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Viernes, 24 de julio de 2015

POLITICAMENTE INSURRECTA

Gabriela Massuh es autora de las recientes Desmonte y El robo de Buenos Aires, y dueña de una pluma que tiene la originalidad de desguazar las imposturas del presente. ¿Y el lesbianismo? ¿Y la homosexualidad? ¿Y la cuestión de género encuentra espacios en sus ficciones? Es posible, pero en una clave completamente personal, es decir, completamente política.

 Por Paula Jiménez España

Foto: Sebastián Freire

Aunque Gabriela Massuh insista en que La intemperie, su primer libro publicado en 2008, no es una novela de “género”, resulta inevitable, por su temática, asociarlo a la escasa literatura lésbica argentina. Tal vez la categoría de novela sea, en verdad, la discutible: más cercana a la biografía que a la ficción, La intemperie, cuyo escenario es el post 2001, produjo gran impacto entre las lectoras L y la reveló a Massuh como una autora profundamente política, capaz de mostrarse a sí misma, tras el final de una pareja de doce años, en una caída tan sin red como lo estaba la Argentina de aquellos tiempos. “Me sacaba de quicio en ese momento la pérdida del país, y la pérdida de la persona querida. Por quien yo era y por la incidencia que hay en esa novela de la realidad, lo único que me propuse hacer fue una novela honesta”, cuenta Massuh.

Aquel libro tan impactante fue, en su carrera como escritora, el semillero en donde germinaron ciertos intereses literarios, identitarios por un lado y políticos por el otro, que dieron origen, respectivamente, a la novela La omisión, de 2012, y a sus dos crudísimas publicaciones de 2014: Desmonte, que entre otras cosas expone la situación de vulnerabilidad de los pueblos originarios, y El robo de Buenos Aires, un ensayo que pone en el ojo de la tormenta porteña la especulación inmobiliaria y la cementización de los espacios verdes. “El sistema económico se ha convertido en una gran máquina de expulsar –explica la autora– que permite, sólo dentro de sí mismo, reivindicaciones sexuales, de género y de justicia social. Todo lo que pueda reclamarse dentro del sistema. Creo que la reivindicación del derecho de las minorías opaca las grandes injusticias internacionales como el hambre y la falta de vivienda, de acceso a educación y servicios. Por otra parte, lo que ha perdido la fuerza del escándalo son las reivindicaciones que ahora, extrañamente, está tomando el Papa, y que son las básicas: pobreza, necesidad de solidaridad. Deberíamos volver a un plano religioso de ver quién es el prójimo, porque el sistema nos está arrasando a todxs. Las reivindicaciones a las que te referís son justas, pero ignoran lo que queda por fuera.”

Pero también fuera del sistema hay gente lgbtiq, por ejemplo parte de la población trans, expulsada de sus trabajos o de sus familias...

–La situación de esas personas es la consecuencia de prejuicios de índole sexual y social. Las 500.000 personas que están viviendo en villas sin urbanizar es un reclamo social, de la política. Esto es algo sistémico- económico. No soy especialista en el tema segregación de minorías, entiendo toda reivindicación y la firmo, pero creo que más allá de ellas, del matrimonio igualitario, que es una gran conquista argentina de la que todxs deberíamos sentirnos orgullosos, tendríamos que haber conquistado el aborto y todavía no lo logramos. A veces, estos avances en materia de reivindicaciones parciales hacen a la política hacer pactos para no transar con las cuestiones más delicadas, como el aborto, que toca intereses de la Iglesia, los médicos, el machismo encarnado.

En tu novela Desmonte, el obispo al que recurre la población originaria para que interceda ante los políticos para evitar el desastre habitacional y ecológico termina negociando con el poder. Esto sucedió en 2007 durante el papado ultrahomofóbico de Ratzinger, ¿verdad?

–Exacto. El obispo de Desmonte no puede hacer nada. En Salta, el Obispado de Orán ayudó mucho a los movimientos indígenas en ese momento en que era imposible ayudarlos. La Iglesia de Juan Pablo II, pasando por Ratzinger, fue una Iglesia sumamente árida con los movimientos sociales. El obispo de mi novela pertenece a esa Iglesia, la del Papa alemán y el polaco, que fueron profundamente reaccionarios y estuvieron haciéndoles el juego a los grandes poderes. Uno, el paladín de lucha contra el comunismo y otro el paladín de lucha contra los homosexuales.

A la luz de tus libros, se te ve como una autora sumamente política. ¿Ha ocupado algún lugar en tu vida la lucha de las agrupaciones gltbiq?

–Para mí todo el tema de la reivindicación gltbiq, lo confieso casi con culpa, siempre estuvo en un segundo plano respecto de, por ejemplo, los pueblos originarios, que siguen siendo la punta de lanza de la segregación capitalista. Hubo algo que aprendí cuando estaba en el Instituto Goethe en 1989, cuando cayó el Muro de Berlín. En Alemania estaba el feminismo occidental contra los derechos de las mujeres de la parte oriental. Las occidentales luchaban por la igualdad de los derechos de las mujeres con los hombres, que las orientales ya tenían conquistados. Y las orientales les decían: Esto ustedes lo van a tener solucionado cuando se socialice el sistema. Sucedió al revés, se hizo mucho peor, porque la situación de las mujeres siempre en el capitalismo pierde. Para mí es más terrible ver cómo la gente duerme en la calle que lo que yo pueda sentir como una reivindicación. Pasa por mi experiencia directa, aunque si tuviera ahora una pareja yo querría casarme con ella y lo haría, querría hacer uso de ese derecho. Y esto lo aprendí de mis amigas más jóvenes, pertenezco a una generación para la que el tema gay era mucho más tabú.

En tu novela La omisión la protagonista “omite” que su marido es gay a pesar de haber tenido con él un matrimonio de muchos años, ¿creés que esa doble vida era más común para otras generaciones que lo que es para las nuevas?

–Sí, en parte tiene que ver con un tema generacional. De todas maneras, yo me basé en una historia real, la de una amiga que vive en Munich y a comienzos de los 2000. Después de que murió su marido se enteró de esta historia. No hace tanto ocurrió esto, en Munich, en una clase social abierta. Hay que tener en cuenta que los problemas morales de nuestra clase alta son muchos y no nos damos cuenta hasta qué punto. Creo que en determinada clase actualmente esto podría estar sucediendo.

Publicaste La intemperie dos años antes de la sanción del matrimonio igualitario, entonces las cosas eran muy distintas. Contame cómo fue recibido el libro, de gran exposición para vos, además, porque es una novela bastante biográfica.

–La intemperie no tuvo críticas en ese sentido. En general, suscitó muchísima adhesión y la gente la consideró despiadada conmigo misma. Me gustó mucho lo que dijo María Moreno, que es una novela llena de pudor, y es cierto. Soy una persona muy pudorosa y no hay gesto de irrupción de lo gay hacia afuera, es más bien una novela de amor. Aquel fue un proceso de escritura sumamente doloroso y quise repararlo con la novela siguiente, La omisión; necesitaba ponerme a escribir ficción. Pero una no puede con su genio. Tampoco hubiera querido hacer una novela política con Desmonte y cada vez que recibe el mote de novela política pierdo mil lectorxs (risas).

El 2001 fue un momento en que caían todas las estructuras sociales, era ideal para la aparición de una novela como La intemperie, tan experimental y con la irrupción de un sujeto lésbico alrededor del cual narraste una historia independiente del patriarcado...

–No sé qué sería un sujeto lésbico, ¿vos sí? Yo lo pensaba mucho cuando tenía 20 años y descubrí que me gustaban las mujeres. Empecé a leer a otras mujeres para ver si escribían distinto, Luce Eregaray o Virginia Woolf, por ejemplo. Lo hablaba mucho con María Elena Walsh esto, con ella se podía hablar genial de estos temas. Era muy abierta y muy feminista a la antigua, ella era una gran militante del aborto. Me interesó pensarlo en ese momento, pero la teoría creció mucho y fue un tema que dejé de abordar. En cuanto al 2001, coincido en que entonces arrancó una época de gran apertura y pienso que ahora estamos en un momento de reflujo, donde hay muy pocos sujetos sociales nuevos. En aquellos años era muy gratificante salir a la calle y ver diversidad. Nosotros, desde el Instituto Goethe, saludábamos a los piqueteros que pasaban por la puerta. Aquella euforia reivindicativa fue el consuelo de lo que me estaba pasando en el terreno personal.

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