Jackie Ludueña Koslovitch, ex gimnasta, repasa regulaciones de género, posturas e imposturas de la competición de elite.
› Por Juan Tauil
Cuando Hernán Ludueña iba al primario en San Justo, provincia de Santa Fe, deseaba secretamente que lo eligieran para hacer de La Telesita, leyenda popular que evoca a una bailarina errante que muere abrasada por el fuego, mientras estaba bailando... pero siempre elegían una chica. Ahora, Jackie es estilista de modas, durante muchos años fue campeón mundial de gimnasia artística y logró superar la estructura heterocéntrica para encontrar la libertad a su medida. En la web circulan sus videos de torneos en lugares lejanos, tomados por el público. Pelo corto, mallas enterizas, alaridos del coro de fanáticas -elemento infaltable en ese tipo de competencias. Un día decidió darle un vuelco a su vida y desde hace unos años se reinventó a sí mismo y le pone el cuerpo a Jackie, un alma indómita que goza del arte y de expresar con la ropa lo que otros no pueden.
–En la gimnasia tenés que actuar. Me cortaban el pelo, tenía que medir cada movimiento. Era una violencia tremenda. Caminar haciendo de cuenta que soy alguien que no era. El varón tiene que ser extremadamente masculino. La reglamentación dice hasta cómo tienen que saludar los hombres y las mujeres. Los varones no pueden cruzarse de piernas, te pueden descalificar. Cuando esperás tu puntaje, estás muriéndote sin poder respirar... diste tu vida entera... y tenés que estar perfecto, tobillo con tobillo, media punta con media punta, no podés demostrar nada.
–Si la hay, es secreta: nadie es abiertamente puto en la gimnasia.
–En 2006, además de competir de manera individual y ganar, hice varias competencias como trío y gané el mundial. Llegué a ganar dos mundiales al mismo tiempo, a mis 16.
–Fue un punto límite donde me pregunté si iba a estar haciendo esto toda mi vida. Tenía una competencia muy complicada en Alemania con una compañera cordobesa, una mega gimnasta con quien gané un mundial y me acuerdo de que después de un premio de la Confederación en 2008, le dije a mi papá que ya no quería seguir con esto, después de entrenar durante dos años. Era la primera vez que iba a ganar un poco de plata, la segunda competencia grande en categoría “senior”. Cuando se lo dije a mi mamá por teléfono, al cortar me puse a llorar como nunca.
–Lidiar con Federación Metropolitana y con los entrenadores que viven por vos fue muy fuerte. Yo veía el mar un rato al año, acompañado por tres entrenadores, me metía al mar y ya me estaban esperando para volver a entrenar. Estaba preso. Me llevaban muchísimo al médico, al psicólogo. Te duele todo el tiempo todo. Había que diferenciar entre los dolores que te llevan a una enfermedad de los dolores pasajeros por el entrenamiento.
–No podía masturbarme, me lo decían directamente. Por lo menos en época de temporada y de coger, ni hablar. El morbo de la prohibición fue muy fuerte durante mi adolescencia; no poder salir de noche, siempre controlado, mis encuentros sexuales eran furtivos.
–Los movimientos permitidos están tipificados en cuatro tomos enormes como biblias. Pero hay un momento específico de la rutina en el que podemos tomarnos libertades mínimas para persuadir al jurado. Cuando clavas la mirada a un jurado, lo sacás de su lugar. Esas miradas las entrenás durante todo el año.
–Tuve sexo con algunos gimnastas; después de cada competencia me quedaba una semana y arreglaba con alguno al que le tenía ganas. Me acuerdo que una de las primeras competencias que fui me chapé a una australiana para que todos pensaran que me gustaban las minas. También estuve con dos jueces, gerontofilia a full, sin que nadie se entere. Uno de ellos tenía 50 años y yo 17. Lo venía fichando y él me puntuaba muy bien. Tenía su mail, venía escribiéndole y en esta ocasión sabía dónde se hospedaba y le caí en la habitación. Nos quedamos dos días durmiendo juntos, asistiendo a los mismos eventos, entre embajadores, haciendo de cuenta que no nos conocíamos.
–Es una buena noticia pero me animo a decir que habría que modificar algunas prácticas para hacerlas más equitativas en esos ámbitos de competencia profesional: que se dividan las categorías de dificultades. Que cambie el criterio, que los hombres, mujeres y trans puedan competir entre sí. Fuera de competencia sucede eso cuando en los grupos de gimnasia hay más mujeres que hombres. Lo óptimo sería que se termine esa cuestión genérica. Que compitan juntos pero con criterios de calificación diferenciales. En Japón por ejemplo en la categoría juvenil se los pone a competir todos juntos y se les descuenta a los hombres en la categoría dificultad (los más difíciles y de fuerza dinámica) y de ese modo se soluciona el tema.
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