a hacer comer el celular” y el mundo vuelve a girar en la frecuencia que debería.

Como referente de la Patagonia de Attta, su activismo supo desarmar una red de trata de chicas trans, conseguir refuerzos alimentarios para asentamientos, pedir asfalto, dar conferencias. Como bien dice Ornella, “para nosotras las trans, la democracia llegó con la derogación de los códigos contravencionales y con la Ley de Identidad de Género, que yo no puedo dejar de relacionar con Néstor y Cristina”. Hablar con Ornella y no hablar de política es imposible, porque como repite siempre, “cuando Claudia Pía Baudracco y Marcela Romero me convocan a militar, yo no tenía idea de nada. Luego la formación en salud, con una vigilancia epidemiológica que hizo el Ministerio de Salud de la Nación y demostró que nuestra expectativa de vida era baja, me hizo un click”.

En su relato no falta la biografía. “A mis 18 años vivía en Tucumán y allá conozco a la Pelusa, especie de madre comunitaria que me previno todo lo que me esperaba desde el día que me pusiera un vestido. Que se me cerraría el club de natación y que me llegarían el calabozo y la picana, cosa que probé pronto. Todavía me acuerdo cuando la electricidad me lastimaba, mi mente se ponía en blanco.”

Ni cana ni picana amedrentaron a Ornella, que en su recorrido de alto voltaje no se paró a lamentarse. Volvió a Santiago del Estero con su cambio de género donde el colegio religioso donde estudiaba le hizo imposible terminar su carrera. Cansada peregrina, llega hasta Río Negro, donde una vez instalada Attta la contacta y comienza a militar.

La historia de Ornella es, como dice ella, la de muchas, y que sólo su politización, de transformación tal como ella la vive, la acerca a otras que ella reconoce como “madres”, guías, sobre todo Pía, de quien no para de contar anécdotas increíbles. Pero este cronista no puede dejar de notar el matiz que la diferencia de otras compañeras: Ornella está menos a la defensiva que much*s de nosotr*s. Ni la picana ni la expulsión disfrazada del colegio católico le producen odio, sino que desde un ahora que ella agradece mira, se rie sin acidez y arremete hacia adelante sumando gente, en rondas de mate donde la convocan.

El recuerdo de no haber podido rendir las últimas materias de su secundario fue lo que la llevó a querer seguir estudiando, lo que combinado con un argumento que se convirtió en discurso frente a todos l*s decan*s de la Universidad Nacional del Comahue la convierten hoy en la primera trans estudiante universitaria de posgrado de la UNCO, en una movida que preparó con compañeros de su movimiento y el consejero graduado Alejandro Rodríguez Carreras. Ornella se levantó a las 5 de la mañana de ese día. Se probó tres modelos y eligió el más sobrio: una blusa de colores, un jean y tacos. La sesión del Consejo Superior había sido convocada a las 9, pero el tema, incluido sobre tablas, se abordó a las 17. En ese momento el consejero pide autorización para que Ornella pueda hablar. Conocedora de protocolos, agradece a diestra y siniestra, y parada tras la banca arremete: “Me inicié en la política cuando un estudio epidemiológico demostró que a nivel nacional nuestro promedio de vida es de 40 años. Estoy llegando a esa edad. Mi cuerpo tiene las marcas de la picana y de la democracia que nos negaron, que nos llevó a inyectarnos aceites industriales en la clandestinidad. Y aun así yo vine a esta universidad a dar charlas, a contar nuestras historias, a que se escriba sobre nosotr*s. Pero ahora a nosotr*s nos asiste el derecho a aprender, a discutir de par a par en especializaciones y maestrías. Quizá pueda cumplir una maestría de dos años y ese siniestro promedio de edad no sea una regla para mi vida”. Mientras Ornella hablaba, algún*s decan*s lloraban y estallaron en un aplauso que el rector Gustavo Crisafulli coronó con su aprobación. Los compañeros de su Movimiento Evita coreaban, pero también compañer*s de otros arcos políticos. Llegado el momento en el que muchos auguran un cierre de ciclo que a nosotr*s nos incluyó, el calor de las “Ornellas” pasadas y presentes, y de esta que deja marca de arado por donde pasa, queda claro que el horizonte que ampliamos en estos años sigue abierto, multiplicado las sonrisas que nunca abandonan su rostro.

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