Viernes, 22 de julio de 2016 | Hoy
Embellecedor, monarca de las noches de Buenos Aires, Dios pagano que creó un mundo desde El Dorado hasta Bolivia. Todos los que siguieron en busca de lo excéntrico tienen algo de Sergio De Loof. Artista de los pardos, de los feos, de los petisos suburbios, se presenta mañana en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en vivo y en El Monarca, un documental realizado por Francisco Garamona que lo muestra como una bomba a punto de explotar: fumando y en cama.
Por Laura Ramos
No menos estrafalario y genial que Osvaldo Lamborghini, que Onetti, Sergio De Loof crea sus últimas iluminaciones conceptuales desde la cama y en pijama: la cama como palanca para revolucionar un mundo. Con modales de monarca déspota y visionario anuncia a SOY su última obra, algo así como una bomba molotov con efectos narcotizantes lanzada sobre el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el espacio al que pertenece con el derecho que le otorga su estirpe autoforjada de artista auténtico.
En dispositivo de video pero además con su presencia performática en vivo (vivo entre muertos, porque también habrá obras de artistas como Liliana Maresca y Xul Solar, León Ferrari y Federico Peralta Ramos), De Loof integra la muestra Excéntricos e Ilustrados que se inaugura mañana en el MAMBA.
“Soy un artista-humorista, un mamarracho, una Niní Marshall. Siempre fui, en todas las épocas, el artista de la gente común, de la gente petisa, de los pardos, porque siempre me sentí un pardo. Me encanta ser el diseñador de la gente fea y deforme: la ropa que uso es basura”.
Grabó el video que se verá en el MAMBA en pijama desde su cama, en el barrio de Berazategui (“un barrio horrible”). Allí recibió al poeta, librero y editor de Mansalva Francisco Garamona, director del video, rodeado de pieles apócrifas y revistas Vogue. Para llegar a De Loof es preciso tomarse un tren y dos bondis y caminar un rato por esas calles suburbanas pero… ¿no vale la pena todo para ser recibido con su gesto principesco que podría arrastrar, como de hecho arrastró hasta hace poco en el hospital de Berazategui, un carrito con suero o un cetro con brillantes incrustados? La contraseña que exige a los visitantes es una botella de whisky nacional que debe pasar en forma clandestina y tabicada por la revisión paterna del severo y digno y desconfiado don Enrique De Loof, que solía correr alrededor de la manzana al niño díscolo que seducía a los payasos de las fiestas infantiles y a los entrenadores deportivos con sus ojos enormes color azabache, orlados por unas pestañas como arañas pollito.
Así como a fines de los 80 tomó con naturalidad –y con el esfuerzo del inmigrante que desde más allá de los bordes aspira a llegar al epicentro de la gran ciudad– pasarelas de bares, teatros y museos como formato para construir su obra, hoy De Loof se apropió del formato de video. Francisco Garamona: “El video trata sobre la vida de un artista y sobre el talento pero también sobre las dificultades de producir arte en un país periférico y sobre cómo esa misma dificultad termina ineludiblemente delineando una política”.
Excéntricos y superilustrados es una exposición colectiva que reúne a artistas considerados excéntricos “respecto a las tendencias de sus contemporáneos, poseedores de cosmovisiones particulares que se proyectan tanto en sus obras como en otros gestos”, explican los curadores del MAMBA.
“Yo de chico quería ser rico, y de tanto desearlo me volví pobre”. El Mayo francés o el 17 de Octubre que disparó De Loof en 1989 ganó las calles en un desfile con ropa del Ejército de Salvación donde puso en la pasarela “a negros, pelados, rapados, gordos y tatuados”: cien personas que salían al mismo tiempo del bar Bolivia y cruzaban la calle México, cortada por él. (“Yo les pongo plumas a los feos, a los latinos, a los desclasados.”) Fue una revolución social y sexual: “Todos los jóvenes eran dark y vestían de negro y nosotros nos poníamos colores fluorescentes del Altiplano, verde cotorra, rosa chicle”. Bolivia: ¿bar o comunidad utópica? Los amigos y los visitantes (estrellas fulgurantes del glam y del pop) se montaban con pelucas y tacos, se hacían guisos de verdura, algunos dormían en el entrepiso, alguien tiraba el tarot, un chico batía el pelo y casi todos se iniciaban en prácticas no siempre heterosexuales del sexo y del amor.
“Odio a los ricos, pero me encantan los palacios.” Esa paradoja es su diamante. Aunque estudió en Bellas Artes, su verdadera escuela de moda fueron los cottolengos de Pompeya. Sus desfiles llegaron a la Bienal de San Pablo, al Instituto Goethe, al Malba. Estrella periférica como Evita, De Loof torció el Riachuelo hacia la avenida Figueroa Alcorta: cuando lo invitaron a hacer una muestra en el Malba llevó como modelos a los chicos de su barriada, unos pibes de Alejandro Korn que nunca habían ido al centro. El desfile se llamó “La comadre”: “Quería compartir con ellos la felicidad de ir a ese museo tan hermoso, lo que a mí me daba la vida lo repartí. Madonna me ayudó a quererme con mi negrez y mi pobreza. Una de mis funciones en esta tierra es hacer cosas para que la gente sea feliz a pesar de su condición”.
Como abomina de la electricidad y ama los comienzos del siglo XX, en los espacios que levanta pone velas y lámparas a kerosene, o arañas de cristal con caireles y cachivaches comprados en las ferias de segunda mano. Anacrónico y a la vez situado en el centro mismo del presente, como un Leonardo da Vinci moderno su misión parece ser capturar ciertos gestos contemporáneos y proponer nuevos modos performáticos de construir relatos: ideó, alquiló, construyó, pintó y decoró espacios que devinieron en sistemas de referencia del arte, la moda, la música y la noche desde la década del 90 en adelante. El ademán de ubicarse en la cama de su casa de Remedios de Escalada, desde donde interpreta a su modo caprichoso y nada frívolo las tramas de la sociedad, ese ademán, decíamos, denuncia la tilinguería de la moda y la frivolidad del mundo del arte. Podría incluirse dentro de las “tentativas de creación de sistemas de referencia para los nuevos modos de producción de la subjetividad” que menciona Cecilia Palmeiro en su libro Desbunde y Felicidad. El mismo ademán, también, podría integrarse en la idea de la fantasía como elemento fundamental de lo que Palmeiro llama antiestéticas de lo trash.
La colección Gucchi 2016 de moda de cottolengo alude, con o sin inocencia, a la propuesta de De Loof en el 2001: prendas confeccionadas con bolsas de arpillera y ropa cosida con basura. Identificado como monarca de un movimiento que él bautizó como trash rococó –una sublimación del cottolengo que denuncia, insurrecta, el esnobismo de la moda– desde que creó Bolivia y El Dorado el mainstream lo espió, plagió, fagocitó y expulsó en unos movimientos despiadados y rapaces que culminaron en las réplicas de sus desfiles, sus bares y su… ¿épica? plasmados, al menos o en principio, en esa ostentosa parodia que se dio en llamar Palermo Soho o, más desvergonzadamente, Palermo Hollywood. De su lado quedaron los embargos y los cheques sin fondo, las cuentas impagas, los bares que se iban fundiendo, los pagarés incobrables y una miserable pensión por discapacidad. ¿Pensión por discapacidad al gran artista De Loof? ¿Por qué no subsidio, beca o premio de artista?
“Incomprendidos por sus contemporáneos y alejados de las tendencias, reticentes a sumarse a las vanguardias de moda”, los excéntricos e Ilustrados de la muestra del MAMBA (Delia Cancela, Fernanda Laguna, Fabio Kacero, Isaac Díaz y Mariano Blatt, Benito Laren, Lux Lindner…) “abren nuevas vías de pensamiento en una concepción del arte como forma de vida”, dicen los curadores. ¿Acaso esta categoría no habla de De Loof en cada una de sus letras?
“No tenía nada que decir y Garamona vino con la cámara y unas botellas de whisky. Le respondí en la cama”. Si el concepto del MAMBA al incluir un video en la muestra fue considerarlo una herramienta para registrar modos de vida e ideas de De Loof, su “no tengo nada que decir” desde el campo elegido, la cama, convoca a la inagotable pregunta por la figura y el trabajo del artista. ¿Qué significa ser artista en la actualidad? ¿Y su respuesta no es una respuesta política?
“Negarse a hacer es una acción política en un momento en que todos están haciendo tanto”, dice Francisco Garamona. Era un día de sol y las veredas de Berazategui refulgían cuando llegaron Garamona, Nahuel Vecino y Juliana Lafitte (Mondongo) a la casa De Loof. Habían salido de la capital a las nueve de la mañana con dos botellas de whisky escondidas entre los equipos y un ánimo templado para largarse a la aventura. “En el video está su pensamiento en vivo. Él es un genio, un maestro, precursor de millones de movidas, y volcó para nosotros su palabras deslumbrantes” (Garamona).
Además de escribir y producir poesía Francisco Garamona realiza casi semanalmente ferias de libros de editoriales independientes en la vereda de su librería, la Internacional Argentina. Desde hace mucho tiempo tenía en mente plasmar algún proyecto con De Loof. Hace un par de años lo invitó a convivir en su casa durante siete días para hacer juntos una autobiografía. El proyecto no llegó a concretarse hasta que llegó la idea del video para el Mamba.
Emulando a Batato Barea cuando en una mesa redonda sobre arte contemporáneo se subió el suéter para exhibir sus hermosos senos recién implantados (“Esto es arte”, dijo), De Loof retoma su discurso inspirado e inspirador. Tiene un proyecto en mente: un desfile de chongos en calzoncillos (“son más bellos en calzoncillos que desnudos”). Mientras tanto, utiliza la red social Facebook para hacer una obra sin abusar de la sensiblería del género: un diario íntimo que denuncia, por oposición, la hipocresía de la red social cuando revela sus estados de ánimo (“Pienso en el suicidio”) o al proclamar, como un mayordomo cursi de la aristocracia de utilería de los teleteatros, su menú cotidiano: “Guiso de lentejas”.
Máquina infernal de crear proyectos agitadores y grandilocuentes, a veces fallidos –¿o el éxito está en la falla?–, su obra más precisa llegó al grado cero de la creación artística: en su charla con SOY confesó que su anhelo actual es montar en una galería o un museo un cuadrado de cristal que lo contenga, sentado frente a una mesa fumando cigarrillos, tomando whisky y alguna sustancia prohibida: pasarían las horas y… ¿los días? y De Loof continuaría allí. “Esa sería mi obra máxima”. ¿Cómo llamarla? Sobredosis, porque De Loof no es mezquino a la hora de derrochar genio, dinero, salud o pieles apolilladas o rubíes y esmeraldas de fantasía, y sabe que “el final de la obra sería la muerte” incluso aunque él no llegara a ese final. La muerte literal no tendría importancia: “Yo no haría desfile, no haría pintura: quiero una habitación con paredes de vidrio. Esa sería mi gran obra de arte: La sobredosis. Eso es arte. Me siento más cerca de la muerte de Alexander McQueen o de Amy Winehouse que de lo que se está haciendo en arte en este momento. No me gusta nada de lo que veo, no hay nada que me parezca de valor”.
A propósito de la manía de De Loof de tener en la mano un fibrón negro y escribir frases o ideas con él, en diálogo con SOY Garamona propone que esta perfomance ideal termine con De Loof escribiendo palabras con su fibrón hasta cubrir por completo las paredes de vidrio: que queden negras. Garamona: “De Loof quiere cubrir de belleza al mundo. El video es una película sobre la belleza”.
Sergio De Loof, el Monarca
Dirección: Francisco Garamona. Cámara: Javier Barilaro. Edición: Galel Maidana. Con la participación de Juliana Laffitte y Nahuel Vecino.
Gracias a Amaya Bouquet por prestar su obra para la producción de las fotos.
(FB e Instagram: amayabouquetmymirrors)
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