Vie 07.08.2015
soy

A LA VISTA

La bestia de la ciudad sagrada

En Jerusalén, la Marcha del Orgullo Gay rondaba las 4000 personas, no sólo era orgullo sino valentía. Algunos grupos ultraortodoxos se habían manifestado calificándola de “repugnante”. Yishai Schlissel, recién salido de la cárcel, repartía panfletos donde llamaba a “todos los judíos fieles a Dios” a “arriesgarse a dar palizas”. Arremetió con su cuchillo e hizo la justicia que le enseñaron y que todavía anda suelta por el mundo.

› Por Julián Gorodischer

Viene llegando la multitud etérea y sonriente, baja por la calle King George V de la ciudad sagrada. Cantan, bailan, se besan, disputan territorio a los guardianes de la capital de la moral judeocristiana. Se menean a lo Shakira a pocas manzanas del lamento frente al muro. “Misionado de Dios”, se oyó entre el liviano aire del verano, “soy un misionado de Dios”. Ante los falos de piedra de la fachada de la Gran Sinagoga, sobre esa misma calle, él disimuló una reverencia.

Diez años cumpliste adentro, Yishai Schlissel. ¿Cuántos te esperan? ¿Te importa? El jueves 30 reincidiste en la Gay Parade de Jerusalén, como en 2005. Elegiste a Shira entre los seis apuñalados: una chica solidaria, estudiante de secundaria, buena mina, que estaba ahí para acompañar a un amigo; la marcaste con la daga en alto, según te capturó el fotógrafo de la AFP. ¿Le darás a esa agencia el World Press Photo por haber visto en un detalle el símbolo de un mal mucho más grande? Te quieren hacer pasar por freak, por tu semblante como salido de un manual de distorsión nazi; vendrías a ser el monstruo judío encarnado tal como Goebbels lo construyó en el siglo pasado, desviado, una excepción; sos repudiable hasta por los propios condes de la ultraderecha israelí: Baruch, Itamar, Ben. ¿O sos la expresión criminalizada de una incitación permanente al odio religioso y la segregación sexual de parte de las comunidades judías ortodoxas?

Apuñalaste al aire, meramente gestual; teatro sanguinario, el tuyo, pura retórica en el gobierno de los símbolos, escandalosos, para nutrir tu egomanía. ¿Sos vos ese Dios al que, dijiste, estabas misionado? De tu éxtasis místico, vibrante, pasaste –en segundos– al porte pasivo ante unos brazos vigorosos y dos cuerpos que te toman desde atrás. Permanecés, entonces, como extraviado, la mirada fija en algo, con la mejilla sobre la piedra (¡otra iluminadora foto de AFP!). La trencita pringosa deslizándose por la piedra cual culebra engañadora. Varios cuerpos masculinos sometiéndote sin que se te perciba una mínima incomodidad. ¿No te molesta la proximidad de esos monos, eh Yishai? Cuerpo flojo, blandito, quieto anticipando el nuevo encierro que –esta vez– durará toda la vida. Fuiste un astro fulgurante en la Gay Parade 2015, Yishai, único centro de atención. Cometiste un delito aberrante, duplicaste tu record del 2005, cuando apuñalaste a otros tres y mereciste diez años de condena. A sólo tres semanas de finalizar tu reclusión –tregua calculada–, procaz es tu expresión en el momento en que levantás el brazo derecho, en tu trajecito gris perla y chupines hasta los tobillos. En ese trance, clavaste tu punta engangrenada en Shira, y las otras víctimas de la King George V.

Hoy te señalamos, Yishai, a vos y a tus padres y tíos que te educaron con saña, los ultraortodoxos barbados autoritarios que en el ’75 saludaron tu nacimiento en aquel asentamiento de la Franja de Gaza. Vos, Yishai, y los llamados condes Baruch, Itamar, Ben, la expresión de la derecha belicista y prejuiciosa, que llenó de sangre el Parque de la Independencia, frente a la Gran Sinagoga prometiendo un judaísmo libre de desviación y lujuria. “¿Qué? –dijo Ben a las cámaras, con el cadáver de Shira todavía ensangrentado–, ahora van a venir a arrestarnos a todos los que nos oponemos a la Gay Parade? ¿Está prohibido oponerse a eso?”

Cuando se lo llevaban, bajando por la King George V –el jueves– Yishai se balanceaba como la sombra del muerto que ya era. Se movía y dejaba exhalar un gemido muy agudo y rítmico, constante. De pronto –en el video– abre la boca y respira con avidez. Tiene plena conciencia de lo que le espera: la vieja y conocida celda. “Nunca se movía de su asiento –lo define el guardia que lo custodió diez años, y lo espera–. Su pálido rostro imploraba misericordia.”

(Los fogones seguirán encendiéndose esta noche en algunas esquinas de la ciudad vieja, y en algunos parques: son los mismos que marchaban el jueves 30, que otra vez se vuelcan a las calles a estar juntos y a llorar a Shira, y también al bebé palestino Ali Dawabsha, al que un grupo de extremistas israelíes quemó vivo esta semana, y cuyo testimonio –el cuerpito envuelto en una bandera palestina, anudada en sus extremos, en una foto de Reuters– llena de horror, tristeza e impotencia a todo el que se atreva a dirigirle su mirada.)

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