Vie 25.09.2015
soy

A LA VISTA

Caminando en tierra minada

En las paredes de la fiesta se anuncia Ciclo TRAA. Para que mujeres que gustan de mujeres puedan interactuar en un ambiente descontracturado y sin poses. Aquí, una crónica del encuentro pasado, con vistas a los encuentros que se vienen.

› Por Paula Amarilla

Caí de prepo, mis pasos venían empujados por la insania de la paranoia de Once, el espacio Dínamo a metros del Konex no me parecía el mejor lugar. Siempre me pregunto por qué a los hippies les gusta hacerse los peligrosos. Pero, exageraba y llegaba. Una humareda de puchos se partió en dos y le corrió el velo a una vieja escalera de mármol. La crucé y trepé a la cumbre donde una pelicorti me dio un bono contribución de 5 pesos. Sí, 5pe, y festejando la solidaridad hippie anti–money entré feliz.

Atravesada la admisión, me dirigí hacia mi derecha hasta un salón bastante grandecito con balcones. Vislumbré a unas amigas, las saludé y me adentré en la atmósfera debidamente aclimatada. Me detuve a observar y sin querer me engulló el impacto divertido de unas pinturas a puro lienzo que ondulaban sobre las paredes, al principio eran dos gambas anaranjadas cuyo eje era una mata peluda. A su lado una lengua larguísima que zigzagueaba dentro de una concha multicolor, lengua coronada por una sonrisa mulata de mirada cómplice, la secuencia continuaba con dos cuerpos enroscados de manos serpentinas que traspasaban vestidos para empaparse y enrularse manos. Todas las musas detentaban en sus ojos un café intensísimo que te inyectaba torteína directo al clítoris. Así la decoración se te iba inyectando y cual yonkee iba buscándolos y pinchándome. La secuencia finalizaba con una mujer despatarrada cual maja desnuda que te clavaba un bésame.  

Siguiendo, en una de las ventanas colgaba una cartulina colorida que aullaba la misión del lugar “para que mujeres que gustan de mujeres puedan interactuar en un ambiente descontracturado y sin poses”. Resumiendo: podés venir hecha un culo que no pasa nada. Demos paso a la torta salvaje. Así que mis ojos volvieron al espacio contractura–free que había y sí, éste era el paraíso de la torta hippie o punk: rastas, rapados, greñas, despeine y un conjunto de ropa con un mínimo de combinación daba vuelta, rematadas de sonrisas y churritos. De repente, en medio de mi cuelgue un bum atruena mis oídos, un tambor desde la sala de espectáculos reclamando ritmo para entrar. Y empezó a sonar una blonda hippie, cantaba y rasgaba sus cuerdas acompañada de otras músicas y a una poeta sumada que envolvía a todo en el encanto perfecto de la improvisación. La espontaneidad total. De pronto surge coreo y un grito nos levanta el culo para hacer carne la música. Empezamos de derecha a izquierda, brazos para abajo para arriba y blablablá, yo ya me había perdido en la segunda instrucción. Pero hacer el ridículo en grupo garpa. Después del meneo, se dio paso a nuestras poetas. Siempre me genera un sentimiento doble verlas aproximarse: la huida segura o dejarme a mi suerte. Mi solidaridad sáfica pudo más y quedé inmovilizada. Tuve suerte a medias las odas amorosas brincaron felices (algunas), otras simplemente me hicieron teletransportarme a un mundo de menos palabras. 

Una vez terminado el canto al tortilove, caí con cerve y tres vasos a una mesa cerca del balcón. Qué lindo tanta charla desperdigada. Pero, sorpresa al rato registré algo en común: mientras charlabas, te pasaba que cada tanto levantabas la mirada y una concha garabateada o un par de tetas te pegaban en el iris y de automático te exprimías la entrepierna. ¿Acaso el ciclo TRAA estaba tratando de crear algún tipo de acondicionamiento pavloviano pelviano asociando esas pinturas y entrepiernas a algo más? Porque hambre, sí que había y cómo empezábamos a salivar. Y funcionó porque si bien el lugar estaba iluminado y con música que permitía parlotear, una llamita (¿o velitas?) iba apareciendo en los ojos de las chicas que dio chispa de trompo a una botellita para girar y dictar besos en el medio de un círculo de culisentadas. 

Observé un rato entretenida, tanteando la ronda. Había entrevisto un chico con pollera tableada y con chapas capilares infiltrado, pero besar a un chico–chica es menos trágico que besar a chico sin pollera. Nos miré y me reí, éramos un grupo de retardados (léase demorados) adolescentes que luchaba nomás por recuperar su Neverland. Así que, decidida me acerqué y reclamé mi partecita en la ronda. Luego de tirar mi nombre y un saludo, la botella volvió a girar con envión con la tapita roja que coronaba la flecha. La botella para y dos tortas son apuntadas, una de treinta y tantos que se abalanza con pseudo recato hacia la otra de veintipico, veo pasado y futuro confluir hacia un beso fugaz, la inocencia de las ganas que se encuentra con la cara de torta drácula transformada por los años. Y a pesar del encuentro cronológico, nah, un beso ahí, todavía hay deseo atragantado y un dejo de pudor.

De vuelta la botella gira y ¡pumba! Niño con tablas con niña pantalón = beso infante. La botella hambrienta vuelve al spinning, la tercera es la vencida, e insolente me marca a mí y al chico–chica, me envalentonó y me acercó a su melena liviana y le estampó un beso de película: cara en manos, mirada con estrellitas por ojos, y un lengüetazo fatal. Efecto: hinchada que aúlla. A ver si subimos la temperatura. Un poco más animadas, los besitos alternan con besazos y mientras un porrito amigo va pasando, la fraternidad sáfica se restriega.

De repente a alguna se le ocurre una nueva manera de ponernos en contacto, y grita ¿quién tiene cinturón? Y dos voluntarias levantan mano. Desafío: desabrochar el cinturón sin manos a pura boca lo más rápido posible. Presta me ofrezco como voluntaria y caigo de rodillas, delicia, me toca cinturón de una chonga pelicorta con mechón enrulado y camisa leñadora apretada, vislumbro apenas el principio de un bóxer simpático que se asoma. Ya calculo que para este momento debo tener la sutil cara de típica torta pajera, ñami.

Abro mi boca lo más ancho posible, le clavó los dientes al pedazo de cuero atrapado en la hebilla y me tiro para atrás rabiosa, de paso aprovechó y tironeo aún más de adelante para atrás para mimar a mi chonga. Cuando dejo ese huequito dibujado por el cuero aún atrapado en la hebilla le meto mi larga lengua y mientras lo lengueteo, voy tirando para atrás con los ojos fijos en el cinturón. De reojo subo la vista y miro a mi voluntaria que me observa con ojos desorbitados mientras la hinchada alienta y grita, yo me tomo mi tiempo. Pero, ouch, mi oponente se ha tomado las cosas muy en serio y termina rápido, ovacionada por tanta eficiencia.

Me relamo mi boca con gusto a cuero y me levanto del suelo. Al instante, me percato de que está una de las rockeras de la TRAA. Una niña punk rapada con un pulóver verde abuela, pantalones de jean transparentados y zapatillas que hace rato dejaron la vida útil. Sí, no es la rockerita brandoniana hiperlookeada y de dilema existencial, así que me dejo engañar por su profundidad trash rockera, total a quién le importa. Y el saludo de “¿te conozco?” cae previsto como beso–taladro y terminamos a los tumbos contra las pinturas, a ratos paro, le levanto su pulóver demodé y le pellizco sus tetas al aire libre, siempre tuve espíritu de pornoterrorista. 

Triste se apagan las luces, ya es tarde. Bajamos y vamos hasta el auto, nos estrolamos contra la puerta, pero no me decido a abrir. ¿Tengo que dejarle una chance a mi adolescente interior a que se revuelque con ansias en un callejón oscuro con mi pelirapada? ¿O mejor me voy a dormir? Salgo de la TRAA con la sensación de que algo falta, siento todavía el olor a calentura de entrepierna restregado en mi piel y me dan ganas de volver y ofrecer viaje a todas, un auto plagado de repostería que sin fin saque tortas una tras otra, una ametralladora de tortas tracatracatraa.

Sí, mejor arrastrar a toda esa torta hasta la plaza Once, sí a invadirla marchando con una fila de conchas peludas al aire gritando e invocando al cielo que nos caiga una lluvia de faso y birra para todo el mundo, y así danzar embarradas y llenas de amor pelvifraterno. Sí, hagamos de Once nuestro Woodstock tortesco y afilemos sonrisas, capaz en una de esas no nos matan.

CICLO TRAA. Sábados 3 y 10 de octubre a las 23, Espacio  Cultural Dínamo Sarmiento 3096.

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