ES MI MUNDO
La pasajera, un documental chileno que nunca termina de filmarse por las sucesivas –y a veces encubiertas– prohibiciones y la falta de apoyo financiero, pone en escena la discusión sobre si Gabriela Mistral era lesbiana o no, en un país, Chile, donde su figura es la de una heroína impoluta y asexuada, digna de adornar los billetes de cinco pesos. El debate, que para los más conservadores es sólo una manera de enlodar a la Premio Nobel, sirve para preguntarse por qué para las mujeres la única sospecha que podría confirmarse es la de ser heterosexuales.
› Por Patricio Lennard
Cuando a mediados de 2003 salieron a la luz un puñado de cartas y manuscritos, de entre los muchos papeles que el chileno José Donoso había dejado tras su muerte como legado a la Universidad de Iowa, en los que hablaba del conflicto que para él significaba sentirse atraído sexualmente por hombres (¡si hasta hay cartas en las que le hacía referencia a su futura mujer de su temida bufarronería!), la campaña por sacar del armario a Gabriela Mistral ya estaba en funcionamiento. Algo que hasta ahora no ha sido nada fácil en un país reconocidamente pacato como Chile, toda vez que la Mistral es, además de una gloria de sus letras y la primera escritora latinoamericana en ganar un Premio Nobel, un verdadero prócer cuyo rostro adorna los billetes de 5 mil pesos y su nombre bautiza calles, plazas, universidades, escuelas. Por eso la pregunta sobre si Gabriela Mistral era o no lesbiana marca una de las controversias más escandalosas de la que se tenga memoria en la cultura chilena. Con el agravante no menor de que, a diferencia de Donoso, de quien no es difícil suponer que si incluyó esos papeles comprometedores era porque no le importaba que después de muerto se conocieran, en el caso de Mistral no hay pruebas concluyentes sobre su sexualidad, sino sólo chismes, suposiciones, ocultamientos, intrigas.
Un nuevo avatar de la escabrosa polémica tuvo lugar este año, cuando fue subido a Youtube el avance de una película que gira en torno de la relación amorosa que Mistral habría tenido con su secretaria estadounidense Doris Dana (quien la secundó varios años hasta su muerte, en 1957, y fue declarada por la poeta su heredera y albacea), y en el que se incluye una escena en la que ambas aparecen besándose. Protagonizada por la actriz Claudia Celedón (cuyo parecido físico con Gabriela Mistral es notable), y dirigido por el artista Francisco Casas, quien en los ’80 formó junto a Pedro Lemebel el colectivo "Las Yeguas del Apocalipsis", La pasajera es un film que todavía no se rodó en su totalidad, aunque el proyecto existe hace más de ocho años. "Este work in progress fue duramente censurado, años atrás, por el Estado chileno y también por la prensa chilena", reza en su comienzo el trailer de la película, que dura nueve minutos y puede verse en la Web. Una denuncia que no sólo desnuda los problemas que el proyecto tuvo desde sus inicios (no sólo no pudieron obtener financiamiento en Chile sino que el gobierno mexicano, que se había comprometido a financiar la película, luego decidió no hacerlo) sino también los enormes resquemores que existen a la hora de indagar en la sexualidad de la poeta.
Uno de los gestos más audaces, en este sentido, es sin duda el libro titulado A Queer Mother for the Nation: The State and Gabriela Mistral (título sin traducción al español), escrito por la norteamericana Licia Fiol-Matta, profesora de Cultura Española y Latinoamericana en la universidad de Barnard, y sobre cuyas ideas Casas se valió para escribir el guión de su película. Allí, Fiol-Matta considera que "Mistral era una lesbiana de clóset" y conjetura que su largo exilio (en 1922 ella emprende un viaje a México, convocada por el gobierno para colaborar en un proyecto de reforma educativa, y desde entonces no vuelve a residir en Chile) "es bastante posible que sea, en parte, un exilio sexual". "En mi libro no trato de probar que Mistral sea lesbiana, aunque su vida tiene muchas señales de lesbianismo", declaró Fiol-Matta, para quien, si bien no se han conocido hasta ahora evidencias concretas, es bastante probable que se hayan ocultado o destruido cartas que oficiaran de prueba de la homosexualidad de la poeta.
Muchas han sido las voces que se han levantado en este tiempo para defender a Gabriela Mistral de los intentos por "lesbianizarla". Sin contar la catarata de críticas que el libro de Fiol-Matta suscitó en el periodismo chileno (el diario El Mercurio consideró una "lástima enorme" que se pretendiera convertir a la poeta en "estandarte para los derechos de los homosexuales, mermándole su importancia de escritora con una causa que ella jamás amadrinara"), un crítico de la talla del recientemente fallecido Volodia Teitelboim, autor de una de sus biografías más importantes, expresó su rechazo a la idea de que una película ventile el supuesto romance que la poeta habría tenido con su última secretaria arguyendo que "enloda la memoria de una gran mujer chilena y latinoamericana". No en vano Teitelboim ni siquiera menciona en su biografía, titulada Gabriela Mistral, pública y secreta, las especulaciones que al respecto existían cuando publicó su libro en 1996, más allá de que sí se mete con otros aspectos de su leyenda negra, como el abuso sexual que Mistral habría padecido a los siete años y el horror al sexo que se dice que sufría.
La selección de su diario íntimo que Jaime Quezada publicó con el título de Bendita mi lengua sea ha sacado a la luz una llamativa anotación (que deja ver que los rumores ya corrían en vida de Gabriela) que a más de uno le ha servido para desacreditar sospechas. "Y hasta me han colgado ese tonto lesbianismo, que me hiere de un cautiverio que no sé decir. ¿Han visto tamaña falsedad?", escribía Mistral con tono de enojo. Frase que constituye, según Quezada, la única ocasión en que la poeta realiza una reflexión o una queja sobre el tema del lesbianismo en su diario, y en la que quienes adscriben a la teoría de la mascarada no ven otra cosa que el fastidio que seguramente le producía que se murmurara a sus espaldas algo que ella se cuidó de mantener en secreto.
Acaso a esa frase bien podría confrontársele esta otra, de una carta de Gabriela a Doris Dana fechada en diciembre de 1948: "Cuando tú vuelvas, si es que vuelves, no te vayas enseguida. Yo quiero acabarme contigo y quiero morirme en tus brazos". Palabras en las que Mistral formula un deseo que finalmente cumplirá en su lecho de muerte, y que destilan algo de la pasión que las actrices del film La pasajera imprimen, hasta donde se puede ver, a sus personajes. "Ya era hora de romper con la imagen de profesora rural de Gabriela. Ella era gozadora, le gustaba el trago y fumaba muy masculinamente. Su lesbianismo era demasiado evidente. Ella y Doris grababan en cintas sus conversaciones y toda su intimidad. Obviamente, ella quería que todo su país supiera que era lesbiana", dijo Claudia Celedón en una entrevista. Una manera un tanto extrema de interpretar el asunto, ya que es bastante cuestionable que Mistral, pudorosa como era, haya querido exponer por motu proprio su sexualidad, siquiera póstumamente.
Pero algo raro hay, de eso no hay duda. Por más que quienes pretenden mantener a la Mistral en el pedestal de maestra de todos los niños de América, de madre asexuada y mujer religiosa (una imagen que ella misma se encargó de forjar a lo largo de su vida), no quieran saber nada con la posibilidad de que se sepa cuán lesbiana fue o dejó de ser, o pudo haberlo sido. Más allá de lo necesario que es hacer honor a la verdad y dejar de lado cualquier planteo homofóbico que pueda infiltrarse en el asunto, también hay que decir que las lecturas en clave queer de su obra, sin contar lo inútiles que puedan llegar a ser, corren el riesgo de caer en el craso biografismo, buscando una corroboración literaria de una aspecto de su vida signado por la discreción y el decoro. "Toda obra es autobiográfica, pero no de la manera que ustedes creen", dijo alguna vez Gabriela Mistral. Y el resto, como sabemos, es literatura.
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