LIBROS
El poeta y editor de 32 años Mariano Blatt publicó Mi juventud unida (Mansalva), un volumen que reúne cronológicamente sus poemas publicados desde el 2005.
Ni perdida, ni recobrada, simplemente al aire, la juventud de hoy (¿o ya es de ayer?) arde en este libro.
› Por Dani Umpi
¿Resulta apresurado hablar de los “dosmiles”? Parecería que hay que esperar otra década para que llegue la distancia, la evaluación y el revival. ¿Cómo era el mundo antes del Instagram o del Tumblr? ¿Qué les están contando a sus nietos los floggers y los rollingas? ¿Siguen leyendo blogs? En el medio de las vorágines de las redes virtuales, reales o imaginarias, ya hay clásicos, ya hay poetas con fans, con poemas “hits”, con legados y citas. Uno es Mariano Blatt. Mi juventud unida se encuentra facilísimo en las pilas de “novedades” de las librerías de Palermo, en las ferias de editoriales independientes o, probablemente, alguien te lo regale. Tiene un sello generacional o, al menos, es muy representativo de un sector del deseo juvenil porteño de la última década.
Me comporto como un fan al mostrarle un micro–fanzine llamado El chico que baila, que él distribuía en las fiestas Ruda Macho del 2003. Lo mira sin mucha sorpresa, como si estuviese acostumbrado a este tipo de abordajes freaky–gay–geeks y lamenta no haberlo incluido en la antología. “Entra perfecto”, dice. No soy el único que guarda esa fotocopia como una estampita. Ya entonces, desde el comienzo, Blatt se movía con un aura de rockstar tímido. No era la excepción porque en los “dosmiles” muchos adolescentes se sentían así en sus fotologs y sus chupines coloridos, de tiro bajo, marcado bultos y colas. En el sector más arty y queer de la adolescencia bonaerense de entonces todos parecían estar conscientes de que comenzaba “algo”. No se sabía qué pero se medía con “likes” y “seguidores”. Los más grandes veían que se repetía el ciclo de siempre pero, esta vez, con cámaras de celulares y hormonas más liberadas o libertinas.
Como en todas las generaciones, escenas y mundillos, hay escribas que desconfían de las imágenes y se encargan de registrar la voz, las palabras que surgen y las que se desgastan, la jerga, el imaginario acotado y la devaluación de conceptos. Con el Facebook naciente, modesto y poco entusiasta, sin ofrecer un futuro prometedor ni contenedor, arrancó una etapa en la que los apodos surgieron a partir de nicknames. ¿Desde cuándo los apodos incluyen números? “Salimos a bailar con Florcita92”. Fue una generación que no necesitó matar a la anterior, creciendo a la par de teorías no muy convincentes sobre amores líquidos hasta que llegó el 2015. ¿Cómo hablar de ese tiempo? Blatt tenía un Fotolog llamado “Nebraska Nevando” con muchos seguidores. Entre los paisajes contemplativos y brumosos de sus fotografías, los links a videos con filmaciones domésticas y los poemas que subía, empezaron a aparecer “Los Pibes de Oro”. Algunx se preguntará: “¿Los Pibes de Oro” vendrían a ser los “chongos?”. Respuesta: Ponele.
Los poemas de Blatt también son crónicas de un deseo adolescente raro, escritas con más tranquilidad que euforia, con la voz pausada y serena de un declamador con oficio en medio de una fiesta electrónica desenfrenada o una cancha de fútbol detonada de goles en contra. No me decido sobre cómo referirme a su tono. Estoy entre “saudade” (¿otra vez? ¿otro más?) o “longing” (que implica deseo, anhelo y añoranza). Tal vez la palabra más exacta esté en español y sea, simplemente, “nostalgia”.
“Lo que hago es el estereotipo del poeta escribiendo sobre el objeto de la belleza. La belleza de un chico, de una edad y de un momento en el que te das cuenta de que es el mejor de tu vida y se va a terminar. Soy un nostálgico anticipado: pienso que eso será un recuerdo. Es una forma de escribir y de sentir, como los que dejan lo mejor del plato para el final. Te das cuenta de que lo lindo se te está escapando, que va a llegar un clímax y después, baja, se termina. No es para siempre. Te da tristeza y bronca que termine. Me gusta lo que está por pasar. Cuando comienza a pasar, ya pasó.” Ese es el tono. Entre lo cotidiano y lo idealizado. La noche, el barrio, el oficio de escribir, la autogestión cultural con amigos, el fútbol, las drogas en medidas controladas, las remeras de las bandas que te gustan, los hinchas de equipos deportivos, las bicicletas, los mp3, los skaters, los tatuajes, los perros, el mate, El Tigre, la guitarra, Internet, los alambrados, las vías, la ciudad vista como pueblo, la búsqueda del pueblo, el campo y la provincia. Blatt tirado en el pasto anotando lo que pasa y lo que mira. Pasan siempre “Pibes de Oro”, adolescentes amigos que escupen, se lesionan, fuman, se quitan las remeras y se parecen mucho entre sí. ¿Está enamorado de uno o de miles? Nunca se sabe cuántos amigos son, cuán enamorado está de ellos ni cuánto sexo tiene. No se puede contar. Basta con enumerar.
“Pienso que esos pibes de la esquina están enamorados pero no se dan cuenta. Ser amigos a los 17 años y estar en cueros así como están es como ser novios. No tengo dudas de que quieran tocarse. No puedo creer que estén en verano, con ganas de tomar una cerveza y no estén calientes uno con el otro. No veo otra posibilidad. No les creo”. Lo dice de tal modo que confirmo mi especulación de que su deseo no está a la deriva como en lugares comunes del homoerotismo, donde el estereotipo de poeta se “deja llevar” por el chongo de otra edad, otro sector social, otra galaxia misteriosa. No es un deseo rehén sino, por el contrario, poderosamente dominante. “Sí, es verdad. No me identifico con eso de estar fuera y ver algo diferente. Cuando pienso en mi dominio, pienso que les hago hacer algo que ellos quieren hacer pero no se dan cuenta”.
Es un goce de la vagancia pero siempre acechada por el deseo. La imagen de Blatt no es muy distante a la de esos pibes que desea. Están al acecho de la mirada del poeta y de sus propios deseos, del galanteo consciente de que ir de la caricia a la piña es sólo una cuestión de grados. Están tanteando los límites con los dedos y las palabras. Todo se vuelve un juego erótico o se ordena en función de esa pulsión. No es sólo reconocer la belleza. “Yo me pongo muy autoritario. Pienso ‘ése pibe es lindo, le tiene que gustar a todo el mundo, te sientas gay o no’. Su cuerpo lo dice, la piel, su manera de moverse, todo. No existe ser que no se sienta atraído por un pibe que está en cuero tirado en el pasto. Es como el sol”.
En ese universo erótico, la zona de Agronomía es un limbo, un páramo. Las otras zonas son la pista de baile y la cancha. “Son espacios codificados, ritualísticos y masculinos. En la cancha son como dos mil personas en cuero gritando frente a otros dos mil haciendo lo mismo. Son ambientes desbloqueados y cuando la gente está desbloqueada tiene una capacidad de lenguaje increíble. La jerga que se construye entre grupos de amigos son pura inventiva, hay un montón de material pero siempre está el riesgo de verlo desde afuera como una rareza”.
–Debe haber crecido.
–Es un nombre que se lo robé a un pibe de La Plata con el que chateaba en esa época. Lo conocí por Fotolog y yo estaba medio enamorado. Chateábamos por MSN y no me daba mucha bola. Era un chico recio, de barrio de hace diez años y era el típico “cero ambiente, onda nada que ver”. Le gustaba mucho un chico de su barrio y lo llamaba “El Pibe de Oro”. Era muy lindo cómo chateaba, los giros lingüísticos que tenía y no era consciente de que lo que estaba diciendo estaba bueno. Yo le decía que hacía poemas con sus frases y le parecía una estupidez.
–Sí. Yo digo “robar” pero no es robar. Creo que la función del poeta es ésa: mantener el recuerdo de cómo se usó el lenguaje en una época. Los escritores en general tienen muy educado el oído. Los amigos a veces no son conscientes de que lo que dicen está bueno. Les parece ridículo que alguien lo escriba y lo transforme, que después se va a hacer un libro, que alguien lo va a leer y le va a gustar.
Todo piola, la obra de Mariano Blatt, Gustavo Tarrío y Eddy García podrá verse, en el marco del FIBA, el martes 29 de septiembre a las 18 y el viernes 2 de octubre a las 23.30, en el Teatro del Abasto, Humahuaca 3549.
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