MI MUNDO
Saltó a la fama en los años sesenta como Sor Sonrisa, llegó a vender más discos que Elvis Presley con su hit sobre el primer director de la Santa Inquisición. El fisco, que muchas veces funciona como herramienta de apriete, consiguió apagar el fuego de esta monja lesbiana y cantarina. La canción sigue sonando en series, en YouTube y en el secreto de los conventos.
› Por Gabriela Cabezón Cámara
“Dominique, nique nique”: La voz femenina, aguda y melodiosa y alegre, canta en francés esto que podría traducirse como “Domingo, mingo mingo”, le canta a Domingo de Guzmán, un héroe medieval de la Iglesia, fundador de la orden dominica, que instalaba la austeridad en un intento de acercamiento popular. “Dominique”, este tema casi infantil y de estribillo contagioso dedicado al primer director del Tribunal de la Santa Inquisición —lo de hacer volver a la gente a la Iglesia con el ejemplo les resultó demasiado lento— es la canción que llevó a la fama mundial a la monja dominica cantante, Sor Sonrisa, en 1963, el mayor hit católico del siglo pasado: en los rankings, estuvo arriba de Elvis y de Los Beatles, en 1964 ganó el Grammy a la mejor canción de gospel, vendió millones de discos en todo el mundo y muchos recuerdan a sus madres cantándoles esta canción mientras se dormían cuando muy nenes. A la luz de la vida se sospecha de la ingenuidad de la canción: ¿habrá sido ironía? Con o sin ironía, seguramente sin, la monja dejó el convento cuando encontró el amor de una novicia, Annie Pescher, once años menor que ella: está mal visto tener pareja en los conventos. Jeannine Deckers, la autora de “Dominique” dibujó una parábola única: pasó de poner a la Iglesia Católica en los charts que dominaba el naciente rock’n’roll a vivir con su hermosa novia y a cantarle odas a la píldora anticonceptiva.
Pero empecemos por el principio: Luc Dominique, para usar el nombre que fue su último nombre, o Jeannine Dreckers, para usar el que fue el primero, nació en Bruselas en 1933, hija de un panadero y de una señora muy rígida y autoritaria. “Grises” fue la palabra que la cantante usó para describir su infancia y su adolescencia. De esa oscuridad quiso escaparse cuando en 1959 entró al convento de las Hermanas Misionarias Dominicas de Nuestra Señora de Fichermon y cambió su nombre por primera vez. Hermana Luc Gabrielle se llamó. Dicen que tuvo algunos problemas para adaptarse, pero que los superó cantando, a fuerza de talento conquistó a sus compañeras. Tanto que en 1962 su madre superiora le permitió grabar un disco: uno de esos de dos canciones. El lado A fue el hit que nadie había esperado: “Dominique”. Había firmado contrato con Philips, una de las discográficas más importantes del mundo por entonces y había cedido todo, desde el dinero por los derechos de la canción hasta el seudónimo que le impuso su superiora, Sor Sonrisa, que no parece del todo adecuado a su efigie —en muy pocas fotos se la ve sonriendo y su biografía no flota de liviandad y felicidad—. Pero era un capital: el nombre que todo el mundo asociaba a su hit. Pese a que el contrato también estipulaba que no podían sacarle fotografías ni divulgar su verdadero nombre, la superiora se rindió a la insistencia de Ed Sullivan, conductor de uno de los programas más populares de los Estados Unidos durante décadas, y Dreckers fue entrevistada en el convento. Habrá generado revuelos entre las monjas esa súbita notoriedad. Habrá generado revuelos en la cabeza de la misma cantante. Como sea, la cosa se puso difícil y Jeannine dejó el convento y se fue a estudiar teología a la universidad: le habrá buscado argumentos a una fe que temblequeaba o se habrá buscado un ámbito más relajado para vivir en paz. Parece que encontró las dos cosas: fue allí donde, además de darse gustos como usar lápiz de labios y fumar, se enamoró de Annie Pescher, la que sería el amor de su vida. Y de su muerte.
En 1966 dejó el convento con la anuencia de sus superiores. Antes había denunciado que le censuraban las letras. Y que la obligaban a fingir una felicidad que no sentía. Lo de la censura, a la luz de sus canciones siguientes, debe haber sido fuerte: su próxima creación se llamó “Gracias Señor por la píldora dorada”, una oda a los anticonceptivos. En la Iglesia no gustó. Si hubiera podido usar el nombre que le impuso la superiora y a ella la incomodaba, Sor Sonrisa —Sour Sourire en francés—, tal vez le hubiera ido mejor: casi todos apreciaríamos a una monja cantándoles loas a los anticonceptivos. Pero no podía. El nombre se lo había quedado la Iglesia. Y la plata de los discos, también.
En ese mismo año, 1966, se filmó Dominique (The Singing Nun), con Debbie Reynolds, Ricardo Montalbán, Katharine Ross, Chad Everett y Ed Sullivan: Jeannine empezaba a tener problemas económicos, mientras su disco y su nombre se seguían vendiendo masivamente. Esa paradoja la afectó mucho. Lo que empezó como una pendiente suavizada por el amor —Annie Pescher estaba ahí con ella— terminó en el abismo.
Las canciones de Luc Dominique, que había vuelto a encontrarle sentido a su fe con el Concilio Vaticano II —el que dio origen al movimiento de curas tercermundistas y revolucionarios— siguieron un ruta contestataria y poco masiva. Su hogar con Pescher daba cuenta de la fe de las dos: cuentan que en el living tenían un altar. Le habrán rezado a su Dios para encontrar un camino más plácido. No resultó. Los discos no lograron éxito económico. Entonces pusieron una escuela para chicos autistas en Bélgica.
La cosa marchó más o menos bien hasta que el fisco de ese país la empezó a perseguir para cobrarle lo que consideraba que debía de impuestos por el éxito de –sí, otra paradoja– “Dominique”. Ella le había cedido todos los derechos a la Iglesia. Los burócratas no le creyeron. Acá volvemos a lo de las hogueras del principio: el fisco le reclamaba unos 90 mil francos, digamos que puso la leña. Y la Iglesia, el fuego de su indiferencia. Ardieron las dos, intentaron pasar el mal momento con pastillas y alcohol. No pudieron: se suicidaron juntas el 29 de marzo de 1985. Ese mismo día la Sociedad Belga de Autores, Compositores y Editores anunciaba que habían juntado medio millón de francos para Jeannine, mucho más de lo que le reclamaba el fisco.
Y “Dominique” no deja de sonar: se usó, por ejemplo, en American Horror Story: Asylum, donde suena constantemente como música de fondo en el psiquiátrico. Algo de eso, no diría tanto como psiquiátrico pero sí bastante loco, se puede ver en YouTube, en la versión disco de la canción, la de 1982, un collage raro donde nada pega con nada. Y nada de todo esto parece tener ninguna relación con la alegría de la canción. Dominique, nique nique, el inquisidor dulce al que le cantó Sor Sonrisa, lo hubiera disfrutado.
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