Vie 30.10.2015
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Televisión abierta

IncaaTV presenta este lunes un ciclo de cine nacional de ficción sobre diversidad sexual que se extenderá durante todo noviembre, sumándose a las actividades que acompañan el mes de la Marcha del Orgullo. 30 años de cine argentino representados en Otra historia de amor (1986, Américo Ortiz de Zárate), Ronda nocturna (2005, Edgardo Cozarinsky), Un año sin amor (2005, Anahí Berneri), Vil romance (2009, José Campusano), Lengua materna (2010, Liliana Paolinelli) y Las pibas (2012, Raúl Perrone).

› Por Adrián Melo

Que el cine, su producción y su circulación tienen una relación directa con las imágenes permitidas y no permitidas que una sociedad se hace en relación a prácticas e identidades, no es un descubrimiento. Las ficciones y los personajes llegan a producir discusiones que pueden catalogarse como políticas. Por estos días, el actor irlandés Pierce Brosnan declaró que el próximo agente 007 “debería ser homosexual o negro” (sic). Le respondía tardíamente a Roger Moore quién ante el eventual protagónico del actor negro Idris Elba había declarado que “James debería ser interpretado por un inglés–inglés. El ex agente 007 dijo que en realidad fue una broma, que quiso decir que la productora de Bond no permitirá un Bond gay mientras viva y que por ello ve más factible que Bond cambie de color (“por algo hay que empezar y podemos comenzar eligiendo a Elba”, dice Brosnan) a que salga del armario. Los actores que lo interpretaron convirtieron a Bond en el prototipo de la masculinidad. No solo valiente y audaz sino particularmente aventurero, bon vivant, lujurioso y mujeriego. Por algo uno de los modelos en que se basó el autor para crearlo fue el tenebroso Porfirio Rubirosa (1909-1965) quien bajo el ala del dictador Trujillo alternaba en República Dominicana la práctica de asesinatos políticos a cuenta de su jefe con las proezas sexuales con legendarias mujeres del jet set tales como Ava Gardner y Marilyn Monroe, entre tantas otras. (En Plegarias atendidas Truman Capote habla del “descomunal tamaño” del pene de Rubirosa).  

Un quiebre a tanto exceso de masculinidad dinosauria lo produjo Daniel Craig. No solo porque desde la icónica escena en que emergiera de las aguas exhibiendo sus músculos en Casino Royal, Craig-Bond rubio se convirtió particularmente en objeto de deseo de hombres y mujeres; no solo porque venía de interpretar al  asesino Perry Smith que en la película Infamous se besa apasionadamente con Truman Capote sino también porque en el 2006 el actor –aunque ahora se desdiga-, pidió que hubiera escenas gays en su siguiente película de la saga Bond para satisfacer a todos y a todas. En todo caso sería un acto de justicia poética a tanta historia siniestra y diabólica deconstruir al viejo personaje de Ian Flemming.

La posibilidad de que circulen masivamente películas queer, como ocurre en el caso de la selección del Incaa TV, son sin duda una política de ampliación de derechos que empieza por casa.

Otras historias de amor

Como en el caso Bond, uno de los aspectos más destacables de la selección de películas propuestas por el ciclo de IncaaTV son las categorías que entran en juego en relación a las denominadas diversidades sexuales: principalmente clase social pero también etnia y nación. Quizás justamente la subversión de las imágenes sobre gays, lesbianas y travestis consista en ampliar las miradas y ver como intervienen otras variables en las formas de vivir, amar y pensar las sexualidades diferentes a la heteronormatividad. En la ya clásica Otra historia de amor, la subversión es conocida. No se trata aún de etnia, clase social ni Nación. Se trata de la historia de amor de dos jóvenes blancos, masculinos, de clase media. La imagen más escandalosa es la de dos cuerpos desnudos frente a frente y una copa de vino en primer plano que vela pudorosamente el beso entre los enamorados. La subversión consiste en el primer final feliz para una historia de amor entre hombres en la cinematografía argentina.  

Frente a la ausencia de un corpus cinematográfico argentino que registre el trauma de la epidemia del sida y la manera en que operó sobre una comunidad cuyos seres humanos iban perdiendo apocalípticamente sus cuerpos bellos, sus amigos y sus amantes, se presenta Un año sin amor. Sin embargo, Un año… es una película post–sida. Para el año de producción de la película el sida ya se ha instalado en la cultura homoerótica como enfermedad crónica. Y las huellas que dejaron los años trágicos del sida corren paralelos a los del neoliberalismo: el retraimiento de la vida al ámbito de lo privado, el abandono de las calles y la aparición de los nuevos escenarios neocapitalistas para la vida gay: discotecas, clubes sadomasoquistas, saunas, cines y otros sitios privatizados. Por ello, por más que trata el sórdido tema del sadomasoquismo la película posee una estética glamorosa propia de jóvenes cool y no choca a un público más o menos masivo de clase media. También Ronda nocturna puede ser leída como una película sobre el neoliberalismo y no solamente por las imágenes que muestran la marginalidad y la pobreza de la ciudad de Buenos Aires en bruto sino también porque la única manera en la que aparece la homosexualidad en la escena pública –como en otras ficciones literarias y cinematográficas de la época- es a través de la prostitución.  

En Las pibas, la clase social desprotegida se vislumbra a través la cámara observadora y distante que se encarga de mostrar en las paredes descascaradas y oscuras -el espectador siente hasta la humedad- de las habitaciones donde transcurren las escenas de las dos pibas que están decidiendo si continúan o no su relación amorosa. La otra referencia a la clase social es el trabajo alienado (Perrone lo registra magníficamente en repetitivas escenas) que sufre una de las pibas y donde no está exenta de la violencia masculina en su máxima expresión simbólica y física. 

Finalmente Vil Romance (Celestino, 2009) se erige como película ejemplar que amalgama, a través de la materia prima del sexo y de la violencia, la homosexualidad y la manera abusiva en que se expresa la dominación masculina en una versión para nada idealizada –todo lo contrario- de los sectores marginales (la violencia latente y la crudeza de los diálogos y del sexo entre la pareja protagónica solo encuentra su equivalente literario en El niño proletario de Osvaldo Lamborghini). Es interesante el rol del tercero en discordia (interpretado por Javier de la Vega), un extranjero en todo sentido de la palabra que invade un territorio ajeno con su belleza insultante. Por eso es atacado con una virulencia xenófoba. En ese sentido, también el personaje de la madre de Lengua materna es una extranjera que intenta ingresar en el mundo lesbiano de su hija (los bares, la casa de la amante mujer) para poder comprenderla. Y en ella aparece evidenciado cierto sentido común retrógrado de la clase media en donde es tan trágico una hija lesbiana como otra hija que tuvo cinco abortos.

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