Viernes, 24 de junio de 2016 | Hoy
28 DE JUNIO
Lxs integrantes de las siete organizaciones convocantes de la Primera Marcha del Orgullo Gay Lésbico –César Cigliutti, Luis Biglié, Marcelo Ferreyra, Ricardo González, Gustavo Pecoraro, Karina Urbina, Ilse Fuskova, Rafael Freda, Alejandro Soria, Andrés Febbrario, Jorge Raíces Montero, Carlos Barzani, Norberto Damico, Roberto González y el autor de esta nota– recibirán un reconocimiento de la Legislatura porteña este martes.
Por Alejandro Modarelli
Cuenta César Cigliutti que junto a Carlos Jáuregui, en la casa de la calle Paraná donde convivían y funcionaba Gays DC, pensaron en 1992, durante una de sus charlas nocturnas, que ya era hora de lanzar la Marcha del Orgullo en Argentina. La referencia mundial era el 28 de junio de 1969, en consonancia con la gesta de Stonewall. Al principio discutieron sobre el nombre con que se convocaría, si bajo la expresión “Marcha de la dignidad gay lésbica” o “Marcha del Orgullo gay lésbico”. Parece que Carlos, al principio, no estaba convencido de que el vocablo orgullo fuese acá comprendido en toda su dimensión, ni siquiera dentro de la propia comunidad. Pero tras unos vinos sabios se acordó que, siendo el orgullo precisamente la respuesta justa al sentimiento de vergüenza que pretenden imponernos a los homosexuales, resultaba imprescindible pronunciarlo como gesto político. Además de Gays DC, participaron del llamado Convocatoria Lesbiana, Transdevi, SIGLA, Grupo de Investigación en Sexualidad e Investigación Social (ISIS), Cuadernos de Existencia Lesbiana y la Iglesia de la Comunidad Metropolitana (ICM)
En aquella sede feliz de la calle Paraná los menos torpes -entre los que no me contaba- hicieron banderas y carteles muy artesanales, con cartón, papel, palos y pegamento, y unas máscaras de papel madera con una banda elástica para sujetarla a la cara de los que, como yo, no nos animábamos todavía a hacerla visible.
Se compró un megáfono que nos pareció el colmo de la producción.
La consigna de la Marcha fue “Libertad, Igualdad, Diversidad”, propuesta de Carlos Jáuregui, que se inspiró en la Revolución francesa. Se desistió de hacerla en la avenida del yiro, la Santa Fe, porque los grandes eventos de la historia argentina tienen como centro la Plaza de Mayo, y los levantes no califican como hitos históricos.
Yo estaba todavía en el closet y tenía temor a las posibles cámaras de televisión. Nadie, digamos, imaginó la repercusión periodística que finalmente tuvimos. Estaba estresado y sin ningún tipo de sentimiento heroico. La idea del paria consciente, del puto orgulloso, me llegó más tarde. Las certezas, en ese entonces, pertenecían sobre todo a mis compañeros de Gays DC: a César Cigliutti, a Gustavo Pecoraro, a Marcelo Ferreyra. Ni qué decir a Carlos Jáuregui. En ese momento, confieso, solo sentía miedo. Llevaba la máscara higiénica de protección social para cuando llegase a Plaza de Mayo. Fuimos caminando por el medio de la Avenida de Mayo, que extrañamente estaba vacía, porque la habían cortado. No entendíamos mucho la causa, si éramos tan pocos: “Esto es increíble, nos dejaron la Avenida de Mayo a solas para poder marchar”, repetía como un ganso a Carlos, que se desgañitaba con su vozarrón de puto baritonal.
Las consignas callejeras escogidas fueron “respeto que caminan los gays y las lesbianas por las calles argentinas”, pero también, me recuerda César, “Documentos legales para transexuales”. Fue la activista trans Karina Urbina, de la organización “TRANSDEVI”, quien nos mostró toda una realidad que en esos años nos resultaba aún lejana. Y fue recién en la segunda Marcha, la de 1993, donde se incluyó en la sigla a las travestis con su identidad, tal como exigió Kenny Demichelis, de Travestis Unidas.
A medida que se acercaba la Plaza de Mayo (oscurecía temprano) se vieron luces de cámara de televisión, y se oían cánticos que no eran los nuestros. Estaba sorprendido por la repercusión que habíamos conseguido con la escueta quijotada... pero me había equivocado. El periodismo no estaba rodeando a un grupo de maricas o de tortas orgullosas, sino a los maestros en lucha. Con el apuro de los preparativos, nunca habíamos considerado que confluiríamos con esa manifestación populosa. Entendí la causa de la Avenida de Mayo vacía. De pronto, las cámaras miraron hacia el grupo de rarezas que conformábamos ahí detrás, cerca de la Catedral, y de inmediato se dieron la vuelta para enfocarnos. Así, gracias a otra ancha lucha popular se hizo visible, como no pensábamos, nuestra propia gesta minoritaria. Los argentinos asistían en masa a la imagen y las voces autónomas de esos extranjeros, esos Otros, nosotroxs, a los que, en todo caso, apenas si habían aprendido a tolerar en formato de entrevista o de melodrama en los set de televisión.
César recién me señala que si existe algo que resaltar de esa primera Marcha, es el ambiente militante en sus expresiones más legítimas. No había subsidios y los partidos políticos históricos no tenían ninguna intención de sumarse. Y es cierto, solo nos acompañó Luis Zamora, del MAS.
La Marcha, dice y con razón, reforzó el sentimiento comunitario de pertenencia, entonces más necesario que nunca, y pudo expresar públicamente la mayor de las conquistas, el sentimiento del orgullo por nuestra identidad.
Yo agrego como nota al pie que la historia siempre reserva un sitio para lo imprevisible. El acontecimiento, como la acción, emergen bajo esas condiciones. Ese día, la primera Marcha del Orgullo contó con la inesperada, y acaso involuntaria, solidaridad de los maestros en lucha.
Martes de 18 a 20.30, Legislatura Porteña, Perú 130.
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