TEATRO
Apariciones sobrenaturales, amores no correspondidos, bromances y secuestros pasionales encarnan La piel del poema, la última obra de Ignacio Bartolone en la que las costumbres del interior y las leyendas tradicionales estallan rompiendo con todas las reglas.
› Por Magdalena De Santo
La obra –mención del VIII Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia– despilfarra procedimientos que el neobarroco de Sarduy parece haber enseñado. Con una yuxtaposición de signos y lenguajes, intertextualidad a rolete, código de actuación alto y corrido de toda intención realista, convivencia de espacios, desenmascarado artilugio sonoro viviente (a cargo de Franco Calluso) y exacerbada diversión, el texto compone una novela de amores gays y lésbicos no correspondidos en la provincia de Corrientes. Barroso de registro regional contemporáneo se describe en un contexto insólito “Lúgubres sombras de Sauce Llorón y un fantasmagórico brillo sobre los juncos que reflejan una luna que se presenta lobuna y gigante. Atravesando esta estampa macabra y zanjuda se abre paso un espíritu errante que brama por un amor perdido”.
Un personaje de artificio total inaugura el momento: gaucho maricón que se la pasa secuestrando a quien pueda para tranquilizar su corazón partido. El malevo (Marcos Ferrante) no será otra cosa que una estampita rosa por las orillas del Paraná. Ese espíritu errante tracciona la acción dramática al toparse con unas amigas que estaban por fumarse un porrito con las patas en el agua ante la inminencia de un beso posible. La grandota (Karina Elsztein) encarna la torta de provincia, marimacha por defecto que se descubre atontada de mariposas en la panza por su amiga re minita (Cristina Lamothe). Y así el bromance (amor entre amigxs) de las comedias norteamericanas se superpone como otra de las capas de análisis. Mientras tanto la policía navega esas aguas tranquilas en guardia poética. Un inocente poeta policía (Luciano Ricio) practica las pieles de sus palabras de justicia con un casette con voz de gallega que le enseña. Policía sin arma pero con birome funciona como narrador o alter ego naiv del propio autor. Poeta policía, repite comprensivo, y se lanza a la búsqueda del amor lesbiano. El poeta policía condensa otro tipo de compañerismo con su superior. Adorable gordo gritón, mandamás y dormilón (Ariel Perez de María) atormentado por un sueño que lo oprime: un paraguas en un ropero oscuro.
La piel del poema resulta hedonismo al servicio de la narrativa, transgresiones en clave de comedia, despliegue de actuaciones calientes que sobreimprimen una afectación verosímil de esta maquinaria teatral que, sin veladuras, un policía de pantaloncitos cortos quiere hacer el bien. En la mentira se abre ese mundo de posibilidades y un análisis casi metateatral de la voz del poeta que sueña un mundo mejor, que no discrimina a la machona y entiende que en esa invisibilidad lo que se juega es un rescate enamorado. El poeta policía infantil escribe las capas superpuestas de un mundo burocratizado y aburrido para tensarlo con el juego de lo sobrenatural y la creencia de que todo, o casi todo, es posible.
Viernes a las 22 en el C. C. Rojas, Av. Corrientes 2038.
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