Estar enferma, tener miedo de estarlo, sentirse mal y entrar a un hospital donde te tratan como “enferma” pero en el otro sentido, según un parámetro de odio y de ignorancia, viene siendo una realidad muy denunciada por la comunidad trans. Ante este panorama, una de las respuestas altamente efectivas es la del equipo Transvivir en el Hospital Muñiz. Un grupo de transexuales, algunas ex pacientes y activistas, se ocupan de recibir, auxiliar a las compañeras que llegan al hospital y de educar al personal. No es la única vía de acción frente a este tema pero es un modelo a seguir. Transvivir recibe donaciones y voluntarixs a través de Facebook (TRANS-VIVIR).
› Por Dolores Curia
“¡Ni loca entro al Muñiz! Mirá si alguien conocido me ve entrando se piensan que tengo sida”. Así de cruda fue la respuesta en automático de una de las que hoy es integrante y columna vertebral de Transvivir cuando una amiga le propuso acercarse al Hospital Muñiz en los tiempos en que se empezaba a tramar este proyecto. Eso fue hace más de cuatro años. La amiga que fogoneaba era Claudia Pía Baudracco. El grupo de travestis convocadas por Pía empezó a visitar el hospital para llevar refuerzos, cosas tan básicas como pasta de dientes y mucha oreja a las internas trans del hospital, que en general no recibían ninguna visita (“A muchas las trae a la rastra ya en las últimas el proxeneta, que ni se entera, ni se quiere enterar, si la chica sale de acá muerta o viva”, cuenta una de las internadas). Con el tiempo esa gesta fue bautizada como Transvivir. Cuando empezaron no había plan ni proyección de continuidad, sino necesidad y urgencia: no existía la ley de Identidad de Género; las internaban en cualquier sala y como nadie venía a verlas –ya sea porque sus familias estaban lejos, ya sea porque no les interesaba, ya sea porque los amigos se borraban en las malas– “quedaban muy abandonadas, además la enfermedad no es sólo la enfermedad, es el ánimo en el que te pone, la sensación de que la cama te va chupando. Había que venir a darles ánimo y decirles que iban a salir”. Pía en campaña de reclutamiento les decía a compañeras de ATTTA y de otros lares: “Vamos a ir, las vamos a bañar, las vamos a afeitar, las vamos a maquillar”. Y más de una vez la respuesta era: perdón, pero al Muñiz no voy ni que me paguen.
Hoy Transvivir tiene una reunión semanal, cada lunes, a la que asisten mujeres trans como Yéssica, Hannah, Carla y Valentina –que son el elenco estable, junto a otras que se van alternando– y las psicólogas cis –Perla Cativa y María Laura Marban-. Algunas solo los lunes, otras más de una vez por semana, visitan las salas de cuidados intensivos para acompañar a las que están internadas allí por complicaciones del VIH, tuberculosis y otras enfermedades. También coordinan talleres que van desde salud sexual y trata, hasta uso de la voz y maquillaje artístico para shows. Las voluntarias fueron recibiendo además formación como promotoras de salud. “Claudia Pía Baudracco tuvo la oportunidad de ir metiéndose en el hospital de a poquito a ver si había chicas internadas para venir, colaborar, conseguir donaciones. Lo hacía sola al principio. Después se formó el grupo y cada vez se les permitió hacer más cosas dentro del hospital. Yo veía en esa época a mis amigas cómo se morían, cómo eran los tratos. Y de esto no hace tanto. No hace casi nada”, dice Carla Mansilla, que hoy puede hablar de Transvivir desde dos lugares diferentes: como paciente que necesitó la contención de esta red y, ahora, como voluntaria que la brinda.
La chica a la que hace años le daba pánico entrar al hospital lo cuenta mientras pasa un mate a una compañera en una minúscula habitación de la Sala 8 del Hospital –donde se reúne el grupo– de paredes altas, pintadas de blanco y gris, como para disimular los manchones de humedad. Lo relata en un diálogo de intimidad creciente a pesar de los practicantes que entran sin golpear a llevarse y devolver legajos. ¿Qué pasó entre el “Ni loca quiero que me vean entrar” y el orgullo de formar parte de un equipo de trabajo ad honorem y ser una de las caras de la vidriera virtual de Transvivir en Facebook? El “Ni loca” no ha nacido de un repollo: el Muñiz tiene más de cien años de historia marcada por ser “el hospital de las pestes”. En el año 1894, era una casa de aislamiento, en donde se internaba a aquellas personas a las que se les diagnosticaban enfermedades desconocidas o mortales. En 1904 la casa pasó a llamarse Hospital de infecciosas “Francisco Javier Muñiz” en honor al médico que atendiendo a los enfermos por la fiebre amarilla murió en 1871 por esa misma enfermedad. Tiene fama de receptor de las epidemias nacionales: la de polio de la década del 50, el brote de sarampión de 1969, el hantavirus en 1996. No solo la expulsaba la idea de lo que significaba entrar al Muñiz como quien se niega a entrar a un leprosario sino el maltrato puro y duro de enfermeros y médicos que, para empezar, se negaban a llamarla por su nombre. Y parte de ese trato expulsivo es lo que Transvivir intenta modificar a fuerza de empoderamiento de las pacientes, pero también concientización del personal del hospital: “Cuando vine acá por primera vez tuve un temita con una doctora y dije, si me tratan así, no vengo más. Pero Pía nos decía que había que luchar para que vinieran igual y fueran atendidas como corresponde. Nosotras trabajamos acompañando a las chicas pero también hacemos un trabajo de sensibilización del personal”, cuenta Yéssica Gómez, una de las más antiguas, y Perla Cativa, una de las psicoanalistas que trabaja con el grupo, agrega: “Si no hacemos esto último, no se puede avanzar. Y vamos cada vez mejor. En el último congreso científico del hospital tuvimos nuestra propia mesa en la que dimos cuenta de la experiencia de este grupo. No suena para tanto pero tener tu propia mesa al lado de las ‘eminencias médicas’, al lado del ‘poder científico’, te coloca en otro lugar frente a la gente del hospital”
Las travestis son expertas en intersticios –los del pensamiento binario, los del androcentrismo, incluso los de los feminismos–; y en lazos solidarios. Parte de la historia travesti podría narrarse como la historia de cómo encontrar una grieta e ir abriéndose camino hacia adentro. Escarbar, tirar de los hilos y tejer con lo que hay. La historia de cómo saber reconocer las hendiduras propias de cada sistema o institución y colarse para ampliar o desestabilizar el orden reinante, generar otro tipo de poderes, con otros recursos. Transvivir es un nudo más de esa red, de esa forma de construir alianzas. Del mismo modo que, con respecto al derecho a la vivienda, lo es el hotel Gondolín, emblemático refugio de Villa Crespo, donde quienes viven allí han generado un modo de vida cooperativo, con sus propias reglas de convivencia, normas de higiene, organigramas de gastos mensuales que cuelgan de sus paredes. Es una contención edilicia, afectiva y económica que amortigua la llegada del interior a la jungla. De modo similar funcionaba, la Aldea Gay, erguida en plenos años 90, un asentamiento donde marginadxs por su identidad de género, su orientación sexual y por la pobreza se refugiaban unidxs por la empatía que nace de las vulnerabilidades hermanas o hermanadas.
Transvivir puede ser visto como un colectivo de resistencia y autodefensa, y como muchas otras cosas más, pero nunca, jamás, friendly. A ninguna de sus integrantes les gusta la palabra “amigable”. Abren bien los ojos cuando la escuchan y una de ellas, Perla Cativa, explica: “Hace rato que sustituimos la palabra amigable por la pregunta de si un lugar (un consultorio, una salita, lo que sea) es serio o no. Si brinda el servicio como debe ser o no. Decir ‘amigable’ es una forma de menospreciar el tema. Da la impresión de que somos amigables y lo hacemos ‘de onda’. Darles a todos los pacientes el trato y la atención que corresponde no es buena voluntad. No es ‘onda’, son derechos. Entiendo en qué momento surge la expresión ‘consultorio amigable’ y frente a qué necesidades aparece pero ya es hora de llevar la discusión a otro nivel. El deber del sistema público de salud es albergar a todas las personas y punto.” Para hablar del acceso a la salud no como osadía sino como derecho, no es menor ni aislado el dato de que si bien la ley de Identidad de Género dedica un artículo al tema, este, el 11, haya demorado más de tres años en ser reglamentado.
María Laura Marban: Un disparador fue la pregunta de por qué no llegaban las chicas para hacer estudios acá en el hospital. Llegaban cuando estaban deterioradas físicamente. Al grupo se lo pensó como una manera de armar una estrategia para que las chicas pudieran incorporar la prevención. Favorecer la accesibilidad.
Yéssica Gómez: En el principio éramos cuatro, soy la única que quedó de aquella camada. Lo hacemos como voluntarias. Las visitamos a la sala, les llevamos lo que necesiten, shampoo, revistas. Por Facebook recibimos donaciones, que son para suplantar las atenciones que suele cubrir un familiar o un amigo cuando te internan. Cosas que necesitan todos los días, tan básicas como agua mineral. Pero las travestis que están acá no tienen a nadie que les pueda traer ni siquiera eso. Damos un servicio para las que están internadas y un servicio para las que se acercan en el día. Como promotoras de salud enseñamos como cuidarse, y todo lo que tiene que ver con la higiene y salud de la chica que está internada.
María Laura Marban: Y además de hacer ese acompañamiento material hacemos un acompañamiento afectivo. Ver qué necesita, dar charla. Aveces les hacemos el trámite del subsidio por enfermedad. O vemos que las internan en la sala de varones e intercedemos. O les ayudamos a tramitar el DNI si no lo han hecho todavía.
Carla Mansilla: Yo estuve internada acá porque me contagié tuberculosis. Vi lo que es la enfermedad. Me dijeron “tuberculosis”. Y dije: me muero. Estuve en el pabellón especial para las personas que no tienen HIV, solo tuberculosis. Eramos unas 20. Es horrible estar sola en un tratamiento. Mi familia no podía venir desde Tucumán. Lo mío era una enfermedad con cura, pero lo peor es la depresión. Es importantísimo tan solo que alguien venga y te charle. Que te “obligue” a tomar la medicación. Tenía que tomar 20 pastillas y una inyección diaria, que era un trauma porque tengo un implante de silicona y había que encontrar por dónde meter la aguja. Si no hubiese tenido el apoyo del grupo, probablemente hubiese abandonado el tratamiento.
Yéssica: Tengo que decir que fue un momento espantoso, fuertísimo. Vi que las chicas estaban muy deterioradas. A partir de ahí me empecé a comprometer cada vez más con esto. En paralelo, hice un curso de extraccionista, empecé a practicar en la organización Nexo. Ahora estoy trabajando en la Subsecretaria de Derechos Humanos de la Ciudad en el área de diversidad. Aquí hemos dado capacitaciones en diversidad sexual, sobre la ley de identidad de género, talleres de violencia, discriminación, adherencia al tratamiento, comunicación diagnóstica.
Yéssica: Se nos acercan muchas personas que están haciendo tesis de maestrías, doctorados y otras especializaciones en género, pero tomamos nuestros recaudos con ellos. Les interesa el trabajo que hacemos, quieren escribir, documentarlo. Nos proponen venir a observar. ¡Minga! La verdad que ahí ponemos nosotras las condiciones.
Perla: Las integrantes de Transvivir, las pacientes y quienes trabajamos con ellas no somos objetos de estudio. Nos cae mal que quieran venir a mirar como si se trata de fenómenos. Lo que aceptamos son propuestas genuinas de trabajo conjunto. Hay un chico que es docente de Psicología en la UBA que se nos acercó sí, pero con una propuesta concreta, que son talleres de formación, también otro chico da un taller literario donde además de ver literatura con perspectiva de género, hacen lecturas críticas y las hace a ellas escribir. Venir a mirar es una cosa y venir a aportar es otra.
Perla: Nos enfrentamos a muchas situaciones discriminatorias y fuimos buscando herramientas para la defensa. Veníamos que las chicas más activistas tenían más recursos para pararse frente a una ventanilla y discutir cuando correspondía. A esas herramientas las fuimos expandiendo a las que tal vez no son tan militantes. Eso se ve en cómo empezaron a moverse por el hospital. La libertad de acción que fueron ganando. Tuvimos la ayuda del director del hospital, Rubén Mazini, que nos dio el visto bueno para este trabajo y nos recibió con la puerta abierta. Ellas tienen una credencial del hospital que las habilita a entrar en todas las salas para trabajar con las compañeras. Y eso es una decisión política del hospital.
Yéssica: Lidiamos con cuestiones con el personal muy seguido. Un ejemplo: está prohibido que un médico te pregunte tu carga viral y células CD4 en público. Hubo un episodio en una sala de espera: una señora con un chico, sale el médico, y le pregunta a los gritos como estaba el CD4 del chico. Ella responde: ¿qué es eso? Una barrabasada. Le explicamos a la señora lo que era y que el médico había violando la confidencialidad que exige la ley de sida. El médico la llama para que entren al consultorio, se empiezan a pelear a los gritos y, como si fuera poco, a la señora la sacan por la otra puerta. Así que después asesoramos a la señora sobre cómo denunciar eso.
Carla: Si para la sociedad es difícil incluirnos en el día a día, imaginate en una institución como un hospital, con ciertas reglas, disciplinas. Hace diez años yo si veía un patrullero, me escondía. Hoy no solo no me pasa eso, sino que puedo además brindar mi ayuda a otras. No se me ocurría entrar a un hospital como paciente. Se te burlaban en tu cara, te internaban en cualquier lado. Fue una lucha muy fuerte capacitar a los que trabajan acá y a nosotras mismas. Por ejemplo, cambiaban al guardia de seguridad de una sala. Nosotras llegábamos y el tipo no nos conocía entonces no nos dejaba a entrar y nos mandaba a autorizar por no sé quién. Es un protocolo. A nosotras lo que nos salía era empezar a los gritos. No solo es nuevo para la gente vernos acá sino que para nosotras movernos en estos espacios también lo es.
Perla: Anoticiarte de que tenés VIH no es sinónimo de “entonces, empiezo el tratamiento”. Hay un proceso después de enterarse del dato objetivo que no siempre va de la mano de los tiempos médicos. Podés tomártelo como si nada y decir “sé que no es sinónimo de muerte y que tener VIH no es lo mismo que tener sida”. Pero me hago el distraído y no inicio el tratamiento. Tomar esa pastilla es hacerme cargo de que tengo VIH. Si no la tomo, me puedo engañar. Es muy engorroso, porque la persona se siente bien. En el taller de adherencia nos metemos con eso. Hemos capacitado a las chicas para que pudieran transmitir la importancia de la adherencia. A veces tiene que ver con cómo te dan la noticia.
Perla: Nos derivan a una persona a la que le diagnosticaron VIH hace un montón y no adhiere. Indagamos en su historia, en qué momento recibió el diagnóstico, quién se lo dijo. Resulta que esta persona se había enterado durante una recorrida de sala en la que un médico le cuenta el diagnóstico a otro adelante de él pero sin mirarlo siquiera. El VIH anuda nada menos que a la sexualidad con la muerte. Cuando hablás de VIH te metés en la vida íntima y es probable que esa persona frente al diagnóstico, aunque diga que no, asocie lo peor. En la imaginación de mucha gente el sida sigue siendo representado como en sus inicios, es decir, como sinónimo de muerte.
En el próximo encuentro de Transvivir habrá cine-debate. Lunes 18 a las 14, en la Sala 8 del Hospital Muñiz, Uspallata 2272.
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