TEATRO
Tras la noche de la dictadura, dos mujeres se encuentran. El cuerpo lesbiano, entre la clandestinidad y la desaparición,
es el conflicto que pone en escena Prueba contraria, de Román Podolsky.
› Por Laura A. Arnés
Entramos a una casa. Un pasillo y un gato que maúlla. Plásticos, papeles, signos de una mudanza. Así comienza la obra. Dos mujeres y la historia. Su historia y la nuestra. Una casa todavía vacía, llena de sombras que ni las luces apagan. Las piezas del relato están dispersas como las cajas cerradas que hay en todos lados. Hay, también, voces y ruidos pero es la tensión la que no cede. El aire se espesa y son dos los cuerpos que, aunque presentes, no se pertenecen ni siquiera a sí mismos. Las palabras surcan el espacio rápidas como balas. La culpa y la esperanza rota, la derrota. Lo que nunca será es, aunque no sea más que por ese instante robado al tiempo. En los cristales de otros tiempos está tu cuerpo acostumbrado a morir, diría Bochatón, si viese el tormento, el dolor de las dos mujeres que se miran, que se tocan. Sus cuerpos endurecidos y cerrados se expanden, se entregan en un alivio a la caricia que la dictadura militar les robó. Dos mujeres y la izquierda. Un pacto que se rompe y otro que atraviesa los años. Pero lo constante es la denuncia de esa otra cosa que no se suele decir: la dictadura de la heterosexualidad también atravesó los movimientos que luchaban contra el totalitarismo estatal, que buscaban el cambio y la liberación. Se debía negar el afecto entre mujeres, invisibilizarlo, desaparecerlo. El problema que plantea la obra es, entonces, cómo otorgarle, después de tanto, una forma al cuerpo lesbiano. Cómo representar esos cuerpos que fueron doblemente desaparecidos, doblemente clandestinos. Será, así, el instante en que la falta se hace presente el que pide la atención del público y exige la reconfiguración de los lugares legítimos. Y entonces llega el presente. Pero no hay otro acá más que el recuerdo permanente sobre cosas imposibles. La noche fue larga y aterradora. Ahora hay leyes y documentos que traen luz, que procuran iluminar todas las desapariciones. Que permiten rearmar familias, genealogías y afectividades. Quizá, finalmente, la oscuridad ceda. Quizás ahora se pueda contemplar los ojos ajenos y encontrar, a pesar de todo, una tregua.
Prueba contraria. Sábado a las 23, Fuga Cabrera, Cabrera 4871, timbre C.
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