1° DE DICIEMBRE DíA INTERNACIONAL DE LA LUCHA CONTRA EL SIDA
Desde el Papa a los diseñadores, desde los laboratorios a los científicos, el preservativo, considerado la solución más efectiva para evitar embarazos no deseados y la transmisión de enfermedades, sigue sin superar su gran debilidad: la interferencia con el placer. ¿No hay vida más allá del látex? Por qué no hay preservativos alternativos. El lugar de los laboratorios, la religión y otros desinteresados en la salud sexual y reproductiva.
¿Por qué no se ha inventado todavía algo mejor que el preservativo? En 1998, Danny Resnic practicaba sexo anal cuando el preservativo de su compañero se rompió. Resnic había usado preservativo desde la muerte de quien describe como su mejor amigo y el amor de su vida, en 1984. Y siempre insistía con el preservativo. Después de algunas semanas de preocupación por el preservativo roto se testeó. Y le dio positivo. Las probabilidades de contraer HIV por un solo acto sexual sin protección son pocas (una sobre cien). “No podía creerlo”, dice Resnic todavía. “Yo fui siempre excesivamente cuidadoso. ¿Cómo pudo pasar esto?” Resnic se obsesionó por responder esa pregunta. Leyó todo lo que encontró sobre preservativos en la biblioteca pública de Miami. Aprendió cómo se fabrican, cómo se regula su venta y distribución. Descubrió que hay tres empresas que manejan todo el mercado (LifeStyles, Durex, Trojan). Y que desde la introducción en el mercado del preservativo de látex, en los años 20, prácticamente no habían cambiado. “Casi cualquier objeto de uso cotidiano se ha ido transformando a lo largo de las décadas. Todo menos los preservativos. ¿Cómo es que no se ha innovado por lo menos en su diseño?” Entonces decidió rectificar el problema. Inventar un preservativo que pudiera lograr que el sexo protegido se sintiera igual que el sin protección, y otro que no pudiera romperse, como le había pasado a él. ¿Cómo se vería un preservativo si estuviera diseñado con el placer en mente, en lugar de la producción y los márgenes de ganancia? Pasó años pensando, dibujando e investigando sobre las patentes. En 2001, talló un molde en madera y con látex líquido creó el primer prototipo de preservativo casero. Desde allí no paró de hacerle ajustes. Desarrolló 127 versiones de lo que ahora llama el condón Origami, que se dobla en vez de desenrollarse. “Todo el concepto del condón enrollado está viciado. La premisa es la transferencia de sensaciones a través del material.” “La primera vez le conté a alguien que estaba desarrollando un nuevo preservativo, las reacciones fueron: ‘Bueno, ¿qué podría ser diferente en un preservativo?’”. No pueden imaginar nada diferente porque nunca ha habido nada diferente. Resnic piensa que los hombres se han vuelto insensibles por los preservativos de látex. “Han tenido que aceptar ese nivel de sensibilidad como un tope”. Eso, en el caso de los que usan preservativos.
Resnic empezó a experimentar con silicona. Encontró en ella la combinación precisa entre resistencia a la tracción y la elasticidad que estaba buscando, y luego encontró un fabricante de dispositivos médicos para hacer prototipos de preservativos de silicona. Para la investigación consiguió una subvención del Instituto Nacional de Salud. Llevó a cabo modelos que se ajustaban muchos más y permitían mayor libertad de movimientos. Sus investigaciones se vieron interrumpidas porque se quedó sin financiación a partir de la acusación por malversación de fondos. Resnic, hasta el día de hoy, niega esas acusaciones.
Resnic no fue el único en pensar en este tema. En 2013, la Fundación Bill y Melinda Gates comenzó a distribuir becas a equipos de investigadores que habían presentado sus propuestas para “la próxima generación de preservativos.” La Fundación Gates espera que al menos uno de los becarios desarrollara un producto digno de ser usado. Había distintos prototipos, como un preservativo lubricado con antioxidantes de base vegetal; otro hecho de polietileno. Mientras tanto, en 2014, un inventor californiano recaudó más de cien mil dólares por crowdfunding para desarrollar el Cap Galáctica, un preservativo diseñado para encajar cómodamente en la cabeza del pene, dejando el eje libre. Pero que no tuvo éxito comercial. A la mayoría de las personas no les gustan los preservativos de látex. Para usar una metáfora de Resnic: usar preservativo es como darte una ducha con el impermeable puesto. El látex puede causar irritación y molestias tanto en hombres como en mujeres, disminuye la sensación, no se calienta con facilidad, huele y sabe mal. A la gente no solamente no le gusta la sensación se usar preservativo, sino que directamente no los usan. En 2010 la Encuesta Nacional de Salud y Comportamientos Sexuales en estados Unidos arrojó el dato de que el 45 por ciento de los hombres y el 63 por ciento de las mujeres que habían tenido recientemente relaciones sexuales con una nueva pareja dijeron que no habían usado preservativo. En este contexto, ¿Cómo es posible que después de todos estos años el látex siga siendo el rey? Sin duda los intentos caseros y aislados de Danny Resnic, trabajando duro en su casa para crear el preservativo Origami, y también el preservativo de poliisopreno son síntomas de la falta de imaginación y un desinterés en financiar este tipo de investigaciones donde el placer y el cuidado de las personas son las dos caras de un mismo producto.
En 1960, la Food and Drug Administration aprobó la píldora, dándoles a las mujeres por primera vez en la historia un instrumento fiable para controlar su fertilidad. La introducción de los antibióticos en las décadas del 30 y del 40 ya había hecho de la gonorrea y la sífilis enfermedades relativamente fáciles de curar. Esto significó que los norteamericanos, sean heterosexuales o no, podían arriesgarse al sexo sin protección. La venta de preservativos decayó. “Entre 1965 y 1970, el uso del preservativo disminuyó un 22 por ciento”, relata el sociólogo Joshua Gamson en su ensayo La guerra del preservativo. Y entre 1970 y 1980, en Estados Unidos la venta de preservativos se redujo a la mitad. En 1983, la idea de que los hombres gay tuvieran sexo con preservativo era casi una broma. Una clínica de Nueva York había tratado de distribuir preservativos en los baños públicos en los 70, pero se encontró con pocos interesados. De acuerdo con uno de los fundadores de la clínica, los hombres gay de la época tenían la idea de que los preservativos eran para las parejas hetero y muchos de ellos “no tenía idea de cómo usarlos. La idea de que los hombres gay tuvieran sexo con preservativos era revolucionaria.” Hoy en día, la idea de que los hombres gays deben usar preservativos para protegerse del VIH es un hecho, aunque la llegada de Truvada (una píldora diaria que puede proteger a las personas que lo toman de la infección por el VIH) en algunas ocasiones pone en jaque lo que parece una obviedad.
En un pequeño laboratorio de San Diego, que es en verdad una oficina de la Fundación Gates, uno de sus especialistas, que es veterinario, Mark McGlothlin, muestra algunos prototipos de su nuevo preservativo de colágeno reconstituido. McGlothlin está tratando de desarrollar un preservativo que de la sensación lo más parecida posible al contacto con la piel pero que a la vez garantice la seguridad de látex. Su idea es tomar productos comunes de residuos agrícolas, como los tendones de vaca y pieles de pescado, descomponerlos en colágeno puro, mezclarlos con plastificantes, y fabricar con esto una película. Los primeros preservativos creados con esta técnica eran suaves y delgados, pero se rompían muy fácilmente. McGlothlin dedicó los siguientes años a la invención del preservativo de poliuretano. Le tomó cerca de 18 meses para llegar a un prototipo de preservativo de poliuretano viable. Lo logró a mediados de los 80. En 1990, vendió el preservativo a la empresa británica que creó los Durex y fue uno de los distribuidores de preservtivos más importante en América. Llamaron a ese preservativo “Avanti”, y pasaron los siguientes cuatro años tratando de llevarlo al mercado. Cuando Avanti finalmente salió a la venta en 1994, un defensor de la salud reproductiva dijo que podría ser “el preservativo del futuro”. Pero estaba equivocado.
El principal obstáculo para la obtención de un preservativo sin látex, entonces y ahora, era la necesidad de ensayos clínicos. Los preservativos de látex no tienen que ser probados en estudios en humanos para obtener la aprobación de la Food and Drugs Administration (FDA). Siempre que un fabricante pueda demostrar que su nuevo preservativo de látex es “sustancialmente equivalente” a un preservativo de látex existente en términos de materiales, longitud, anchura, y otra especificaciones físicas, salen a la venta.
Hoy en día, el protocolo de la FDA impone un estudio que evalúa, durante su uso, el deslizamiento y rotura-estudio, según parámetros para los nuevos diseños de preservativos. Esos parámetros están claramente establecidos cuando se trata de probar distintos modelos de preservativos de látex, y no son tan claros cuando se trata de probar alguna innovación. Los preservativos “de prueba” se testean en parejas monogámicas heterosexuales que tienen instrucciones de utilizarlos para el coito vaginal y luego escriben informes detallados acerca de quién se lo puso, las posiciones sexuales, las medidas del pene, cuánto tiempo duró el sexo y fundamentalmente si el preservativo se rompió. Sin embargo, cuando a principios de 1990, McGlothlin quiso probar su preservativo de poliuretano con seres humanos, la FDA improvisó su regulación obstaculizando que pudiera salir al mercado. También rn agosto de 2003, la empresa Condomanía había comenzado a vender los preservativos llamados TheyFit, que habían sido aprobados por la FDA en 2001. TheyFit eran muchísimos más cómodos porque venían en 55 tamaños. Fueron un boom de ventas y según la empresa nunca recibieron quejas de los clientes. Sin embargo, cinco años después de haberlos aprobado, la FDA los prohibió argumentando que las 55 opciones de tamaño de TheyFit no cumplían con las normas básicas de aceptabilidad.
Una chica sonriente recostada en la cama se queda mirando fijamente a la cámara y declara: “Me encanta el sexo. Y no me gustan los preservativos.” Su sonrisa se intensifica a medida que ella se acuerda de su último encuentro. “Pero estos preservativos están hechos de otra manera. Son revolucionarios”. Si la actriz hubiera sabido los detalles, se hubiera decepcionado. El poliisopreno es de látex sintético y carece de las proteínas a las que algunas personas son alérgicas. Es más suave y elastizado que el látex natural, y en una encuesta de mercadeo hecha por Ansell, el 97 por ciento de las personas que lo probaron dijeron que lo recomiendan. Pero llamar al poliisopreno “revolucionario” es un poco ridículo. Más de 30 años después del comienzo de la crisis del sida, más de 30 años después de la llegada de los de sexo seguro, llamar “revolucionario” al preservativo de látex sintético es, por lo menos, exagerado.
Hace tres años la Fundación Bill y Melinda Gates abrió una convocatoria en busca del diseño del mejor preservativo para evitar los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. La recompensa sería un millón de dólares para el ganador. Entre las 800 propuestas, el seleccionado fue un preservativo fabricado en Colombia y que se vende desde hace varios años en ese país. La fundación del creador de Microsoft tuvo en consideración que el preservativo respondiera a las necesidades de las personas que se niegan a usarlo porque los consideran incómodos, les producen alergias y reducen considerablemente la experiencia sexual. El secreto del ganador, Unique –creado por la firma Innova Quality–, es que está hecho de un material distinto: la resina AT10, diez veces más delgada que el látex tradicional. Por ahora se consigue, además de en Colombia, solamente en Australia, Inglaterra, Alemania, Canadá, España y Brasil.
Texto de L. V. Anderson publicado en la revista Slate. Traducción: Dolores Curia.
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