Vie 27.05.2016
soy

La ley del camión

La violación entre hombres entendida como juego de machos. Un video que lo prueba y una víctima que, si habla, no encuentra justicia. La denuncia de “abuso sexual reiterado” fue radicada en el Departamento Judicial de Dolores y descartada por el juez porque, según su resolución, “no constituye ese delito”.

› Por Alejandro Modarelli

El escándalo, como sucede a menudo, llega la semana pasada con un video viralizado: un joven de 30 años de Chascomús, recolector de residuos, es violado “sin que le sea introducida la carne” (dice la mamá). Las imágenes se pasean por los celulares del pueblo, incluido el de la esposa. Desnudo en el frío, con dedos y objetos metidos a la fuerza en el culo, golpeado. Los cuatro compañeros del camión presiden la ceremonia, otros ríen a lo lejos y filman. Maxi ya no puede seguir callando el oprobio de un año entero, porque su esposa se enteró. El posterior relato ante la justicia deviene un tour de force en torno a la figura penal a aplicar: si abuso simple, si abuso agravado. El juez piensa que los hechos no han sido tan graves como para encarcelar a los culpables; la fiscal pareciera comprender mejor lo que es injuriante para un cuerpo y para una subjetividad sometidos al goce de una turba, y exige detenerlos.

La escena más extraña que nos trae el noticiero de la tarde no es la de Maxi de espaldas, sostenido por su madre y un amigo, relatando como un niño avergonzado ante el ojo confesor de la cámara, los vejámenes a que fue sometido por sus compañeros recolectores de basura. No es tampoco la de la madre de frente, pobre señora, tratando de atrapar en el Juzgado de Garantías de Chascomús una idea comprensible de justicia que se le escapa. Ni siquiera sorprende a esa altura de la crónica periodística la imagen de la esposa de Maxi, que asegura que, como mujer, no puede entender que los hombres cuando están a solas hagan entre ellos esas cosas; que tuvo que ver tres veces el video donde el marido era carne de matadero: la putita del camión, así llegó a nombrarlo el capataz.

No, la escena que más me sorprendió fue la de la marcha vecinal invadiendo el Juzgado al grito de “vamos compañeros, hay que poner un poco más de huevo”. Señoras y señores de su casa junto a muchachones risueños que pedían, como barrabravas, más huevos (¿contra el culo?) del Juez de Chascomús. ¿No había ya demasiados huevos puestos como para no suponer que tanta testosterona tumultuosa, sin la intervención del placer, es casi siempre la culpable de que alguien minorizado, hombre o mujer, se convierta por obra de los lobos en la putita de un camión?

La masculinidad se desborda de erotismo en situaciones insulares. En esa isla –esa compactadora de basura, ese corralón– donde no entra la mujer, donde se la quiere ausente aunque se la invoque a cada rato, podrían generarse formas inéditas y felices de reconocimiento de la propia sexualidad, si el acontecer no estuviese contaminado ahí por la angustia de verse convertido en un homosexual. Cuando emerge esa amenaza, se busca la víctima sacrificial, ese pasivo hetero o puto, a quien se identificó como “casi una mina”. Débil, tonto, afeminado, sometido. A Maxi el capataz lo acusaba de que en realidad le gusta el manoseo, el frasco de vidrio en el ano; que es un masoquista, a pesar de que no ha negociado ningún contrato con un sádico, pero así y todo se le atribuye alguna clase de goce secreto. Con su sacrificio cohesiona al grupo, pobre Maxi. Con su supuesto goce absorbe los fantasmas homosexuales de los compañeros.

No sé si en este caso la Justicia volvió a copiarse a sí misma, y como los exjueces Piombo y Sal Llargués, al Juez Christian Gasquet le cabe el estigma de haber fallado de acuerdo a la ley clandestina de la manada y no a la ley pública. Por ahora pide mejores pruebas que un video torpe, barbarie convertida en película de autor, y del que el público se escandalizará aunque internamente sepa que “esas cosas suceden”: nadie quiere morirse sin unos minutos de fama y sin certificar mediante la imagen su capacidad de gozar en un mundo donde el goce es obligatorio.

A Maxi lo tomaron de puto, es decir lo tomaron de punto. Quedó sentado en el expediente que “todos me llevaron a mí para llevar a cabo su faena sexual”. Un amigo me confesó que se había calentado con el relato, sobre todo al ver las caras de los chongos en la tele. Por un momento la fantasía lo acosó y se vio desnudo siendo él la putita del camión. Ojalá la fantasía no se le cumpla nunca en el mundo real, porque sentirá hasta qué punto esa cercanía lo desintegrará.

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