En un mundo de súper hombres, la irrupción de la Mujer Maravilla, pionera en ataduras (las sadomaso y no las domésticas), encendió la mecha de un trazo disidente en la historia del comic que arrancó con fuerza recién en los años sesenta junto con la revolución sexual. Por estos días la exposicion SuperQueeroes que se lleva a cabo en el Museo gay de Berlín les rinde el debido homenaje a personajes y autores de todo el mundo. SOY entrevistó a autores y curadores de la muestra para construir esta pequeña historia ilustrada del trazo desviado.
› Por Maia Debowicz
“En la isla Paraíso donde nosotras jugamos muchos juegos de atarnos, éste está considerado el método más seguro de atar los brazos de una chica”, le decía la Mujer Maravilla a una villana, mientras anudaba con una cuerda sus dos muñecas. A diferencia de Japón, donde la diversidad sexual formó parte de las historietas desde sus orígenes, los primeros destellos de la historieta queer en Estados Unidos despiertan en los años 40, en pleno auge de la Edad Dorada de las revistas de comics.
Mientras Batman y Superman solo le habilitaban la entrada a sus páginas conservadoras a los varones, William Moulton Marston (científico, psicólogo, teórico y militante feminista) y H.G. Peter inventaron a la primera superheroína, la Mujer Maravilla, a quien le importaba más luchar contra el mal que vestirse de blanco para dar el “sí” en el altar. La morocha de piernas musculosas puso patas para arriba ese micro mundo machista y asexuado cuando propuso sistemáticamente llenar las páginas de practicas sadomasoquistas entre mujeres. A veces de maneras sutiles y otras de forma muy explícita, Marston le dio protagonismo al lesbianismo y al bondage enseñándole a los lectores, a través de la voz de su personaje, el ideario del amo y el esclavo como un acto positivo en las relaciones sexuales. Marcando claramente el límite entre el juego erótico festivo y aceptado entre las dos partes (aquel que practicaban las Amazonas) , y la opresión a la que estaba sometida la mujer por el hombre. En una viñeta podía liberar a un trío de chicas voluptuosas haciendo trizas las cadenas que las volvía propiedad de un villano y en otra recibir gustosa unos chirlos en la cola que le daba una gordita con un cepillo de pelo. Esa parada política, sexual e ideológica que inauguraron Marston y Peter en la Mujer Maravilla lamentablemente llegaría a su fin en el preciso momento en el que esos autores dejaron de firmar la historieta. Sin embargo, la obra vanguardista ya había sembrado la semilla afrodisíaca en el medio.
En los años 60 estalla con la fuerza de un orgasmo el movimiento underground norteamericano: la revolución sexual que hizo sudar y gemir a las páginas de historieta. Desde el activismo feminista de Trina Robbins, donde las prostitutas negras se vengaban de sus clientes, hasta la diversidad sexual que presentó sin tabúes Vaughn Bod. “Auto-sexual, heterosexual, homosexual, mano-sexual, sado-sexual, transexual, uní-sexual, omni-sexual”, así se definió el autor en 1973, en el que sería su último trabajo. Vaughn Bod tuvo una carrera corta y explosiva, pero en ese breve tiempo compartió la auto exploración de su sexualidad con todos sus lectores, con un desprejuicio desconocido hasta el momento. Festejando su travestismo clavaba sus tacos en la obra autobiográfica así como también en los chistes verdes que producía para revistas de desnudos masivas, siempre dejando en claro que el acto de pintarse las uñas y usar aros argolla no le impedía que su mujer lo caliente. Todas las manifestaciones sexuales podían convivir en el mismo cuerpo y en la misma página.
La historieta queer en Europa plantó bandera a fines de la década del 70, con el humor caricaturesco y salvaje con el que el alemán Ralf König retrató a la comunidad gay, y los primeros capítulos de Anarcoma, el detective travestí 50% Humphrey Bogart y 50% Lauren Bacall, que dibujó el español Nazario. En otro continente comenzaba a gestarse el movimiento indie norteamericano de los años 80 y el cómic independiente, de la mano de autores como Alison Bechdel, los hermanos Hernandez y Roberta Gregory. Paralelamente, la temática LGBT conquista por primera vez el terreno del cómic de superhéroes. John Byrne le dio vida a Northstar, el mutante de los Alpha Flight, con la intención de explorar la homosexualidad de un superhéroe. Pero la editorial, Marvel, obligó al superhéroe a esconderse en el placard por varios años. Fue recién a partir de 1989 que la temática LGBT comenzó a formar parte de manera más natural en la historieta mainstream, cuando el organismo que regula la industria, el Comic Code Authority, perdió el poder de impedir que se retrate explícitamente la homosexualidad. En 2010 Archie Comics, irónicamente una de las editoriales más conservadoras del mundo, presentó al primer personaje gay de la preparatoria Riverdale, quien un año después protagonizó el primer casamiento gay del cómic mainstream: Kevin Keller, un soldado estadounidense, se casó con Clay Walker, el médico afroamericano que lo ayudó a recuperar la capacidad para caminar después de que puso el cuerpo en la guerra de Irak. Unos meses después, en junio de 2012, fuimos invitados junto a una multitud de superhéroes que lucieron sus mallas de gala: Northstar se casó con su novio Kyle Jinadu en el Central Park con una fiesta a todo trapo, inaugurando así el primer matrimonio entre dos personas del mismo sexo dentro del universo Marvel.
Como un Pijama Party de cinco meses de duración, desde fines de enero se abrieron las puertas de SuperQueeroes: la primera exposición en Alemania, y Europa, que reúne en un mismo espacio a los personajes que construyeron el camino de la historieta queer. Unidos, y por qué no revueltos, se alternan capas, antifaces, pelucas, medias de red y botas de cuero en una carroza que recorre todas las salas del Schwules Museum (Museo Gay de Berlín).
“Es un mundo grande, inmenso dentro de los comics; y del color del arco iris”, explica Michael Bregel, un importante coleccionista estadounidense de comics, cuando le pregunté cómo estructuraron la exposición SuperQueeroes donde él trabajó como curador. Y es que es tanta la obra, es tan inabarcable la historia de los comics queer, con todos sus vértices y atajos, que resulta complejo resumir el camino zigzagueante que hizo la temática LGBT dentro de las viñetas. ¿Cuántas camas marineras se necesitan para que quepan todos los personajes que desde la acción y la palabra crearon y alimentaron la rama queer dentro del gran universo de la historieta? Es ahí donde la tarea de los curadores juega un rol primordial: lo que define a una exposición no es el material que se exhibe sino el modo de presentarlo. El criterio con el que trabajaron los siete curadores (Kevin Clarke, Natasha Gross, Hannes Hacke, Justin Hall, Markus Pfalzgraf, Mario Russo y Michael Bregel) para organizar el material fue dividir la muestra en seis categorías: superhéroes, antihéroes, héroes de acción, autores como héroes, héroes cotidianos (en Estados Unidos y Europa), y combatientes del VIH. “El sida fue el primer tópico LGTBI que trataron las editoriales mainstream y eso abrió las puertas a personajes e historias de temática queer en el género de los superhéroes mainstream”, explica Kevin Clarke, quien empezó a diseñar esta muestra hace más de un año. A principios de los años 90 algunos superhéroes, como Condoman, se encargaron de enseñar educación sexual entre aventura y aventura, transmitiéndole a los lectores la importancia de usar forro. “Don’t be shame. Be Game! Wear Condoms!”, el grito de guerra de Condoman animaba a las personas a coger desaforadamente pero vistiendo al amigo con traje de látex. Gracelyn Smallwood diseñó a este personaje específicamente para informar y prevenir acerca de las enfermedades de transmisión sexual a los sectores más humildes del pueblo australiano. En la misma sala donde se exhiben las páginas de Condoman se puede apreciar el desarrollo que tuvo el tema en las historietas a través de los años, desde New Guardians (donde había un personaje gay llamado Ernesto que tenía sida), de DC Comics, pasando por Jim Wilson, el mejor amigo de Hulk que moría de neumonía a causa del VIH, hasta los más recientes Stigma Fighters, que luchan para que las personas portadoras del VIH no sean discriminadas.
Una de las particularidades de esta muestra gigante es la diversidad de autores convocados, más de 50, provenientes de distintos puntos del planeta Tierra: desde Japón hasta Polonia. Por otro lado, la muestra incluye tanto a artistas consagrados como emergentes, sin necesidad de trazar una línea que los divida. Todos conviven y dialogan tejiendo con saliva una telaraña que invade las paredes y los pedestales de todo el museo. Hay dibujos originales de artistas precursores como Tom de Finlandia, consagrados como Alison Bechdel, Howard Cruse, Gengoroh Tagame, y Ralf König, y emergentes como Erika Moen y Kylie Summer Wu. Pero también hay espacio para los objetos en tres dimensiones: desde figuras de acción hasta vibradores de personajes del manga. Lo interesante es que el equipo de curadores no solo considera héroes a los personajes que ponen el cuerpo en esta muestra sino también a los autores que los crearon. La idea surgió de Justin Hall, el editor de No Straight Lines: Four Decades of Queer Comics (publicado por Fantagraphics en 2012): una antología que reúne gran parte de los comics queer producidos en las últimas cuatro décadas.”Muchos autores fueron heroicos al publicar comics de temática LGBTI en una época en que eso todavía era considerado suicidio artístico. Lo hicieron de todas formas, y eso les abrió las puertas a todos los que vinieron después. Tomaron enormes riesgos para que el mundo de los comics fuera un lugar mejor y más diverso”, explica Kevin Clarke. En el mismo año que Justin Hall publicó su libro en Estados Unidos, Markus Pfalzgraf, otro de los curadores de la muestra, editó un libro de características similares en Alemania: Stripped: A Story of Gay Comics. Un pantallazo internacional de los comics queer pero anclado en personajes gays masculinos. “Para quienes curamos la exhibición es importante mostrar que todos, sin distinción, pueden ser héroes o heroínas. Luchar con tu identidad puede ser difícil, pero a la vez algo que te hace más fuerte”, afirma Pfalzgraf.
No existen narices pequeñas en el universo en blanco y negro de Ralf König. Mujeres y hombres cargan berenjenas de color piel debajo de sus ojos saltones y redondeados. Desde sus inicios, el historietista alemán eligió el tono humorístico para representar la lujuria absoluta o la represión sexual que transitaban distintos estereotipos gays. Pero cuando en los años 80 el sida tocó tierra, König se preguntó si podía contarse de manera cómica una historia que refleje un tema tan delicado. “Yo pensaba que mis comics debían ser divertidos por sobre todas las cosas. Pero el VIH era lo contrario a la diversión. En los años 80 no me atreví a afrontar el tema porque tenía miedo de lastimar a las personas, que pensaran que me estaba burlando de ellos”, me cuenta. Fue recién a mediados de los años 90, después de acompañar la muerte de uno de sus mejores amigos, que tuvo por primera vez la sensación de que sabía realmente sobre qué dibujar. “Ahí aprendí que mis historietas no sólo deben ser divertidas, sino que a veces pueden ser tristes. Esta experiencia extendió enormemente mis posibilidades de contar historias”, agrega. No obstante, en 1989 König dibujó una poderosa historieta que situaba al VIH en el centro de la viñeta sin necesidad de esquivar chistes o incorrecciones políticas. La noche más loca relata el pánico que siente Lota, un treintañero que años atrás gozaba de chupar pijas y culos peludos sin preocuparse por nada, a contagiarse el virus. El miedo tiene tal magnitud que cambia los revolcones por sesiones solitarias en su casa, donde se hace pajas mientras mira películas XXX con su proyector de súper 8. Lota está obsesionado con el sexo seguro: “¡¿Condones?! ¿Para qué quiero yo condones? ¡¿Piensas que me voy a volver hetero?!”, le grita su amigo Jörg en la fiesta de cumpleaños, cuando él le regala una caja de preservativos franceses, de todos colores, con sabor a frambuesa, limón, manzana y canela. Perdido en medio de la multitud de esa fiesta se encuentra Willem the Gouda: el holandés rudo que el año anterior lo penetró en la bañadera provocando un tsumani en el baño del cumpleañero. “¡Así precisamente se ha imaginado siempre mi madre una fiesta de homosexuales!”, vocifera una invitada cuando los descubre barrenando olas de semen. Lota se esconde detrás de las grandes espaldas velludas de los invitados, intenta ser invisible ante los ojos de su chongo porque teme ser rechazado cuando le pida que se ponga un forro.
“Las nuevas generaciones de creadores LGBT hacen historietas que tienden a ser más personales y menos políticas”, reflexiona a sus 72 años Howard Cruse, uno de los representantes más importantes de la historieta queer, cuando compara el presente con la época en la que él empezó a publicar, en los años 80. Mientras la historieta gay estadounidense se basaba más que nada en comics hipersexualizados o pornográficos, Cruse creó una tira cómica, Wendel: retrato de una intensa historia de amor desde el vértigo de las primeras citas hasta que construyen una familia. “Como artista, apegarme al sexo como único tema rápidamente me resulta aburrido, de la misma forma que vivir solo por el sexo sería aburrido como forma de vida. Dibujar a Wendel y a sus amigos por muchos años nunca fue aburrido por las oportunidades abundantes de humor, sensibilidad y ternura”, me cuenta el autor. Wendel miraba desfilar hombres en musculosas y shorts ajustados hasta que de repente se abrió la puerta de un teatro y salió Ollie, con una peluca y una barba postiza. El magnetismo entre ellos fue inmediato. Ollie estudiaba las coordenadas de los lunares de Wendel mientras él escribía cuentos de robots en su máquina de escribir. Al poco tiempo, los dos tórtolos se fueron de campamento sin saber que iban a ser casados por un oso Grizzly cuando dormían profundamente. “¡Yo los declaro amigos, amantes y compañeros vitales ideales!, pronuncia la bestia salvaje durante la ceremonia soñada. En la revista que editaba Cruse, Gay Comix, fue donde Roberta Gregory publicó varias de sus historietas cortas protagonizadas por lesbianas. “Algunas historias solo celebraban la sexualidad de la mujer y el amor libre en los años 70. Yo escribí y dibujé historias acerca de lesbianas y eso era muy inusual para la época”, afirma Gregory a sus 62 años mientras recuerda sus inicios en la profesión. La autora feminista creció leyendo comics de Daniel el travieso mientras su padre Bob dibujaba al Pato Donald para Disney. Lejos de bocetar princesas con vestidos despampanantes y zapatos de strass, Gregory dio a luz en 1989 a un personaje más malhumorado que el Sr. Wilson: Bitchy Bitch. La mujer de tetas caídas y panza flácida pasaba sus días ladrando más que un chihuahua, despotricando contra el mundo. Bitchy jamás sintió la presión de agradar, ni se mosqueaba si al estornudar fuerte su vagina disparaba como una escopeta un tampón ensangrentado. “Hoy en día existen tantas formas de contar historias y desde tantos puntos de vista que es imposible leerlas todas, y eso es algo muy bueno.”. Tan bueno que hicieron falta todas las salas de un museo para poder mostrar al público semejante catarata de obras: eso es SuperQueeroes.
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