REABREN EL CENTRO CULTURAL KIRCHNER
› Por Alejandro Modarelli
La noticia que nos debería alegrar deja, sin embargo, restos de hiel: después de meses de haberse mantenido clausurado bajo siete llaves, el CCK reabrió ahora con muchos de sus salones políticos vaciados, al modo de una residencia de símbolos inquietantes donde se pretendió exorcizar una época y sus habitantes. Con cientos de trabajadores expulsados, utilizado por el nuevo gobierno para agasajar mandatarios del primer mundo –a pesar de que se denostó su operatividad en forma artera desde diciembre pasado– el antiguo Palacio de Correos se impone como testimonio contra la mezquindad.
Vieja utopía liberal de principios del siglo XX, cuando se lo inauguró como el Palacio de Correo y Telecomunicaciones, y nueva utopía post-debacle 2001, el monumento renacido a instancias de Néstor y Cristina Kirchner aspiraba al liderazgo cultural latinoamericano en una región donde habían emergido presidentes populares. Hay que tener en cuenta que los edificios públicos definen per se la ideología de quienes lo conciben o de quienes buscan su destrucción. Aunque no sé todavía a qué aspiran ahora quienes dirigen el CCK.
Si semejante obra fue el legado soñado por los Kirchner, al ingeniero Macri se le ocurrió, en cambio, imaginar en 2015 “un obelisco invertido” –así lo describió Horacio González– en el eje espiritual de la nación, la avenida 9 de julio; una estación a lo Xul Solar de cruces ferroviarios y subterráneos, eso sí, donde las masas estuvieran debidamente auscultadas por cámaras mientras se entrechocasen en busca de los túneles, porque lo cierto es que el proyecto conservador ahora nacionalizado originará, tarde o temprano, mayores grietas y, a través de estas, temibles resistencias y supervivencias. ¿Se acuerdan, lectores, de ese extravagante proyecto futurista del ahora Presidente?
Mientras vuelvo a visitar con la imaginación los fastos del edificio, clausurado como revancha en diciembre último, recuerdo los relatos de Héctor Anabitarte, fundador entre otros del mítico Frente de Liberación Homosexual, ahí por los años setenta. Excomunista y líder sindical de Correos, activista todavía de mil causas, fue uno de los antiguos habitantes del lugar, y cuenta a menudo que usó de manera clandestina sus mimeógrafos para imprimir proclamas maricas, en tiempos donde si no se jugaba uno la vida, se la ofrecía al escarnio. Cuenta, además, de qué manera el Palacio fue escenario de locas que se sentían ahí, entre mármoles y bronces, auténticas princesas de la plebe.
¿Hubo algún palacio francés consistente, duradero, sin que la imaginación de las locas, reinas soles, convirtiese sus escaleras en pasarelas y los baños en alcobas de paso? El viejo Correo, vaya uno a saber por qué, fue refugio de toda una corte de maricas de vanguardia. Una de ellas era de la ciudad de Lincoln, de donde había partido años antes para vivir las primicias de su sexualidad. La lejanía del panóptico familiar la autorizó no solo a salirse del closet, sino a hacerlo con gracia y escándalo. Anabitarte recuerda haber descendido con ella en un atestado ascensor, donde le relataba, para asombro de los otros usuarios, su cruce de placer con un colectivero. Ya habituados a sus performances, los compañeros ni se inmutaban cuando corría por las escalinatas con un vestido de cola imaginario, y al estilo de la Mujer Araña, los persuadía de su ascendiente princesa en la carta homoastral. Lo cierto es que las locas supieron reciclarse incluso bajo la dictadura de Onganía, cuando expulsadas del Palacio se las confinó a la Biblioteca inutilizada del Congreso, donde cada vez que sonaba a lo lejos una sirena, alguna saltaba en el escritorio: “¡chicas, vienen por nosotras!”.
Otro compañero de Héctor de esos años llegó una mañana vestido de mujer (muy elegante, por cierto) y entró a la oficina del jefe, exigiendo que, desde ese mismo día, se lo tratase de acuerdo a su identidad de género, que nadie, hasta ese momento, había advertido. Una adelantada, la señora, a las leyes de la última década. Y parece que, activista avant la lettre, le hicieron caso.
Espero que el aura rara que dejaron las maricas originarias del CCK permanezca viva mientras avanza la maquinaria neoliberal sobre las huellas de su pasado reciente. Por mi parte, creo que de algún modo, esos fantasmas colibríes ya me habitan, de tanto haberme sido narrados. Quisiera sentirlos convivir dentro de mi corazón junto con otros espíritus, sobre todo con el espíritu de época que supo cobijar, hasta hace tan poco, hermosas leyes inclusivas. Un espíritu vibrante que el poder de turno no consigue terminar de enterrar.
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