¿Es factible que un simple tubo cobertor de látex pueda involucionar? Hay un preservativo que detecta enfermedades.
› Por Diego Trerotola
El preservativo que inventaron Muaz Nawaz, Daanyaal Ali y Chirag Shan es claramente un retroceso. Y como muestra basta un botón, o botonazo: a tres muchachos se les ocurrió que un preservativo podía cambiar de color al entrar en contacto con personas que tengan enfermedades de transmisión sexual (ETS). Y no solo fantasearon con esa idea sino que la llevaron a la práctica y la presentaron a un concurso. Ya se conoce ese invento como el “condón semáforo” porque se pone verde si detecta clamidia, amarillo por herpes, azul para la sífilis y morado ante el virus del papiloma humano. La justificación de los creadores, tres adolescentes entre 13 y 15 años, estudiantes de la academia Isaac Newton de Londres, es que el preservativo permite detectar enfermedades sin la intromisión de los médicos. Aunque sabemos que muchas personas ligadas a la salud tienen una concepción reaccionaria de las prácticas sexuales y es difícil muchas veces el diálogo, esa idea implica dos problemas. El primer inconveniente es difundir la noción equivocada de que hablar de temas sexuales, enfermedades implicadas, es vergonzante e individual y no es tema social que debería estimularse para que se dialogue abiertamente. Pero en especial, la idea de adosar un sistema de detección de enfermedades al preservativo implica convertirlo en un elemento distinto, que no sirve para estimular el placer sin riesgos de transmitir algún virus o bacteria, sino como un test de salud sexual. Se deberían fomentar los tests por fuera de la situación del sexo, diferenciando las instancias, porque las prácticas sexuales no tienen que confundirse con un hecho médico ni un testeo de ningún tipo. No solo le quita onda al preservativo, sino al sexo mismo. Lo peor no es que a estos adolescentes se les ocurrió una idea reaccionaria, sino que un jurado adulto los premie a mediados de este año con el Teen Tech Awards por esta “creación”. Y como síntoma, tampoco ninguna de las noticias que celebran este “condón semáforo” aclaran si el preservativo puede prevenir la transmisión de esas enfermedades que detecta, porque es menos importante la prevención que reprimir a las personas o, mucho peor, porque dan por sentado que la simple detección de una de esas enfermedades implicaría que no se realice el acto sexual. Esta política represiva no es extraña en estos tiempos donde Charlie Sheen, quien se visibilizó recientemente como una persona viviendo con vih, confesó haber recibido una serie de extorsiones millonarias de personas que lo amenazaron con difundir fotografías de sus medicamentos retrovirales. Y que en un programa de entrevistas le cuestionen a Sheen, en la primera pregunta, si ha contagiado el virus, consciente o inconscientemente, desde que hace cuatro años supo de su seropositividad, porque la acusación es la primera flecha que se lanza a una persona que vive con vih. Todavía se piensa instantáneamente que una persona que tiene algún tipo de enfermedad de transmisión sexual es un peligro a reducir y es culpable por su condición. Lo malo de la involución del preservativo no es que aleja de la prevención, sino que puede ir de la mano de la involución de la sexualidad, del erotismo, del placer, del pensamiento.
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