Vie 19.06.2015
soy

A LA VISTA

Primeros pasos

El viernes pasado unxs cincuenta chicxs de entre 12 y 17 años se encontraron en el Obelisco para hacer oír su reclamo: basta de homofobia de parte del mundo de los adultos. El suicidio de la niña de 12 años Leonela Gómez generó repercusiones entre grupos de adolescentes que solían encontrarse en Facebook, desde donde también organizaron la marcha. SOY escuchó estas voces que desmienten la presunción de que ahora todo está perfectamente bien.

› Por Paula Jiménez España

Ella pensó mucho qué escribir en el cartel que traería hoy a este encuentro donde se recuerda a Leonela, quien hace pocos días y con apenas 12 años se ahorcó a metros de su casa. Y finalmente llegó a la conclusión de que, esgrimida con fibrón negro sobre papel blanco, plantea de modo indirecto una hipótesis acerca de la responsabilidad del suicidio: “Fallar como padre –dice– es no aceptar a tu hijo como es”. Esta adolescente de 17 años se llama Daiana y su pensamiento es el de muchxs por aquí. Detrás de ella se despliegan las cartulinas sobre el piso para que arrodilladxs escriban, por ejemplo, que “la homofobia mata” y que “todxs somos iguales”. Esta cartelería, escasísima, será en parte sostenida por las manos enguantadas del invierno y en parte pegada a las rejas que rodean el Obelisco junto con la enorme bandera de 1969. Llamada así por el año de Stonewall –hecho que ninguno de los adolescentes aquí presentes parece conocer–, esta agrupación lgtb del Partido Obrero aprovecha la ocasión para responsabilizar, una vez más y por micrófono, al Estado. “Antes piensen en la Iglesia”, grita un borracho que cruza la plazoleta y que lxs chicxs miran como si hablara en chino. La mayoría son estudiantes de clase media del CBC o secundarixs que lucen cabezas de colores, ropa negra, mucho piercings, y en casi todxs la expresión de género corrida respecto de los parámetros binarios: así es la población que integra Grupo del Orgullo LGBT Argentina, el grupo cerrado de Facebook del que formaba parte también Leonela bajo el seudónimo de Paola Gómez.

“En Grupo del Orgullo LGBT Argentina a veces publican que una persona les contó a sus padres y que no la aceptan, o que la maltratan –cuenta Lucas, de 16 años–. En esos grupos se liberan un poco, muestran sus sentimientos. Es muy común. También es una página para hacer sociales.” A esta convocatoria asiste casi exclusivamente esta tribu facebookiana: no hay nadie que haya conocido en persona a Leonela y son muy pocxs lxs que mantuvieron con ella una conversación por inbox. Pero la cosa no es personal, se sabe. “Esta es una marcha para repudiar la homofobia –explica Daiana–. Cuando empezás a saber que te gusta alguien de tu mismo sexo te deprimís. Esto le pasó a Leonela y a mucha gente más. A mí misma. Ella ponía comentarios como ‘quisiera dormir siempre’ o ‘me siento muy cansada’. Se notaba que estaba mal.”

“Hay muchxs que piensan en suicidarse, o que directamente lo hacen –cuenta Cinthia, la organizadora de la marcha, de apenas 15 años–. Con palabras y acciones te podés ir bien a donde te van a extrañar tus familiares.” Cinthia se presenta como líder de este cibergrupo que hoy se hizo real. Sólo a una cosa le tiene miedo: salir en la foto. “No puedo, mi mamá es homofóbica. Igual sé que los pensamientos pueden cambiar con el tiempo. Yo sé de mí desde los 8. Y lo sabe medio mundo, menos mis viejos.” Viejos que, cabe agregar, pertenecen a la generación de adultos jóvenes que también es la de Fara, una de las integrantes de Fasil, la cooperativa de merchandising lgbtti que acompaña los eventos a los que concurren lxs adolescentes de la comunidad. Y mientras que muchxs de ellxs se escabullen a la hora de ser entrevistadxs para Soy, Fara se acerca al grabador motu proprio: “La mayoría se queja de los padres –dice–, que son gente que tiene la edad nuestra. Yo tengo treinta y seis. Vendemos una pulserita del orgullo y a los minutos viene la madre a querer pegarnos porque le vendimos eso a su hija. ‘Mi hija no es ni va a ser enfermita como ustedes’, nos han dicho un montón de veces. Cuando vienen lxs chicxs a comprar una pulsera se las probamos y ocho de cada diez tienen las marcas de haberse cortado las venas”. De ser así, la proporción es alarmante. Pero cortar, ¿será cortar la vida o poner un límite a algo?, ¿autoagresión o marca de pertenencia? Eduardo, de 18, dice: “Cuando me cortaba pensaba en que mis papás nunca me iban a aceptar”. Dejó de hacerlo a partir del momento en que salió del placard con su familia y comprobó que su elección sexual no lo ponía en riesgo. Sin embargo, a diferencia de muchas otras miradas adolescentes, chispeantes e inquietas, la suya trasunta tristeza todavía. Una de las cosas que hace esta tarde es repartir volantes diseñados por un amigo donde les pregunta a lxs lectorxs: “Si mañana te dijera que es gay, ¿dejarías de quererlo?”. “Yo a Leonela la conocía por Facebook –dice–. Cuando me enteré de su muerte, me pegó mal. Pensé que la gente tiene que abrir los ojos. Que somos todos iguales. Leonela podría haber sido yo.”

La edad promedio de los grupos, según Fara –que lleva adelante un verdadero testeo de la adolescencia lgbtti–, con toda la furia llega a los 14. “Leonela, que era clienta nuestra –dice–, era miembro de más de un grupo, como el de las fans de Valeria Etchegoyen, la chica que imita a Justin Bieber. Son todxs chicxs muy chicxs. El otro día vino un gurrumín de once y le pregunté si era gay, se paró y me dijo: ‘Por el momento bi, más adelante veré’.” Fara interrumpe la charla para volver a su rol de vendedora tras el paño extendido sobre el muro donde expone las banderas de la diversidad y la bisexual (la que más se vende), las pulseritas y los prendedores. Según nos cuenta, se trata de una clientela que no recurre a ella sólo para satisfacer una superficial demanda de consumo. En muchos casos, ningunx conoce siquiera a un adulto dispuesto a escuchar sus problemas, que a diferencia de ellxs no son menores, y encuentran en Fara (que hizo un extraño curso de “coaching” para ayudar a salir del closet) y en sus compañeras la contención que buscan. “Charlo todos los días con chicas que están en la misma situación que Leonela. En Fasil pusimos un celular de ayuda las 24 horas y siempre está sonando. Una vez me llamó una chica llorando a las tres de la mañana porque el papá de la novia las había encontrado y le había pegado una trompada en la cabeza. Algunas tienen dudas terribles, te preguntan: ‘¿Cómo es ser lesbiana y ser adulta; su familia la quiere todavía?’.” Suena difícil de creer que en un país tan avanzado en la conquista de los derechos sexuales y de género pasen estas cosas que parecían privativas de las adolescencias de otros tiempos, como la de Alicia, por ejemplo, que tiene 63 años y es casi la única adulta aquí presente: “Me recordó a mi infancia –dice–. Yo la pasé muy mal a los 12 años. Era una chica de Ramos, ahí cerca de Haedo, donde ella apareció ahorcada”. Pero muy lejana a este abatimiento y a esta melancolía se mostrará un rato después Agustina, de 16, que no duda en agarrar el micrófono habilitado por 1969 y oponer públicamente a la queja generalizada un discurso enérgico y furioso. “A mí no importa nada –dice– porque sé quién soy y no soy la única”.

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