CARLOS FIGARI VS. DOñA SOFíA
› Por Carlos Figari
Impávida y sosegada, piadosa de peinetón y mantilla, pero dueña de palacios, colecciones de arte millonarias y yates en el Mediterráneo, así ha sido vuestra vida, destronada princesita griega que por obra del destino se entronizó como reina española. Digna representante de una casa real famosa por su bajo perfil y por su vasta producción de infantes medio bobos, el umbral de los ’70 os ha despertado alguna gana de superar tanta intrascendencia.
Es así que para festejar cumpleaños os habéis dispuesto a escribir vuestras memorias: dejar a la posteridad testimonio de una vida tan sosa. La periodista Pilar Urbano, que en dos meses de entrevistas se aburrió como una ostra, tuvo que hurgar para encontrar algún hito que por lo menos diera algo de que hablar. Y claro, cuando la reina levantó —un poquitito nomás— su mantillita negra de encaje, salieron sus monocordes palabras, evidenciando el supuesto progresismo hipócrita del que hace gala: “Puedo comprender, aceptar y respetar que haya personas con otra tendencia sexual. Pero... ¿que se sientan orgullosos por ser gays?”.
Pero Vuestra Majestad podría preguntarse muchas más cosas: ¿quién puede sentirse orgulloso de ser indígena?, ¿quién puede sentirse orgulloso de ser negro?, ¿quién puede sentirse orgullosa de ser mujer? Una doña tan ilustrada debería saber que si todos estos colectivos discriminados no hubieran hecho, a lo largo de la historia, un dificultoso proceso por el cual reivindicaran su derecho a ser bellos, buenitos, limpitos, en definitiva, “humanos”, aún estarían bajo la mita y servidumbre españolas, en los barcos negreros o en las hogueras de la Inquisición, tan caras a la Corona de España. Por suerte, lxs “anormales” no nos callamos, como manda su esposo, y estamos orgullosxs de ser lo que somos, aunque aún algunas veces sintamos el olor a carne quemada.
Peor aún, intentando ser graciosa —inteligente no os sale— habéis agregado: “¿Que se suban a una carroza y salgan en manifestaciones? Si todos los que no somos gays saliéramos en manifestación... colapsaríamos el tráfico”. Si los que no son “normales”, como apunta doña Sofía, efectivamente ocuparan la calle, si saliesen indígenas, negros, las “otras” mujeres, los gays, lesbianas y trans e inmigrantes ilegales, con seguridad los “normales” deberían agarrar su dorada carroza real y huir despavoridos por miedo a terminar como su colega María Antonieta en el vecino país galo, con la cabecita hueca en donde mejor lucen las testas de la realeza: la guillotina.
En vez de criticar que los gays y lesbianas decidan “vivir juntos, vestirse de novios y casarse”, debería estar más preocupada por su propio yerno, pues como dijo alguien recientemente en la televisión española: “Dos infantas no pueden estar juntas, y Jaime en su estética era más infanta que Elena”. El excelentísimo Don Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada, hijo del Conde de Ripalda, flor y nata de la nobleza de Castilla, fue desplazado del palacio por un secreto a voces: sus numerosos amoríos, sobre todo con sus íntimos y nobles amigos.
“Hay muchos nombres posibles para dos personas que deciden casarse —dice la reina—. Contrato social, contrato de unión... Pueden estar en su derecho, o no, según las leyes de su país: pero que a eso no lo llamen matrimonio porque no lo es...” Paradójicamente, el suyo es el primer Estado de mayoría católica que permite justamente el matrimonio entre dos personas, sin importar su sexo. Pero Sofía estaría tan ocupada dándonos a los latinoamericanos premios de literatura que no podría enterarse de las leyes vigentes en su propio país.
Con total inocencia, el presidente del Colectivo de Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid (Cogam), Miguel Angel González, expresó: “Nosotros siempre hemos respetado a la Familia Real, pero que doña Sofía no haga estas declaraciones como reina de España sino como una persona más”. No entendieron bien de qué se trata la monarquía y lo que representa, sobre todo el ser reina de un país que conquistó, sojuzgó y expolió medio globo terráqueo.
No obstante, queda el consuelo de que con todo el escándalo que despertó el destape de la calladita (que también la emprendió contra el aborto) su abúlico marido estará comprendiendo que su famoso “por qué no te callas” tendría que haber empezado por casa.
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