GLTTBI
› Por Luján Montes
Entramos. Me dice: “No mires mucho, está todo desordenado, parece Kosovo”. Imposible no mirar. Todo es eso que no puedo dejar de mirar.
Huellas de un buen observador. Aquello que más le gusta es lo que nunca va a poder conocer de mí. Jugamos a pasear por su casa sobre una silla con rueditas. Me gustan sus acciones tan niñas. Juegos, formas en su cara de duende colorado y barba rala, graciosa. Lo que más le gusta es que no puede conocerme. Y lo sabe. Ficciones que se perciben como impresiones de sensación que nunca devienen. Golpeo mi mano en su mesa a un ritmo muy propio. Esteban cocina, supongo fideos. Me relata guiones entusiasmado porque hago cine. Es un chico del Sur que cuida plantas en Puerto Madero.
Yo le cuento en bifurcación de un extraño hábito. Me escurro, me fugo, me pierdo en mi propio espacio no tan delimitado. Transcurro un tiempo mientras mi otra también pasa su tiempo. El me dice que debería darme cuenta de lo hermosa persona que soy. Es difícil no evadirme. Esteban elige observar algunas cosas, de mis más lindas. Yo me distraigo a sabiendas de la regla de tres, simple. Ella está con otro en esta temeraria acción de amor libre. Y yo también. Libre. Me ensombrezco en pensar cómo se lo voy a decir. El amor es libre. Un malentendido entre nosotras.
Entonces, comemos a medio silencio. Esteban está contento. Yo sorprendida, un poco maravillada por una cierta sensación de simpleza. Con una obviedad casi prudencial, nos besamos y cogemos. Siento que acaba dentro de mí. Enérgico movimiento con escasa relación corporal. Esteban. Se me hace raro no poder querer estar con él. Pero, simplemente, no puedo. Algo termina. Se levanta. Saca una cama de debajo de su cama. La pone al lado y dormimos separados y cerca. Desnudos. No recuerdo si de la mano. Me dice: “Yo voy a saber el momento en el cual me tengo que ir”. “Yo no quiero lastimarlo”, aún pienso sin considerarlo realmente.
Microsegundos que se suceden como descomposiciones eternas del tiempo y del espacio. Lentamente, ¿por qué saca la cama? Vayamos a ver quién es más libre... Sí, las grietas que circulan entre la propiedad privada son tan lindas así de imprecisas. Y el vacío, tan puesto en duda por los efectos, aún hoy me genera un desconocimiento tan descomunal que quizás al cruzar a Esteban desde un colectivo, al verlo cargado con sus plantas, me recorre una cierta impresión que ya no reflexiona.
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