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Viudas e Hijos de Rock & Roll terminó con el clásico final feliz y, entre la visibilidad y la leña para el rating, llevó a la pareja que componen Segundo y Tony al altar, ese espacio que no sólo el melodrama se ha encargado de amarrar a la heterosexualidad. Juan Sorini, el actor que interpretó al petisero más sensual de la pantalla chica, desnuda para SOY prejuicios propios y ajenos.
› Por Adrián Melo
La semana pasada finalmente, Segundo y Tony se casaron en Viudas e Hijas de Rock and Roll y vivieron felices en el para siempre que posibilita la ficción. Seguramente además hicieron historia en la TV argentina en la que pocas veces y nunca con un grado tal de protagonismo de los personajes, una pareja del mismo sexo termina en el altar, ese lugar por antonomasia del culebrón romántico y reservado a la familia heterosexual. Para hablar de la experiencia de interpretar al petisero que consiguió el milagro me encuentro con Juan Sorini y me convierto así en el blanco de envidia de incontables hombres y mujeres.
–Fui probando cosas ya en las audiciones de casting. Seguramente habré tomado como modelo a algún icono gay pero no de manera consciente. Mi primer problema a nivel laboral es que era un personaje de campo, con pocos recursos, había que ver como esta persona se empieza a sentir atraída por otro hombre y sí sabe qué le está pasando y cómo manejarlo. Entonces al comienzo era un peón con una devoción y una lealtad hacia su patrón y siente una atracción irrefrenable a la que no le puede poner palabras. Tengo un costado femenino muy desarrollado, una cierta vulnerabilidad que permitió que el personaje fluyera. Fue una cuestión de coyuntura que cuando pensaba al personaje el Chino Maidana, el boxeador, aparecía por todos lados y él es hombre de campo, tiene una manera de hablar que transmite inocencia. También pensé en mi hermanita que tiene un año y medio y esa fascinación que tiene por el mundo ya que todo le resulta nuevo. Pensaba ¿qué diría mi hermana si pudiera hablar?
–Al principio tampoco nosotros sabíamos que iba a pasar con esto, para adonde iba a ir. Si iban a empezar a aparecer otros novios para Segundo y yo iba a convertirme en trepador. En la primera parte todo estaba en la cabeza de Segundo y Tony engalanaba todo a pesar de él. Y cuando Segundo lo provoca con dobles intenciones no sabe si Tony le contesta de ingenuo o si también lo provoca. A medida que va pasando todo esto, empieza a trabajar otro petisero y eso obliga a Tony a articular lo que le está pasando. Lo hace a través de un tercero. Y alrededor del capítulo 50. Tuve que hacer una economía muy ajustada en los gestos, en las miradas. Pensá que hay que sostener 154 capítulos con esta tensión, sin tocarse y sólo con tres besos a lo largo de toda la novela y que el tercer beso sea en el capítulo final.
–Por un lado, Segundo puede articular lo que le está pasando porque tiene un lenguaje, una historia social en cambio Tony es en cierta forma puro cuerpo, pura fuerza de la naturaleza pero con la ventaja de no tener la hipocresía de la clase social a la que pertenece Segundo. De hecho, en las redes sociales se empezaron a preguntar sobre Tony ¿es o se hace? ¿es retrasado mental? (risas). Cuando finalmente se empieza a dar cuenta entra con todo y dice “vamos, vamos en serio” sin importarle la mirada de la sociedad. Además la familia adoptiva de Segundo era tan violenta, tan xenófoba, tan homofóbica, tan explotadora, siempre señalando lo que estaba bien y lo que estaba mal. Sin duda, los personajes de Llinás y Machín pudieron mostrar tal grado de violencia porque estaba matizada con el humor.
–Como suele suceder en la historia de amor tradicional de las novelas, la diferencia de clase es también uno de los obstáculos. Por momentos Tony se contiene porque piensa: “Es mi patrón”. Es bueno, es noble, nunca habla de plata. En cierta forma son los dos bastante inocentes. Si tuviera que representarlos gráficamente, serían dos niños en cuerpos de hombres. Cuando lo empecé a ver así todo se volvió más lúdico. Cuando se van a enfrentar por primera vez al acto sexual son dos chicos desnudos que no saben qué hacer. De hecho, Miranda pasa a ser como una madre que Segundo no tiene. El público sabe desde el principio que ella va a terminar entendiendo.
–Yo no fui tan consciente de lo que estaba haciendo en relación a la mirada de la gente que se estaba identificando. Ahora los petiseros son como los cowboys en Secreto en la montaña: son iconos gays. Te vestís de cowboy, pantalones ajustados y ahora dicen “éste es bala” y antes era un símbolo de extrema virilidad heterosexual. Lo mismo pasa con los petiseros y está bueno. Por otra parte me escribe mucho la gente. Si te cuento lo que me dicen los zarpados, hay que censurar la edición (risas). Pero muchos otros me agradecen por no hacer de esto una pelotudez. Sin burla. Porque haciendo comedia se puede caer en la burla. No nos hagamos los cancheros: la historia garpa porque hoy sigue habiendo represión y porque es una historia de dos personas del mismo sexo y eso sigue llamando la atención. Y no debería ser así. Hay que volver a reeducar de los sesenta para atrás a toda una generación. Estas ficciones ayudan con los procesos de identificación con personajes tan tiernos y además aíslan a los retrógrados.
–A veces en cuestiones muy cotidianas. En chistes o alusiones entre pibes tales como “Este se la come”. Sigue causando gracia, sigue siendo efectivo. Eso va a ser difícil de erradicar. A mí me dicen: “Cuidado que si seguís con esto vas a terminar así”. Y yo respondo que a nadie le interesa lo que haga yo con mi vida privada. Por ahí soy gay. ¿y qué? Es un presupuesto que va a ser difícil de erradicar.
–Juan es un actor con un oficio y lo había demostrado como gay que gusta de prácticas sadomasoquistas en Un año sin amor (Anahí Berneri, 2001). Yo en Más respeto que soy tu madre hacía algo más liviano. No había una gran construcción del personaje. Era más bien una excusa para disparar los prejuicios y el padecimiento del personaje interpretado por Gasalla. Toda la obra funcionaba en torno al personaje de Antonio. A mí me favoreció el profesionalismo de Juan. Yo sentí eso, la confianza y su arrojo corporal. Siempre me preguntaron a mí si me costaba besar a un hombre. Yo digo que me cuesta más besar a una mujer frente a cámara. Con otro hombre estamos actuando y si se llega a frenar algo, le doy un puñetazo en el hombro y le digo “dale no seas llorón”. Un primer beso con una actriz advierte una incomodidad. No se le puede decir para aflojarla: “Dale, flaca, no me gustás”. Con un actor es mucho más liviano. Eso también habla de la seguridad de uno. Yo siempre me sentí muy cómodo. La única diferencia de besar a un hombre o a una mujer es que Juan me pinchaba con la barba.
–Mucho. No sé antes dónde estaba viviendo. En cuanto empecé a mirar con más atención me di cuenta de que hay miles que piden a gritos ser escuchados. Me pregunté: Che, ¿pero de golpe sembraron putos? No es una minoría. Está minado ¿yo dónde estaba metido? ¿O estoy paranoico y ahora los veo por todos lados?
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