Vie 17.04.2015
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Cuentagotas

¿Basta una declaración pública de Barack Obama, que llega con varios meses de delay, alentando a terminar con las terapias de conversión para incidir en la tradición patologizante de la psiquiatría norteamericana? El efecto goteo versus la heterosexualidad como síntoma de buena salud.

Sorprendentemente, Barack Obama se manifestó partidario de terminar con las terapias aversivas de las identidades no-heterosexuales. Lo hizo –en parte– como respuesta a la conmoción provocada por el caso Leelah Alcorn, la adolescente transgénero que se suicidió a los 17 años en diciembre de 2014. Su madre, confiada tanto en la ciencia reparativa tanto como en el rigorismo cristiano, le había dicho a Leelah que "Dios no comete errores", y que la que estaba "equivocada" era ella, justificando de ese modo el confinamiento en el tratamiento de conversión.

En un comunicado Obama hizo genéricamente alusión a "un" (1) joven que en algún rincón de EE.UU. no pueda dormir de noche porque tiene que cargar solo con su secreto. Lo ideal, concluye, es que lo cuente. Y reflexiona: "Lo que ocurra después depende de él, de su familia, de sus amigos, profesores y de la comunidad. Pero también depende de nosotros, del tipo de sociedad que engendramos, del tipo de futuro que construimos".

Se presenta otra vez un gran tema: la tardanza objetiva de los pronunciamientos que no se puede entender si no es en relación a contextos políticos cambiantes. Sistemáticamente, de parte de amplios círculos cristianos, Obama viene siendo sindicado como un dogmático laicista, como el presidente que más derecho público ha cuestionado a las religiones. Las arremetidas de sus adversarios nunca se hicieron esperar y así se tienen proyectos de ley para resucitar en distintos planos de la organización social la tristemente célebre "objeción de conciencia". Mientras tanto, se le exige como nunca a la Corte Suprema el dictamen histórico sobre el "gay marriage", signo de una guerra cultural más vasta. Si a todo ello sumamos que en 2016 se realizarán elecciones, también podemos analizar el pronunciamiento desde otro punto de vista: el pragmático, es decir, la interlocución con electorados específicos cuando más conviene, a pesar de previas presiones y largas esperas. Sea como sea, el pronunciamiento se produjo: "Pruebas científicas demuestran que la terapia de conversión, especialmente cuando se practica en personas jóvenes, no es adecuada desde un punto de vista médico ni ético y puede causar daños sustanciales".

Interesa entonces enmarcarlo dentro del sinuoso, no lineal, sorprendente e imprevisible proceso de las gotas que van llenando un poco el vaso. ¿Por qué de "llenado"? Primero porque un presidente fundamenta la necesidad de respetar la diversidad sexual haciendo referencia a una (1) sola persona, cuando el latiguillo homo-lesbo-transfóbico de siempre clama por no hacer lugar en los entramados jurídicos ni médicos a los caprichos de minorías muy minoritarias. Segundo porque existe una contestación a las aseveraciones de la ciencia que, especialmente en EE.UU., sobre este tema, siguen teniendo una producción tan vasta como lamentable (a propósito, el conocido informe de la Universidad Austral de Argentina contrario al matrimonio igualitario se basó profusamente en ellas). Tercero porque se reconoce que las terapias son reprobables ética y médicamente, una vinculación temida aún por los terapeutas cristianos, que a esta altura del partido, cuando saben que para parte importante del imaginario secular es imposible fundamentar éticamente una sexualidad por sobre otras, solamente quieren basarse en la ciencia (porcentajes objetivos derivados de metodologías experimentales) para "no privar a los enfermos del tratamiento que necesitan".

Es claro que Obama es mucho, muchísimo más que este comunicado y en un sentido opuesto. Baste recordar la reciente "amenaza" venezolana. Pero a los efectos de esta reflexión es adecuado detenerse aquí y comparar su pronunciamiento con varias actitudes del Vaticano como, por ejemplo, la que sostiene ante la propuesta de Francia de su representante diplomático. Un ejemplo de goteo invertido.

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