ENTREVISTA > ALEJANDRO MACI
Apasionado intelectual egresado de Filosofía, Alejandro Maci, director de cine y teatro, se convierte en masivo gracias a las ficciones televisivas LaLola y Los exitosos Pell$. Heredero artístico de María Luisa Bemberg, sus argumentos de fuerte impronta queer proponen, en los guiones diarios, sutiles maneras de vencer prejuicios.
–Tuvimos un vínculo muy fuerte en todo sentido. Le debo mucho. Muy generosamente me abrió todo su espacio. Lo primero que hicimos juntos fue Yo, la peor de todas. Nos fuimos haciendo muy amigos. Hasta yéndonos a comer aprendía un montón. Viajé y trabajé en todas las áreas con ella y con Lita Stantic. Luego María Luisa me propuso coescribir El Impostor, una adaptación de un cuento de Silvina Ocampo. Una historia de cajas chinas donde un chico en crisis que se duplica a sí mismo con la necesidad de encauzar un espacio afectivo que no tiene en su familia, de comunicarse con alguien. Fue muy difícil ese trabajo. Muchas idas y vueltas y en el medio, María Luisa se enferma. Lo que provocó también un cambio en el vínculo por su firme determinación de continuar escribiendo entre tratamientos muy duros. Empecé a convivir incluso en las vicisitudes de la enfermedad. Como ella no iba a poder dirigirla, me propuso que este guión se convirtiera en mi ópera prima. Una vez fallecida, escribí una nueva versión del guión con Jorge Goldenberg. Silvina es una autora que aún hoy se la edita y reconoce de otra manera, siempre ha estado a la sombra de Bioy. Toda la literatura fantástica rioplatense es un material riquísimo, personalísimo, que tiene vínculos con la literatura inglesa y norteamericana pero que es propio de esa Pampa incierta, desértica, donde algo puede aparecer sin estar ligada directamente al realismo mágico latinoamericano.
–Aprendo mucho de una cosa para la otra. En el teatro uno prepara al actor para que en cada ejecución pueda abordar nuevamente una determinada acción. En el cine tiene que prepararlo para abordar un estado que uno debe capturar una vez única. Y ahí también están las diferencias entre los actores de distintos medios. En televisión, se trabaja en un cruce interesante e intermedio entre lo cinematográfico y lo teatral pero con los tiempos distintos. Luego de la peli, dirigí algunos capítulos de Laura y Zoe con Cecilia Roth y Susú Pecoraro. Y luego conozco a Javier Daulte y a Alejandro Tantanian, mis amigos a los que quiero y respeto desde entonces, con los que realizamos Fiscales, experiencia magnífica con Selva Alemán, Marrale y Grandinetti. Entretanto Arturo Puig me propone dirigir en teatro Rompiendo códigos de Whitemore.
–La obra me parecía perturbadora, cinematográfica. Contando la historia de este matemático tratamos de proponer la igualdad en la elección de objeto amoroso, la ambigüedad como un espacio que abarca a la condición humana. La función de la escena en una sociedad debe instalar un espacio de reflexión para que no aparezcan el odio, la discriminación, la clausura, la negación. Para que desde allí uno pueda decir “esto nos involucra a todos”. Cada cual se coloca en el tablero de juego en el lugar que más le guste pero nos atraviesa a todos. Tanto El Impostor como Rompiendo códigos hablan de espacios de exclusión. Un individuo queda capturado en un lugar, que no puede compartir, y eso inevitablemente es efectivo como metáfora: provoca muerte. La discriminación es ostracismo. Condenar a salir del territorio al confinado.
–Con Esther Feldman escribimos Los exitosos Pell$ –ya trabajamos en Sol Negro y LaLola. El formato comedia que probamos en LaLola tenía una temática muchas veces abordada en cine pero había que desarrollarla como soap opera a lo largo de 150 episodios. El público sabía que ella no era ella sino que era él, pero lo que veía era una mujer que tenía dificultades para acostarse con el hombre que más ama. Lo más rico era convertir lo prohibido en una situación cotidiana. Lo delicioso del abordaje de Carla Peterson fue que hizo suyo el juego de no-poder-tocarlo. El hombre más prejuicioso, el más machista, una suerte de Don Juan, por una especie de hechizo (o “justicia divina”) tiene que pasar por su cuerpo su propio prejuicio. Como alguien rechaza y finalmente se atreve a amar, a trascender su máximo prejuicio. Algunos pocos conocen el secreto (o la verdad) y ese juego de tensiones van armando los capítulos.
–El juego en la base del relato es transgresor y marginal. El parentesco con LaLola tiene que ver con las apariencias y la realidad, lo que se ve y lo que es, lo que elijo mostrar y lo que soy en la intimidad. La hipocresía de una pareja mediática y exitosa de TV donde él debe ocultar su homosexualidad y ella, su odio. La comedia articula todos los elementos donde no se emblematiza ni se excluye nada. Cuando en otros productos hay personajes protagonistas gays suelen ser macchiettas execrables. La TV es un medio aplanador. Pero aprovechando la masividad se puede proponer algo provocador y divertido. Lo popular tiene que inducir al desprejuicio, a cuestionarse la vida cotidiana para bien, a romper con vínculos que hacen daño, a proponerse desafíos. Los puntos de vista del relato tienen que establecer vínculos con el público (incluso por antinomia) para la empatía y la seducción. Contamos con un elenco precioso de excelentes comediantes.
–Pensamos en una trama de manera global y fértil porque si no sería tomar una posición política respecto de algunos personajes. Va por otro lado. Bastante complejo es armar la dramaturgia general como para pensar qué se le hace decir a un personaje. No debería estar politizado en ese sentido. Devaluaría la trama principal: los lugares sociales con sus enmascaramientos y prejuicios. La mentira mediática y de la publicidad quedan denunciadas con el juego de que si el presentador de TV es homosexual no podría ser un emblema social. No existe esa pareja perfecta.
–Es sólo un artilugio para patear la pelota para adelante 10 días. No resuelve nada. Es una mentira con patas cortas. No sólo no es sida, no es grave. No puedo adelantar el desarrollo final de la trama pero todo avanza hacia la autentificación y no hacia nuevos enmascaramientos. Gonzalo (Mike Amigorena) provoca un viraje moral en todos los personajes, homosexuales y heterosexuales, sobre qué se le muestra y se le vende al público de la TV.
–Como todo hijo único de psicoanalistas soy un poco autista, autorreferente, con dificultades de contacto con el mundo exterior. Me costó trabajar en grupo, ponerme en el lugar de liderazgo que requiere siempre la dirección y en la Argentina más que en ningún lado. Uno debe volverse un soldado cruzado y cagarse a trompadas no con los compañeros sino con las circunstancias. ¡Llevar adelante un proyecto en este lugar es japonés! Uno tiene que volverse muy fuerte, no puede ser melanco porque todo tiende a colapsar varias veces al día. En los horrores de este país, uno tiene que tener depresiones en acción. No hay ni espacio para tirarse en la cama. Mientras estás con una depresión galopante tenés que salir a gritarte con todo el mundo lo cual, de repente, te saca y te ilumina. Poder sacar ventajas entre las desventajas.
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