CINE
Demasiado correcta para ser política, demasiado apagada para ser de amor. Ni Ellen Page, ni Julianne Moore, ni el guionista de Philadelphia logran subirle la temperatura a Freeheld.
› Por Magdalena De Santo
Este jueves se estrena en pantalla grande Freeheld, con Julianne Moore y Ellen Page, quien además de actuar produce la película –y se está convirtiendo en la nueva promotora de contenidos LGBT audiovisuales con el reciente lanzamiento de Gaycation. Freeheld está íntegramente basada en el documental homónimo ganador del Oscar en 2007 de Cynthia Wade, pero no le llega ni a los talones. Quizá porque en el documental se nota la crudeza de un pueblo de Nueva Jersey que no ofrece salidas para lesbianas, donde la enfermedad arrasa como a los pelos después de una quimio y las posibilidades laborales se reducen a ser policía o competir por una changa en el taller mecánico. A diferencia del documental, la película no se decide a ser una de amor o una de política. Para ser de amor falta sex appeal entre la hermosa Moore de peluca inverosímil y la chonguita demasiado sin power Page. También, falta deseo, complejización de vínculos intergeneracionales, lectura sobre las asimetrías económicas y profesionales o las distintas construcciones de masculinidad y gestiones para patear closets. Todo es lineal, desde que se conocen hasta que compran la casa y el perro. Tampoco hay sexo. Eso sí, hay ternura, mucha ternura. ¿Será que las lesbianas no cogen y son excelentes compañeras? Luego, la torsión. La segunda parte resulta índole político-legal. Aunque el guionista –Ron Nyswaner– sea el mismo que conmovió a miles de maricas con Philadelphia, la lucha de la agónica Laura Hestel por dejarle la pensión a su compañera se presenta como la decisión burocrática que debe tomar el estrado masculino del condado de Ocean. La enfermedad se expresa como un drama hospitalario de TV. Para ser de amor, falta pasión. Para ser legal, la carga de discriminación y la amenaza al statu quo no duelen. Para ser de enfermedad, demasiado preocupada por no caer en golpe bajo. Para ser de lucha, es correctamente asimilacionista. “Me estás usando para tu campaña de matrimonio, pero yo sólo quiero igualdad”, afirma Laurel Hester a la marica judía que la absorbe. Steven Goldstein (Steve Carell) pelea por la legalización del matrimonio y aprovecha la causa de la moribunda para lograr sus objetivos. Siendo una película de tortas, los personajes del gay y del amigo heterosexual son los más interesantes. El amigo hetero sensible se embandera en la causa moviendo los hilos del poder político y convence a los colegas policías de acompañar a Hester. El arco de transformación de la película lo proporcionan estos dos tipos, mientras ellas siguen la trayectoria fatal que la vida de injusticias les alberga. Obvio, con una actuación magistral de Moore. Nota de color: la interpelación al poder que tiene la comunidad LGBT es de pancarta prolija al grito de “ustedes tienen el poder”. No es ficción; fue la canción de lucha del caso de Laurel Hestel. Una política sudaca, pienso, jamás ofrecería en bandeja su precariedad al Estado. Antes, te arrebatamos con dientes todo lo negado.
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