SECCIÓN POLÍTICA
Muchas veces en tiempos de elecciones se suele interpretar cuántas representantes de las llamadas minorías se postulan y cuántas ganan, como una señal de avance. Luego de la aparición de mujeres presidentas en esta última década, y con la flamante elección de María Eugenia Vidal como gobernadora de Buenos Aires, vuelve a aparecer este criterio. La antropóloga argentina Rita Segato pone en cuestión esta idea, así como el concepto de crímenes de odio y la mirada eurocéntrica que todo lo empaña.
› Por Franco Torchia
Este uno de los errores de la fe estatal de los feminismos eurocéntricos, porque los movimientos sociales también pueden ser colonizados, como el feminismo y los movimientos LGTBIQ. Lo primero que escribí después de mi tesis de doctorado en 1984 relata una situación real de “transitividad de género”, como le llamé, vivida por personas de tradiciones religiosas afrobrasileras. Brasil es un país que tiene tradiciones de sexualidad no normativas muy ancestrales: formas de masculinidad femenina, de feminidad masculina. Formas de inventivas muy propias de diversidad sexual que cuando surge el movimiento de las identidades políticas enlatadas, globales, esas formas propias de ser otro dentro de la sexualidad son totalmente estigmatizadas y reprimidas, dominadas por los modelos de sexualidades masculinas otras del Norte: el gay neoyorquino, con botas y musculoso, que se burla, estigmatiza y persigue al gay femenino propio de las tradiciones brasileras, por ejemplo.
Claro, vamos descubriendo lentamente dentro de los movimientos como el feminismo y el LGTBIQ, que en realidad la forma de mirar las cuestiones y las reivindicaciones, en los países centrales, o de modernidad avanzada y capitalismo avanzado en países blancos, es una. Esta idea de que en el Estado se ganan las batallas, de que es necesario institucionalizar nuestras reivindicaciones, de que mujeres en los puestos garantizan la situación de las mujeres en general, es una idea muy eurocéntrica. El Estado es una estructura eurocéntrica. Uno dice “Estado” y piensa en los estados nuestros, republicanos, en el caso de los países hispánicos, los estados criollos; y luego piensa en los estados europeos, que son el paradigma del Estado y uno dice: “Es lo mismo”. La misma entidad.
Es peligrosísima la fase del encapsulamiento que vive la humanidad. Hay una frase de Hannah Arendt en el último volumen de Los orígenes del totalitarismo que me fascina: ella dice que en Alemania, en los prolegómenos del nazismo, la gente no estaba sola, estaba aislada. Soledad y aislamiento son dos cosas totalmente distintas. El aislamiento es la condición de posibilidad, el caldo de cultivo de los autoritarismos, de los diversos tipos de autorit arismos que puedan existir, porque ahí, en su aislamiento, las personas tienen desconfianza las unas de las otras. Hemos sido programados para tener una desconfianza enorme de los mundos comunitarios y colectivistas. Y eso es un error: lo único que puede proteger a las personas son colectivos donde un régimen de reciprocidad esté vigente. A los valores de la Revolución Francesa, de la Modernidad -Libertad, Igualdad, Fraternidad- les falta un cuarto elemento que es indispensable: la reciprocidad. La reciprocidad localiza, arraiga, trae a las personas a la realidad de su mundo y de su entorno, de sus vínculos. Es central para poder protegernos. Aprender a dar y aprender a recibir. Eso es lo único capaz de protegernos: no el Estado, sino reconstruir comunidad, reconstruir vínculos. Creo firmemente en eso. Lo más humano de lo humano es la desobediencia.
Toda cosa se define a partir de una articulación de relaciones. La relación Estado/sociedad en los países europeos es muy distinta a la de nuestros países, porque el estado criollo republicano simplemente fue un estado heredero del estado colonial. Lo que nos enseñan en el colegio es que hay una discontinuidad, una interrupción de la historia con las guerras de la independencia y una refundación del mundo: no es verdad. Hubo más continuidad porque las elites criollas construyeron ese estado republicano, en realidad, reprodujeron la relación exterior, de exterioridad con relación a la sociedad, con relación a los territorios, a los pueblos, la misma exterioridad que mantuvieron las administraciones de ultramar. Entonces, la solución sería ocupar ese estado. Y no, porque no es el que campo del Estado tenga que ser abandonado, pero ocuparlo no garantiza muchas cosas. Las élites no sólo ocupan sino que controlan el Estado, que fue hecho, por su arquitectura, apropiable. Es vulnerable a la apropiación. Y no es solamente vulnerable a la apropiación de las élites sino que también ese Estado construye élites apropiadoras: tiene una estructura que va construyendo élites, grupos que territorializan, que se apropian territorialmente de espacios institucionales, los controlan y se reproducen allí dentro. Eso es lo que estamos viendo muy claramente en Brasil y quizás también en la Argentina.
Porque la estructura es así: porque mira a la sociedad desde afuera. En mi último libro, Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres hay un subtítulo que era originalmente así: La captura del Estado por las mafias. O sea, la mafialización del Estado, la mafialización de la República. Y después de que lo escribí lo invertí: La captura de las mafias por el Estado. Por ejemplo, circuló por toda América y sigue circulando la vida de Pablo Escobar. ¿Por qué ahora, en todas partes? Porque no hay más Pablos Escobares. Porque la mafia ahora se burocratizó: ese era un señor feudal que tenía una relación tensa y antagónica con el Estado. Un Robin Hood. No se puede observar el poder: el poder es, por definición, no observable. Inherente al poder es el secreto, los pactos secretos. Se pueden observar los epifenómenos del poder, o sea, lo observable. Por ejemplo, varias formas de violencia, cosas fragmentarias que suceden en varios lugares, vos vas articulándolas y decís: “Bueno, por detrás, está esta estructura, esta organización”. La inferís.
Por detrás de las formas de violencia es el crimen organizado, mafias varias burocráticas: no hay más un personaje que tiene una política propia, un banditismo prepolítico en conflicto con el Estado: lo que hay es una articulación entre varias formas de producción de capital, de riqueza, en esta realidad sumergida (corrupción, tráfico, contrabando, trata de mujeres) varios tipos de crímenes que están sumergidos, están articulados con la superficie, con el Estado y con el capital empresarial declarado: hay vasos comunicantes, adherencias entre la superficie institucional, empresarial, a la luz del día, y formas de acumulación que vienen de otro lugar, muy importantes en términos de caudal.
El crimen está en las páginas marginales de los diarios: los policiales. Sin embargo cuando los observamos vemos que está en la política: mucho de las candidaturas depende de lo que en Brasil se llama “los Caja 2”, o sea, dineros que no pueden ser declarados. Una gran parte del capital se produce de forma no declarable, o sea es enriquecimiento mismo, acumulación misma. Eso debería ser el centro de las noticias: es política y es economía. Las minorías varias, los temas LGTBIQ son “interés de pocos”: sin embargo yo creo que lo que les pasa a las mujeres es un termómetro de la época. Es una forma de poder diagnosticar la situación del presente. Nos permite entender la guerra: una guerra difusa, una intemperie. La incapacidad del Estado de proteger a las personas.
Lo que quiero decir es que los feminismos eurocéntricos han colocado todas sus fichas en el Estado: en el avance legislativo, en el avance de políticas públicas, en el avance institucional. No se puede abandonar el campo estatal: pero decir que el Estado va a resolver el problema de las personas y brindar la protección indispensable: nada comprueba que sea así, porque no han cedido ni disminuido los crímenes ni misóginos y homofóbicos. Lo que tenemos es un fracaso del Estado y su incapacidad de proteger a las personas y eso es lo que deberíamos interrogar. ¿Por qué?
La escena original del patriarcado que es violento necesariamente es la de la familia, que hoy está siendo transformada y tendríamos que ver si en la transformación de los cuerpos que forman familias ahora también se están transformando las bases patriarcales. En algunos casos no. Hay que ver si por ejemplo en las llamadas “familias diversas” no se está reproduciendo el patriarcado simbólico: porque el patriarcado no es de los cuerpos. Por ejemplo, la cárcel: en la cárcel entran una cantidad de hombres como de mujeres. Pero el género se reinstala allí adentro. Algunos pasan a la posición de masculino y otros a las de femenino: es decir, son organizados por el patriarcado desde abajo, como relación entre posiciones. No basta con los cuerpos, con que una mujer sea presidente; no basta con una familia de cuerpos iguales: la cuestión es trabajar el poder. Si no pensamos el poder, no podemos salir. Patriarcado es poder y es violencia. No se puede hablar de tiempos de paz en las relaciones de género. Una idea es que las familias indígenas, con hombres violentos y autoritarios, contagian a la sociedad y así se desata la guerra, violaciones multitudinarias, muchas formas de crueldad extrema. Es una lectura eurocéntrica: los hogares son violentos y se amplifican en las guerras, en las mafias, en las maras, afuera. Hoy yo creo que no: que las guerras difusas, informales, contemporáneas, se expanden en nuestro territorio latinoamericano. El cuerpo de la mujer es un objetivo estratégico: ahí se da una secuencia de comandos de guerra militares o paramilitares o mafiosos: agrediendo el cuerpo de la mujer se controla la sociedad. Hay una discontinuidad en la historia de la guerra y hay una invención que yo llamo “neurobélica”, esas formas de crueldad necesarias para la guerra hoy pasan a los hogares y exacerban la violencia en el espacio doméstico. Hay un espiral violento y la guerra no se origina en los hogares. Hay una estrategia bélica que dice que la crueldad en el cuerpo de las mujeres causa un desmantelamiento de la vida social, de los vínculos comunitarios y de ahí pasa a haber una exacerbación de la violencia adentro de los hogares. Hay un cambio en mi manera de pensarlo. En muchos casos en Argentina y en México lo he visto también. Y en Brasil. Una exacerbación de las formas domésticas de matar.
Sí, no uso la categoría de crímenes de odio pero estoy muy motivada por la cuestión homofóbica. Para mí los crímenes homofóbicos y misóginos son todos el mismo crimen: todos crímenes misóginos.
En el sentido de que son crímenes pro patriarcales. Lo que se ataca cuando se destruye el cuerpo de una travesti, un gay o una mujer lesbiana, es lo mismo que se hace que cuando se ataca el cuerpo de una mujer: ahí estamos todos juntos. Todos estamos en la misma bolsa: tanto las mujeres insubordinadas, feministas, como aquellos sujetos LGTBIQ, estamos tras un mundo despatriarcado.
Le tengo mucho miedo a las categorías que despolitizan. Y también me parecen muy simplificadoras las monocausalidades: “Mató porque odió”. Punto. Y no necesitás analizar más. Esa idea de “crimen de odio” es un análisis muy a la norteamericana, psicologizante, hablando de móviles íntimos, de la sentimentalidad, odiar. Tenemos que politizar: mostrar la dimensión política y pública de estos crímenes que son la defensa de un mundo estructurado por el poder en su primera forma, la más esencial, que es el poder patriarcal. Claro que puede intervenir el odio: puede haber odio. Pero en el fondo de ese odio hay un interés y ese interés es el de mantener el mundo controlado por el poder en su forma más básica que es su forma patriarcal. Lo que menos importa es el odio: no vamos a sentimentalizar esos crímenes. Es anclarlos en un sentimiento que es individual y privado: tenemos que deshacer esas trampas.
En la violencia moral que es el aire que respiramos: lo que mantiene el mundo en pie. Nos ata y nos obliga a autoevaluarnos y a los hombres femeninos también, a medir nuestra aceptabilidad. A ver si nuestros cuerpos son aceptables. Todo el tiempo autoexaminarnos: si nuestra apariencia no desafía los códigos de la violencia moral aceptable. El asesinato de una mujer es el último momento de una escalada de violencia que se inicia cuando nos miramos al espejo y pensamos si podemos salir así vestidas a la calle o nos va a pasar algo. Si podemos hacer este gesto o no, si podemos decir o no esta palabra, nuestra apariencia entera está circunscripta por el ojo moral del otro. Siempre estamos bajo sospecha: eso es lo que mantiene las jerarquías, el poder en pie. El feminicidio es lo más esporádico: es la última escalada de todos los femeninos que desafiamos, por nuestra propia existencia, el poder patriarcal. Las mujeres lo desafiamos por nuestra propia existencia.
Lo que uno quiere no es ser heterosexual u homosexual: eso me lo enseñó la gente de Recifes, donde viví mucho tiempo y donde desarrollé mi tesis doctoral. Fue muy difícil para mí entender esa otra civilización. La gente decía: “No, en aquel tiempo me estaba gustando una criatura. La criatura tal”. Yo decía: “¡Qué raro llamar a un hombre criatura!”. Y después me di cuenta que no: eso está en la tradición afrobrasilera. “Criatura” era la forma más indefinida de llamar a un individuo, a una persona. Ahí yo renací porque comprendí algo que se había cruzado con mi vida en varias circunstancias antes: sobre todo una muy dolorosa, mi primer año en el Colegio Nacional Buenos Aires. Yo escribía y por ese entonces se fundó una revista llamada Esta generación. Escribía cuentos y poesía. En ese grupo había alumnos que estaban percibiéndose como homosexuales y fue muy doloroso para mí ver la crisis que se originaba, el dolor, los impulsos suicidas de varios tipos. Yo me levanté contra eso, pero no tenía en ese momento ni los elementos, ni los apoyos ni nada de lo que hoy tenemos. Fue gente que amé. Y después resulta que me voy a hacer un trabajo de campo a una sociedad donde la androginia y las formas trans de ser, varias formas de transitividad de género, eran la única norma.
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