MI MUNDO
En el año 202, Perpetua y Felicidad se abrazaron mientras soportaban el martirio por ser cristianas. Mucho después, las narraciones alternativas del credo las coronaron como patronas del amor entre mujeres. Su historia fue objeto de todo tipo de rezos, ardores y alucinaciones.
› Por Gabriela Cabezón Cámara
Perpetua y Felicidad, las santas queer, murieron en Cartago hace milenios, en el año 202 de nuestra era, la de Cristo, cautivas de la furia del Imperio o del favor de Dios o de la Fe. De los muchos placeres de la carne, ellas gozaron juntas del martirio, el clímax de los más arrojados de los cristianos primitivos. Perpetua, la señora, escribió sus pasiones en la cárcel. Felicidad, la esclava, parió una hija en el octavo mes en cautiverio. Es tradición del poder dejar parir a la mujer antes de matarla. Y pudieron marchar juntas ama y sierva a la muerte que les depararía, creían ellas, una eternidad de luz en el festín de los justos a la diestra del cordero con vistas a los lagos de fuego donde se hundirían los herejes, en el coro de elegidos de su dios. Huelga decir que de eso no sabemos nada, que morir a manos del Imperio por no llamarse paganas cuando querían llamarse cristianas les deparó una vida post mortem de hagiografía, de lectores que adoran lo que leen, de estampita, de pintura en iglesia, de mención en misa, de revisión académica, de descubrimiento queer. Y, quién sabe, tal vez se extienda esa posteridad, los dos nombres juntos podrían también lucirse en un cartel en la puerta de un supermercado chino: “Perpetua felicidad. Autoservicio”.
Mazmorra oscura, noche antes de la ejecución, circo romano en Cartago. Habla Perpetua.
“Ah, Señor, qué privilegio morir de muerte cruenta como el buen Jesús, que caigan juntas tu sangre con mi sangre, Felicidad, mi sierva, mi negra de ojos miel, de tetas que derraman leche tibia en las fauces de las bestias muertas de hambre que serán nuestro martirio cuerpo a cuerpo, juntas, mi esclava, ya lo vi, ya lo soñé: nos van a desnudar, querida, nos van a meter en una red. Han de humillarnos más, Felisa, desnudas y enredadas nos arrojarán a la arena y soltarán a la vaca cuyo ternero degollaron frente a sus ojos, la vaca que aulló ayer todo el día, la que estuvieron torturando los soldados, la inyectada de horror, la vaca furiosa de cuernos como espadas, mi esclava. El Señor verá nuestro valor, se apiadará la plebe de mi cuerpo de señora, de tus tetas manando su tibieza y pedirán que nos vistan y nos vestirán, Felicidad, volveremos a la jaula sombría a ponernos nuestras túnicas y saldremos otra vez a la luz cegadora de la arena. Tronará la plebe. Me llevará el Señor en una nube a su abrazo de padre satisfecho y sin embargo mi cuerpo estará ahí, en esa arena, me corneará la vaca, volará mi cuerpo unos diez metros de vueltas carnero en el aire, me desgarrará la túnica la bestia embravecida, me soltará el pelo el viento que atraviese a fuerza de cornadas. Volveré a pararme, acomodaré mi túnica, me ataré el pelo con una aguja que tirarán de la tribuna. La vaca ya saciada de mí se irá hacia vos, morderás polvo, te quedarán algunos dientes en la arena, se cubrirán de sangre tus pechos de escultura, me agacharé, Felicidad, mi esclava, a recoger tus dientes en un puño. La otra mano te la extenderé, la tomarás, te levantarás y andarás los dos pasos que nos separen. Nos vamos a abrazar, mi sierva, vos y yo, la esclava y la señora, nos vamos a abrazar frente a Cartago entera y frente a la pobre bestia torturada que será asado cuando vos y yo ya hayamos pasado a la eternidad, nos abrazaremos en el centro de ese círculo blanco de la arena, en el centro de los gritos de la plebe enardecida, feliz de aplastar a una señora, caliente de verla abrazada con su negra, feroz, enloquecida de ganas de vernos morir ahí en el circo, me abrazarás, Felicidad, te sostendrás en mí y yo en vos, mojado mi cuerpo de tu sangre, de tu leche, mojado el tuyo de las mías, sostenido mi cuerpo por la fuerza de tus brazos forjados en los años de trabajo, sostenido el tuyo por la fuerza suave de los míos, de mis brazos de patricia joven, y se hará silencio, mi sierva, porque el vulgo ama los milagros y verán el milagro del amor, nuestro abrazo resistiendo los embates de los cuernos de la bestia, la bestia misma se serenará ya gastada su furia inyectada por la furia fiera de los soldados del emperador, se irá a un costado la vaca blanca para mirar tal vez la luz que verán todos o que creerán ver y pintarán y contarán después, la luz blanca del abrazo de nuestros cuerpos morenos surcados por el rojo de la sangre. Y yo no voy a saber nada de esto, Felicidad, la horda en las tribunas pedirá que nos dejen ir, nos dejarán, volveros a la tumba de las jaulas de la mano, nos volveremos a abrazar en la mazmorra, yo te miraré a los ojos, te diré, ¿cuándo nos arrojan a la vaca, esclava mía? Me dirás que ya está, que ya pasó, veré los huecos de tus dientes, tu sangre, mi cuerpo magullado, mi túnica desgarrada de cornadas, agradeceré a Cristo Nuestro Señor la protección, sabré que fue él quien estuvo en mi cuerpo para sufrir el dolor y yaceremos juntas, Felicidad, a la espera de la espada. Subiremos al cadalso en el orden imperial. Primero yo, mi sierva, como hubiera sido primero yo para cualquiera de las fiestas, de los manjares, de las danzas, se habrá acabado el Carnaval de la vaca donde pudimos mezclarnos como si fuéramos iguales vos y yo, ama y esclava, he de morir sola, Felicidad, en compañía de Jesús, bajo la tortura torpe de los golpes de un soldado inexperto, habré de tomar el filo de su espada con mis manos, habré de llevarla a mi garganta, el joven habrá de hundirla a mi orden, luego serás vos, la misma espada, el soldado ya experimentado no te hará sufrir, nos reuniremos en el paraíso de los justos, Felicidad, yo a la diestra de Dios, vos a mi diestra, no llores más, sumergite en este abrazo que tu piel y mi piel transforman la mazmorra en un palacio por esta noche, la última nuestra en esta Tierra.”
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