Ni los putos viejos, ni los chicos bien, ni los tecnócratas, ni los paraísos fiscales, ni los profundamente enamorados. Nadie se salva de la lengua chispeante y certera de Mosquito Sancineto. Ahora que su show más famoso cumple quince años, improvisa especialmente para SOY sobre un presente que da letra.
› Por Mosquito Sancineto
La putez ha mejorado mucho. Sobre todo lo veo en los más jóvenes, que se identifican rápido, tienen menos rollos, lo declaran frente a sus padres, eso les crea menos enfermedades, son más sanos en ese aspecto, tienen más cuidado de sí mismos. Y a su vez en sus relaciones el abanico es más amplio, pueden identificarse con aspectos hetero, o no. Todo el tiempo hay identidades circulando. Eso combate mucho el prejuicio. Todos pasamos por una etapa de prejuiciosos. Por educación o porque el medio te obliga. Cuando uno es adolescente, para defenderse, a veces tapa cosas. Eso me pasaba a mí en el 1800, en la época de Roca. Más cuando te educan en un colegio religioso como fue mi caso. En el primario y en el secundario. Cuando yo ya sabía qué quería y sobre todo a quiénes quería. No lo decía en el colegio, pero como nadie es tan boludo, todos sabían. Nunca tuve problemas con mis compañeritos, pero tampoco tuve amores con ellos. Había un secreto a voces y me acompañaban en ese secretear. Hablando de putez, el otro día fui al estreno de la obra de Pachano y me encontré con toda una generación de jóvenes maricuelas. Dije: “¡Se degeneró todo!”. Eran encantadoras, por lo atrevidas, por lo asquerosas, por lo simpáticas y por lo bobas: ¡La putez resumida en cinco adjetivos!
El tema de la identidad tiene importancia en la medida en que sirva para colaborar con los demás, con los que menos oportunidades tienen. Si no, no sé cuánto me interesa. Sí me interesa colaborar con las travestis, que son siempre las que peor la pasan. El travestismo en las familias es lo que hoy todavía es más difícil de asumir. Porque ahí no hay solo una cuestión de identidad sexual sino que compromete con tu cuerpo. Una trasgresión total. Hay padres que a eso a veces no lo elaboran, o hermanos, o primos, o abuelos, o primos segundos. Bueno, toda la familia. Y se sufre mucho. Si encima tenés un marco social humilde, se convierte en una situación de riesgo de vida, directamente. Hay que colaborar con ellas. En la otra esquina, me parecen peligrosísimos los seres como este muchacho del Pro, Robledo, Robledito Puch. De golpe ves en la otra vereda a gente que si no hubiese sido rescatada por este lado de la grieta, hubiera sido pulverizado por sus propios amigos, que lo apedreaban. Si ese chico no entiende lo que es realmente colaborar con su identidad, ahí hay un peligro. Si la putez se institucionaliza con gente que no tiene ni idea ni la más mínima identificación con lo social, es estéril.
Me encantan las tortas… fritas, menguantes, con guantes, con guantes de box. Vienen atrevidas. Me gusta mucho cómo están ahora. Por lo menos en la ciudad, van por la calle abusando de la calle misma. Besándose a troche y moche. Ganándose su espacio como debe ser. Ya no son bomberos, son el cuartel entero y el fuego mismo. Yo no veo rivalidades hoy entre putos y tortas. Tal vez las tengan otros. Hubo una época en la que iba a boliches de tortas. Me dejaban ingresar. Se ve que pensaban que era una nena. No me acuerdo ni para qué iba, pero podía entrar. ¿Habré sido torta en la adolescencia? Quizás. A los varones no los dejaban pasar. Eso me molestaba. Todo lo que huela a gueto me molesta. Por eso abandoné rápido los ambientes tan cerrados. Prefería otros como Ave Porco, que fue un lugar donde todos coincidíamos, seas quien seas, como seas, apuntaras donde apuntaras. Ya no hay Ave Porcos, ni Dorados, ni Nave Junglas, ni Morocos. No hay nada de eso. Así que ya no salgo. No porque haya envejecido, es solo que no me dan ganas. Sí alguna vez voy a Namunkurá, a encontrarme con amigas de esas épocas, ahí están, con sus sillas de ruedas...
Macri, encantador ser. Es como el villano de los cuentos de hadas, donde uno es Hansel y Gretel al mismo tiempo y aprende a defenderse de ese hechicero, de ese dinosaurio, de ese villano de comic. Maneja tan poco vocabulario. Siempre en campaña. Es el nene caprichoso, hijo único, de familia adinerada, que tuvo todos los juguetes desde siempre y no te los presta. Si rompe un juguete, te echa la culpa a vos. Me hace acordar mucho a un amiguito de mi infancia que se llamaba Estefan. Malísimo e hijo único. Nos invitaba a todos a jugar. Era el hijo del kiosquero, tenía un perro galgo que nosotros amábamos. El nos ordenaba a qué había que jugar y cómo. En verano nos llevaba a la Pelopincho, nos desnudaba, nos obligaba a sacarnos la malla como condición para entrar a la pileta y nos tocaba. Si alguno le decía algo, le pegaba o lo echaba. Había algo en mí, monstruoso también, que quería ir a ser tocado por este pibe. Cuando ya nos avivamos, no queríamos estar más sujetados a su antojo y nos rebelamos, dejamos de ser rebaño. Y nos echó de la casa. Lo “denunciamos” por el barrio pero nadie nos creyó. Macri es como Estefan… un violador. Estoy hablando de cuando teníamos 6, 7, 8 años.
Me imagino Panamá como un lugar paradisíaco, donde se duerme sobre colchones de dinero, se fuman billetes. Se compra cocaína al por mayor y se escriben cosas con ella en el cuerpo. Las exuberantes mujeres con sus tetas hechas están ahí dando vueltas. Los viejos a los que ya no se les para reciben fellatios de esas gatas feas. Son feas porque no tienen espíritu. Todos se mueven en autos de súper lujo, para cada día uno distinto. Todos están operados y tienen labios tan gruesos que no los dejan ni hablar. Pero tampoco hace falta. Todos son Mossack Fonseca, todos son Singer. Todos son máquinas de coser… pero cosen dinero. Son todos injustos, son todos planos. Son blancos pero tostados. Si hay negros, son sirvientes: negros planeros, negros de Salta, negros de Tucumán. Los negros somos nosotros y ellos viven de nosotros. Somos los mosquitos, que solo tenemos Dengue, y ellos nos combaten. Panamá me encanta para que nos vayamos a hundir allí en algún momento. Tanto es el peso que tienen todos ahí, que ya se está hundiendo. Pero lo que pasa con el Imperio es que cuando se lo ataca, aunque dé la impresión de estar herido, como Terminator, enseguida se rearma. Ya van a venir por nosotros, los artistas. Si no es que ya están viniendo. Pero como no pueden matarte -porque a eso ya lo hicieron y hoy “no da”-, ahora te hacen desaparecer de los medios. Porque si ellos no te nombran, no existís. Y te preguntás: “¿en dónde tengo que ceder?” o “¿podré sobrevivir en algún medio sin ocultar mi pensamiento?” Ya en la radio descubrí que no puedo, porque me echaron. Hicimos un programa con Tom Lupo en Radio Nacional durante seis años, En mi propia lengua. Y el director artístico, Martín Jiménez, ese soretito ardiente, fue quien me llamó la noche del 30 de diciembre para decirme que no volviera. ¡Qué encanto! ¡Feliz año nuevo! No sé cómo están haciendo aquellos que perdieron sus trabajos y tienen hijos que alimentar. Yo por suerte solo tengo mascotas. Y si un día en vez de jamón les doy paleta, no se quejan. Y el día que no tengo nada, los dejo chuparme el dedo.
Mi show de improvisación tiene ya quince años pero al mismo tiempo lleva un público cada vez más joven. Se llena de jóvenes y gente grande con espíritu lúdico. Este año hago una presentación con una cámara en la que interactuó con el público. En el estreno estaba como un nene con juguete nuevo con la cámara, ni lo ensayé, tuve que pedir ayuda al público para prenderla. Este año también cumplo veintiocho de mi historia con la improvisación en general. ¡No se apuren a hacer cuentas: empecé a los diez! Tan chico y ya me pintaba los labios. Veintiocho años equivalen a un hijo adulto, que pronto se casa y me hace abuelo. También tengo un show nuevo que nació en referencia a esta época. Improvisación Mosquito es la mansión donde son todos bienvenidos y La Resistencia Improvisada es su versión clandestina, un show político que hacemos en salas del Conurbano. En el escenario aparece la Bullrich beoda. Y otra funcionaria que protagoniza Las villanas andan en silla de ruedas. La gente que viene sin saber de qué se trata a veces se suele retirar. Mucha otra gente aprovecha para hacer catarsis.
Mi madre no llegó a la vejez. Pero vi la vejez de mi padre, que llegó a los noventa y uno. Hasta los ochenta y nueve estuvo espléndido. Vivía solo, pintaba cuadros en su taller, era muy independiente, afectuoso, con mejor memoria y vista que yo. Cuando murió su hermano y luego su hijo, mi hermano, se derrumbó: ya está, es todo lo que podía soportar. A partir de ahí fue un descenso inmediato. El tampoco estaba cómodo con su deterioro. No aceptaba la silla de ruedas, hasta que la bautizamos como Fangia. Salíamos en la Fangia por Almagro y todos los vecinos lo iban saludando. Lo querían mucho. Me terminé mudando a donde vivía él. Respeto mucho la vejez. Ahora tengo una vecina viejita al lado del departamento. Entre la portera y yo la cuidamos. A veces le hago la cena. Y eso hizo que en el edificio me humanizaran. Algunas viejas guachas de ahí tenían prejuicios conmigo cuando me mudé. No les gustaba mi maquillaje, ni mi pelo rojo. Pero cuando vieron que yo era un ser humano que le podía dar de comer a otro cambiaron su trato. En cuanto a la viejita, como está en su mundo, puedo ir maquillado o desnudo que le da lo mismo. Me gusta la vejez cuando los viejitos son tiernos pero no boludos. Es obvio, tienen sus deseos. Mi papá tenía sus descuidos y se notaba su deseo por la señora que lo cuidaba. Santa Gabriela era una bailarina/vedette de Ave Porco, divina, que estudió cuidado de ancianos. La contraté para que lo cuidara. En una oportunidad se estaba haciendo el dormido, como hacía siempre que no le interesaba una conversación. Entonces, Santa Gabriela se le acerca para darle un beso en la frente mientras el “dormía”. Al segundo mi papá le tira la boca pidiendo otro besito.
Me enamoro cada dos por tres. Incluso a veces me enamoro de fotos. Otras veces me enamoro de alguien, pero ese alguien no lo sabe. A veces percibo que hay un ida y vuelta pero me tienen miedo o no sé qué. Voy por la calle observando que hay parejas tan dispares. Y pienso: “Los odio. ¿Cómo puede ser que esa persona salga con eso?” Y ahí están: juntos, se dan la mano, parecen ser felices. ¡Ahora se besan, qué asco! Y yo que soy tan hermoso y honesto: ¡nada! Se ve que mis épocas de autodestrucción dejaron su huella. Yo solo quería tener amantes o, a lo sumo, gente que me invadiera, que me abriera la heladera, se morfara todo pero después se fuera. Pero ahora, en la búsqueda, me tengo que apurar, ya no soy tan joven y antes de tener un viejo choto a mi lado prefiero la muerte. Honestamente, cuidar a alguien que se caga encima… no, gracias. Al amor lo fui volcando en mis cinco mascotas. Pero estoy abierto. Si alguien quiere ser mi novio, que escriba al suplemento SOY y ellos me pasan el mensaje. Se aceptan candidatos entre veintiocho y cuarenta años. Aunque acepto a alguno con un poco mas de cuarenta, siempre que esté cuidado.
Improvisación Mosquito, viernes a las 23.30,
Teatro Buenos Aires, Rodríguez Peña 411.
La inscripción para las clases de improvisación empieza en mayo. Escribir a [email protected]
Informe: Dolores Curia
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