ENTREVISTA
Poeta, narradora, ensayista, promotora del arte y el activismo por la diversidad impulsado desde la Universidad del Claustro de Sor Juana, la cual dirige, Sandra Lorenzano es, sin duda, uno de los nombres más relevantes de México en materia cultural.
› Por Paula Jiménez España
Argenmex por definición y por destino –el exilio de su familia la llevó a instalarse definitivamente allí, a sus 16 años–, su historia la ha hecho conocer el reino de la pertenencia y el castigo por la diferencia, pero no solo en materia política. Según cuenta a Soy, portaba ya un nombre reconocido cuando su sexualidad dio un viraje que no se preocupó en ocultar y atrajo entonces agresiones sobre sí de las que fue defendida públicamente por el gran escritor y periodista Carlos Monsivais. En 2007, Sandra debutó como novelista y se ofreció a la mirada de lxs otrxs, al menos en el juego ambiguo que ofrece la ficción, como la lesbiana de Saudades, libro prologado por Silvia Molloy: “Esa novela ha seguido un camino extraño, circula por América Latina y sobre ella me llegan muchos comentarios. Es un libro de prosa poética que trata sobre el amor entre dos mujeres enmarcado en el tema de la dictadura y el exilio. Si bien en narrativa el tema lésbico aparece a veces, en poesía sale siempre porque ese yo lírico soy yo misma. En menos de un mes saldrá mi nuevo libro de poesía. En los versos, yo me siento esa lesbiana que habla. El amor y la poesía siguen siendo para mí indisolubles.”
–Es una historia ubicada entre los años 30 y 40. Cuando me puse a estudiar esa época en Tijuana, donde transcurre, apareció Rita Hayworth, quien debutó en el casino de Aguas Calientes, el centro nocturno más fastuoso de América Latina. Lo hizo a los 13 años bailando con su padre, que abusó de ella y la prostituyó. En la novela habla una Rita con principios de Alzheimer, enfermedad que contrajo a los cincuenta y pico. Cuando la diagnosticaron un amigo le dijo que solo había un lugar donde el aire frío del mar le iba a ayudar a detener los síntomas: Puerto Madryn. Así que fue para allá, sola. Construyo primero la Rita niña, adolescente, me salto la parte conocida, y retomo a la otra Rita, decadente, que vuelve a ser Margarita Carmen Cansino, su nombre original. Alrededor de su historia narro otras historias de mujeres que se cruzan con la de ella, un poco para hablar de la violencia de género, un tema que en México llega a grados alarmantes.
–La sociedad mexicana es compleja, desigual y heterogénea, con sectores absolutamente abiertos y progresistas. En la ciudad de México tenemos matrimonio igualitario hace años, con una la legislación de avanzada. Por otro lado, hay cientos de kilómetros donde más vale que ni se te ocurra decir abiertamente cuál es tu orientación sexual. Es muy difícil dar una sola respuesta, pero tomando los aspectos más frecuentes en el país completo, para la homosexualidad en general no solo para el lesbianismo, es difícil y sigue habiendo lugares donde los crímenes homofóbicos son cotidianos. Hay activistas haciendo un trabajo muy valiente, ellxs han ayudado mucho a través de la escritura, del trabajo político, del teatro, del cabaret, que en México es un elemento fundamental para hablar de temas cancelados, como es el caso del cabaret de Las reinas chulas y de una de ellas, Ana Francis, que además tiene su columna semanal en una revista prestigiosa, política. Junto con Ana y Marisol Gasé pensamos en convertir los monólogos de La estirpe del silencio en una obra de teatro para llegar donde los libros no llegan.
–Ahora ellas están haciendo otro tipo de cosas más vinculadas al activismo político. En algún momento hablamos sobre todo con Liliana, por el tema argenmex, pero no concretamos. Queda pendiente. Mi preocupación por salir del formato libro es para llegar a un público más amplio. Este es un país con una gran industria editorial y profusión de interesantes editoriales independientes, pero con una población lectora mínima. Los grandes intelectuales conviven con una población pauperizada. Con Peña Nieto tenemos un estado cómplice de la violencia, que paralelamente invierte en cultura para apalear las consecuencias sociales de esa violencia.
–Sí, pero no de manera orgánica y oficial, justamente porque no es homogéneamente de derecha. El priismo, que es un fenómeno político también contradictorio, sigue teniendo algunos grupos progresivos. Hay ganancias sociales con las que el gobierno no se mete. Eso no quiere decir que no haya gobernadores o jerarcas de la iglesia que no hagan todo lo posible por azuzar el odio homofóbico o que el estado no se mantenga de brazos cruzados ante los crímenes por discriminación. Todo eso es cierto. Pero en los últimos dos años la marcha del orgullo ha mostrado cómo cada vez más concurre gente joven, también van sus familias, al menos en la ciudad de México. En este tipo de luchas no es tan fácil imponer retrocesos por más que el poder lo desee. Claro que el resto del país es diferente. En el Claustro, la universidad que dirijo, hay cantidad de chicxs que se acercan y nos cuentan que el padre les pega porque son gays. También esto existe en sectores privilegiados.
–A veces está más activa y otras menos, pero lxs chicxs saben que aquí tienen un lugar de protección y pertenencia. El Claustro ha sido puntero en la defensa de los derechos lgbt en el ámbito universitario desde un lugar pequeño, pero ruidoso. Las cosas que se han hecho acá se han retomado en otros espacios. Aquí hay un personaje clave que es Carlos Monsiváis. Un tipo fundamental para hablar de los derechos gltb, que retomó el trabajo intelectual no activista que se venía generando desde comienzos del siglo XX y lo vinculó con la cultura popular. Cultura popular con una cierta cultura de elite que defendió desde siempre su derecho a la diversidad. Él instaló la importancia de conformarnos como una sociedad abierta, plural y tolerante.
–Sí. Aquí sigue habiendo gente que dice que tolerar parece sinónimo de aguantar. En un artículo, Monsiváis dice que es importante reivindicar ese término: tolerar también es respetar las decisiones del otro, tratar de entenderlas. Aquí hay dos ejes que se están cruzando y que no pueden quedar afuera de la reflexión lgbt, por un lado el eje político y por el otro el ético. Para mí la palabra ética en este momento tendría que ser la palabra clave para pensar el 2016, un eje imperdible de lo que estamos diciendo y haciendo.
–Sí. No sé si él me habrá considerado así, pero hizo cosas muy lindas conmigo en términos intelectuales y personales. En momentos difíciles, porque siempre es difícil cuando una plantea públicamente que sale de esa cajita donde lxs otrxs te tenían catalogada. Siempre se genera un desacomodo con la gente de alrededor y Carlos fue de una generosidad absoluta con nosotras en ese momento. Su ayuda fue una manera de parar una serie de agresiones, porque él era alguien muy escuchado.
–No fue nada terrible comparado con las experiencias que han vivido otrxs. En un país donde la mayoría es reacia a aceptar cualquier tipo de diversidad, no solo la sexual, toda persona que decide hacer pública su diferencia pasa por situaciones complejas. Me muevo en un medio privilegiado, el intelectual y académico. Para hablar de la situación mexicana hay que hablar de aquellos que la pasan peor.
–Estudié letras en la UNAM donde conocí su obra y me metí en ella primero fascinada por el carácter literario y luego por el personaje. Conocí el trabajo de los sorjuanistas y cuando azares del destino y del amor me trajeron al claustro sentí que era mi lugar. No solo por ser una universidad abierta, innovadora, dedicada a las humanidades en un momento en que las humanidades están siendo desechadas, sino porque además tenemos el privilegio de ocupar el ex convento de San Gerónimo donde Sor Juana vivió la mayor parte de su vida y compuso toda su obra.
–Muchos de los bienes de la Iglesia pasaron a manos del Estado con Benito Juárez y este convento sufrió los avatares típicos de muchos de estos edificios eclesiásticos. Se fueron vendiendo pedazos. Hubo un cuartel y hasta un salón de baile que perteneció a Antonieta Rivas Mercado, sobre quien Saura hizo una película, una mecenas cultural que estuvo muy enamorada de varios hombres con los que mantuvo relaciones imposibles, como un pintor abiertamente gay y luego con José Mauro Vasconcelos, por quien se suicidó de un tiro en Notre Dame.
–Era un convento de gente con recursos. Ella recibió la dote por parte de los virreyes, entonces no era raro que tuviera esclavas. El libro más interesante sobre la vida de Sor Juana es el de Octavio Paz, donde cuenta el amor entre ellas. María Luisa Bemberg filmó Yo, la peor de todas con escenas eróticas, pero eso no sabemos si ocurrió. Pero que había un grado de enamoramiento absoluto, sí. Los sorjuanistas están divididos. Están los ajenos a la mirada de la Iglesia: dicen que no es que ella le escribiera sus poemas amorosos a la virreina sino que está respondiendo a un modelo retórico imperante en la época. Otros dicen que hubo un amor real pero que ignoran si hubo consumación o todo se fue en poemas y visitas. Y también está la iglesia peleando por tener la potestad sobre la figura de Sor Juana.
–Por el control que había sobre las dos tanto en el convento sobre la figura de Sor Juana como sobre la Virreina y por la mirada que tenía la Iglesia a través de la Inquisición. Si me preguntás que me gustaría: feliz de la vida que hubieran estado juntas.
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