Viernes, 19 de agosto de 2016 | Hoy
Pablo Ramírez acaba de presentar su nueva colección con un inquietante desfile que decidió llamar Decadance. Mientras van y vienen por una pasarela fantasmal, los increíbles vestidos hablan de la sociedad argentina de hoy, de la infancia en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, del sentimiento patriótico en el siglo XXI y revelan una política que ya es un sello de autor: al mal tiempo, buena cara. Si hay miserias, a lavarnos la cara, frente alta y enfrentar el vendaval con un vestido negro.
Por Liliana Viola
Siempre hay un momento en la infancia en que la puerta se abre y deja entrar al futuro, alertaba o calmaba a los ansiosos Graham Greene. Lo extraordinario de la infancia de Pablo Ramírez es que él mismo abrió la puerta a las 12 años cuando le pidió a sus padres que lo mandaran a un colegio pupilo a 50 kilómetros de su casa. Cómo salir de una niñez obligatoria, cómo escaparse de ese colegio donde él mismo quiso entrar, cómo llegar a Buenos Aires y cómo quedarse aquí capitalizando todo, podrían ser las encrucijadas que sostienen gran parte del andamiaje Ramírez. Y eso, junto con un solapado sentido del humor, lo coloca en un lugar privilegiado en la serie de una talentosa tradición. El modisto de Eva Perón, Paco Jaumandreu cuenta en sus Memorias que mientras sonaban los tangos en la radio, él dibujaba figurines que su imaginación rellenaba con Tita Merello, Delia Garcez, Mirtha y Silvia y, por supuesto, Mecha Ortiz, la favorita. Después llamaba a sus hermanos y los invitaba a participar en el desfile de divas, a votar a la más linda. Prácticamente en todas las biografías de modistos, los dibujos “se les notan” desde muy temprano. Alexander McQueen robó alevosamente a sus miedos de infancia y de su patriotismo de isleño, británico. Basta echarle un vistazo (karl.com) al show que acaba de presentar Karl Lagerfeld para los 90 años de Fendi, lleno de hadas y duendes que sólo pueden llevar, como el mismo advierte. no a personas normales sino a aquellos que conserven algo extraño de su rara o tortuosa infancia. Ramírez cuenta que dibujaba vestidos, inventaba coreografías e intervino desde los 6 años en todos los carnavales con diseño de carrozas, vestuarios y atuendos para la hermana, la madre familiares y vecinas. Claro que lo que suena en primer plano en esa casa de Navarro no es la radio sino la voz de un padre que le dice “si no vas a jugar al futbol y tampoco vas al club, te venís conmigo a ayudarme al taller”.
-Yo odiaba el taller mecánico, no me gustaba la idea de ensuciarme. Fue una tortura. Recién ahora puedo ver que hay algo de mi estilo que viene de mi papá, que no era para nada un dandy, pero tenía una ética con la ropa: poca pero buena, que no tenga etiqueta que te pique, que no tenga nada que te pinche. Se volvía loco cuando íbamos a la heladería y veía a alguien en ojotas. Cómo viene así si no está en la playa, decía. Había algo de pudor y de elegancia entendida en el sentido de estar cubierto, que yo heredé.
–Eran tantas las ganas que tenía de irme de Navarro que ni pensé lo que estaba pidiendo. Quería salir de un lugar donde yo la pasaba muy mal y donde presentía que la iba a pasar peor. Empezaba la secundaria y las perspectivas eran la escuela agraria, que ni loco; la técnica, menos; y donde había hecho la primaria no iban varones aunque era mixto, porque te recibías de maestra y había monjas. Yo no quería ser el único varón, y había oído de un chico que se había ido pupilo a Luján, averigüé y les presenté la idea, yo quiero esto, dije.
–No sé cuál fue la extraña razón por la cual accedieron a que un chico de 12 años decidiera su futuro, además el Champagnat era carísimo y más caro todavía para quedarse pupilo. Creo que no sabían que hacer conmigo.
–¡No! Justamente, eso yo no lo había pensado, en realidad me escapaba de los varones que había en los otros colegios, los chicos me daban mucho miedo. La cosa es que vamos con mi papá, tenemos la entrevista con el cura, doy un examen y me admiten. Nunca me voy a olvidar cuando mis padres me dejan, era un domingo a las 7 de la tarde, me dan un beso y se van, chau y yo, sentadito en ese patio gigante veo que empiezan a llegar un montón de varones. ¡Ahí me di cuenta de lo que había hecho! Me había metido solo en la boca del lobo.
–Imaginate. Cuando llega el momento de irse a dormir, entramos en una habitación enorme llena de camitas y ahí me digo “Yo no me voy a desvestir para dormir jamás”. Al final del corredor, la habitación del cura. Y en la otra punta, los baños también gigantes con duchas una al lado de la otra. “¡Yo no me voy a bañar jamás!” No te puedo explicar la angustia, sobre todo porque yo había pedido esto, mis padres se habían esforzado mucho para conseguirlo, no había modo de volver atrás. Yo usaba anteojos. Te aseguro que todas las noches de ese primer año dormí con los anteojos puestos. ¿Para qué? Por miedo a que me pasara algo.
–Bueno, al día siguiente después de la clase de deportes, volvemos a la habitación, hora de bañarse, todos se empiezan a ir y yo me quedo. Ramírez, ¿no te vas a bañar? No… Yo no transpiré. Ahí alguien comentó, yo tampoco, es muy incómodo bañarse en calzoncillos. Resulta que en primero y segundo año las duchas eran comunes pero había que bañarse con calzoncillo. ¡Qué alivio!
¿Y los más grandes se bañaban desnudos?
–Los años superiores era sin calzoncillos pero con duchas individuales. Respiré. Y al otro día me bañé. Pero esa misma noche tomé la decisión de que terminaría ese año y que lo que quedaba era arreglármelas para salir de ahí.
–La primera vez que vinieron a visitarme mis padres traté de deslizar la idea con sutileza. Me acuerdo de que papá que iba manejando, sin dejar el volante se dio vuelta y me dijo “estás acá porque vos lo decidiste, vas a terminar la secundaria acá”. Tuve la suerte de que ese año en el colegio hubo un incidente del estilo “La buena educación” de Almodóvar. Había un chico que estaba todo el tiempo con el cura. Difícil de explicar esa relación, que por la diferencia de edad era de abuso y a la vez, desde nuestro punto de vista, no sé cómo explicarte, sin dudas había una relación entre ellos. La cuestión es que un día no me acuerdo por qué ese cura nos castiga a todos. Y el chico, como loco, le empieza a decir, puto de mierda, vos no nos castigás nada, ¡yo me cansé! Y ahí nos cuenta con gran detalle lo que hacían con ese cura. Nosotros estábamos aterrados, le decíamos por favor cállate que nos va a castigar por esto. Y él, muy tranquilo, mañana viene el arzobispo a tomar el té con mi mamá y yo le voy a contar todo. Parece que le contó, no nos castigaron. Y además, ese año se cerró el sistema de pupilaje. Así es que volví para Navarro e hice el magisterio con mis compañeras del secundario, 36 mujeres y yo.
Ahora estamos en Buenos Aires, agosto de 2016, en el barrio de San Telmo pero es la casa de Anne Bancroft en la película “Grandes esperanzas”. Un salón apabullante de antiguos lujos, lleno de bibliotecas, ventanales, un piano de cola, una cúpula, aquí y allí dorado a la hoja y aquí y allá tapiado toscamente probablemente para que un vidrio flojo no se nos caiga encima. En cualquier momento aparecerá un cuervo sobrevolando a las señoras elegantes, actrices famosas y gente como una. En el centro una tarima blanca, un piano de cola, un centenar de sillas Tiffany doradas están ahí tratando disimular que el esplendor se ha ido sin esperarnos. Para quien no conozcan la película, pondremos otra imagen más realista: estamos en la antigua biblioteca nacional, hoy Centro Nacional de la Música, que es el lugar que Pablo Ramírez eligió para presentar su colección de este año, y a la que ha llamado DecaDance, por algo será. En la puerta, el bailarín y coreógrafo Rodolfo Plante, cuerpo y alma fetiche del modisto, aparece por uno de los extremos del salón. Es claramente el encargado de la parte Dance de este show, abre las puertas del salón de baile. Hace su entrada el pianista que le estaba faltando al piano y las modelos, que contrastan en vida y esperanzas con el resto. Suenan los acordes de una típica clase de danza, de hecho hay una barra para los ejercicios. La bailarina Micaela Espina lo confirma con una irrupción atrevida para la languidez y la solemnidad de los cuerpos que que van y vienen. Luego todo se vuelve Cole Porter. Bailando en el Titanic se me ocurre, un fulgor en pleno mediodía sobre las olas. La colección consiste en 37 pasadas, una mitad es pret a porter que responde a una alianza estratégica que Ramírez acaba de anunciar con la firma Atelier B.A (Arévalo 2005), para complementarse y para sostenerse en un mercado cada vez más incierto. El resto, lujuriosos vestidos de noche. Ramírez tiene la costumbre de apostar más fuerte que la base que le impone la realidad.
–Siempre transmito lo que me está pasando, es inevitable, no digo que la moda es arte, pero sí que es comunicación, la ropa cuenta un mensaje. Hay chispas de arte cuando hacés las fotos de moda, cuando hacés un desfile. Mi primera colección en el 2000 tuvo que ver con las monjas. ¿Por qué? Porque me salió así. No es casual, yo tengo una monja adentro y de ahí todo lo negro, el recato, la disciplina. Ahora elegí este lugar, que pide a los gritos que lo salven, porque tiene algo que ver con la gloria que supimos conseguir, quise que fuera al mediodía para que se viera bien la luz que entra y el estado del ambiente. Un palacio, una espacio de historia y un sin embargo…
–Podría decir que tuve una pequeña carrera de bailarina frustrada. Una vez vino a Navarro una escuela de danza y mis hermanos y yo le pedimos a mamá que nos llevara. Nos llevó a los tres, mi hermana, mi hermanito menor que tenía 4 años y yo. Fui dos años a clásico y zapateo americano hasta que mi madre me dijo que mi padre ya no quería que fuera. Seguí de oyente… Mi idea era, en los malos tiempos, bailemos. Después retomó Tinelli con todo el bailando y por eso remplacé la palabra.
–Fijate por ejemplo en esa modelo que lleva un frac, quise hacer algo que tuviera que ver con los años 30 porque hoy percibo una cierta similitud con la sensación que se vivió en esos años que no era sólo local sino mundial. Creo que en un punto nosotros estamos acostumbrados al malestar. Pero que sea un malestar general, es asfixiante. Podría decir un delirio, por ejemplo, “tengo ganas de ser un exiliado” pero el problema es que ya no hay adonde ir. No es que quiero volver a los setenta, por supuesto que no, pero en los setenta te ibas a España, a París, a países de Latinoamérica que daban tregua. ¡Andate a Francia ahora! Hay gente que dice, hay que largar todo e irse al campo, hay que mudarse a Uruguay. Pero el problema es que yo vengo del campo, yo salí de allí.
–En 2001 me atravesó como a todos y además me invadió una sensación extraña, un sentimiento de patria que no sé si tenía desde niño pero que de pronto estaba en la calle. Yo iba en el colectivo y veía un tipo con un parlante, gente haciendo trueque, reuniones, era un sentimiento que desconocía. En realidad mi infancia transcurre en la dictadura. ¿Qué es la patria? Tengo recuerdo de mi padre mirando televisión, escuchando los discursos militares. Situaciones de venir a Buenos Aires y que te pararan varias veces en el camino para revisarte el baúl. Después en el colegio, que apareció una familia, los Medina. Dolores era compañera mía, íbamos al campo, tenía una mamá y hermanitos. Un día desaparecen y en el pueblo se empieza a decir, resulta que no eran Medina, eran Abal Medina. En 2001 además, la gente de mi edad se estaba yendo a otra parte. Mi sensación fue, bueno si te quedás acá, estás resistiendo, nos quedamos para hacer patria, me pareció que la colección tenía que expresar que estábamos apostando acá, estábamos salvado la ropa.
–Era hacerlo o la muerte. A mí no me agarró el corralito porque no tenía ahorros, pero me cerraron las tarjetas de crédito, me quedé con lo que tenía en la caja. Acababa de hacer un acuerdo con Alpargatas, así que usamos esos materiales. Y el otro acuerdo era con Swarovski. Decidí hacer símbolos patrios, gorros frigios y a ellos les pedí cristales celeste y blanco para las escarapelas. Es lo mismo que siento ahora, si hay pobreza, que no se note, nos vamos a lavar la cara, a salir a afrontar esto.
–No quiero exponer a que alguien se pueda ver mal, desde mi punto de vista, claro está. No vas a ver grandes ecotes ni grandes tajos. Bueno, a mí no me gustaría que se me vieran ciertas partes. No estoy juzgando al que muestra y es feliz mostrando. Yo tengo una idea de la elegancia clásica, con ese ideal que me persigue y me marca el camino intento siempre que la figura se vea más estilizada, más delgada. Pero eso no quiere decir que yo trabaje para gente que mide 90 60 90. Yo no tengo esas medidas, y la gente que compra en la tienda no son modelos. La colección de 2014, con la intervención de Horacio Gallo, lo dice en el título, la llamamos Bien Común. Y creo que ese concepto representa todo lo que hago.
–No, exactamnete lo mismo, simple y estilizado. Pero cuando hago desfiles, y eso no sé por qué, los hombres siempre me quedan aniñados y las mujeres siempre son fuertes, poderosas.
–No. Y esa mi mayor frustración es no haber podido armar un equipo. Estamos hablando de la industria de la confección que se murió en los años 90. La gente capacitada en esto decide dedicarse a otra cosa, y hoy es como si se hubieran perdido los hábitos de un trabajo que requiere paciencia en un momento en que se accede a todo de manera rápida. Yo siempre he trabajado con inmigrantes, gente de acá radicada acá, pero siempre gente grande. Mi primera modelista fue una alemana, Anna Adams, yo fui su último cliente. Y mi principal modelista actual y hace años es Mari Monti, una señora que vino a los 14 años desde Galicia. El otro día descosimos una prenda para corregir algo y cuando la doy vuelta me doy cuenta de que tranquilamente se podía usar del revés por cómo ella la había cosido.
–No estamos casados porque cada vez que pensamos en casarnos viene el tema de la fiesta, y nosotros siempre estamos trabajando, no hay tiempo para organizarla. Hace dos años fue la primera vez que nos fuimos de vacaciones. Yo puedo estar sin hacer nada, mirando televisión pero él es multiplanning. Cuando nos fuimos de vacaciones después de dos años a cada rato nos preguntábamos el uno al otro: ¿Esto es ocio, no? ¿Estamos disfrutando, no es cierto? Conclusión: el único dilema que nos separa de concretar el matrimonio es la organización de la fiesta. Este año le dije para mi cumpleaños que cumplo 45 ya está, nos casamos y si no, sin fiesta, vamos solos al registro civil.
–Somos completamente opuestos por lo cual nos matamos siempre. El es mi contracara, es mi mayor defensor, es la persona que más conoce la marca, el que más y mejor puede hablar sobre lo que hacemos. Y cuando estamos solos, frente a mí, es el mayor detractor. Ante el afuera, el ángel de la guarda.
–Para mí, en lo que te acabo de decir y en el vínculo que tiene con las clientas. El está en el salón, sabe escuchar y responder a las necesidades de las personas que vienen a comprar. Es muy gracioso y es más complejo de lo que te estoy contando. Por ejemplo, a veces me doy cuenta de que cuando respondo a la demanda que él quiere, me dice no, qué hiciste! Pero decime qué querés que haga, le pregunto yo. Y entonces él me responde, vos sabés perfectamente lo que tenés que hacer, hacé eso.
–Yo le digo si fueras un perfume, serías Contradiction. Y él me dice, si vos fueras, serías Egoist.
–Cuando era chico y preadolescente la pasé tan mal que siempre me dije, yo no quiero nunca traer un hijo al mundo. Si alguien me va a pasar por lo que pasé yo, prefiero no tener esa responsabilidad. El primer gran misterio de la vida era por qué era como era, que por favor alguien me responda esa pregunta. Ahí desfilaron dios, la virgen, la iglesia, etc. Y el segundo, hijos no. La aparición de Gonzalo, que venía con un hijo propio que a su vez tiene una madre, para mí fue un bonus track. Aparición está mal dicho, es algo mucho más largo y más profundo. El otro día le escribía a mi hermano, si hay algo que hoy a mí me da ilusión es el futuro de este niño, que hoy ya es un adolescente. Ver su ilusión me da ilusión. Y entiendo además que la paternidad es algo que es para toda la vida. Gonzalo siente, me dice, que los a padres biológicos les viene incorporado unos minutos de negación para llevar adelante la vida, es decir, hay un momento en que desconectan, no responden a una pregunta, esas cosas. Y yo le digo, ah bueno, yo complemento eso, porque estoy todo el tiempo pensando, obsesivo a full, cosas para que esté bien.
–Es la lucha más grande que tengo. Mi mamá se resiste a ser ramirizada. Quiere colores, ella sigue viviendo en Navarro, siempre fue una adolescente, vivió con sus padres hasta que pasó a ser secretaria de un mecánico y se casó con él.
–No recuerdo nada del día del niño. (Luego de un rato largo) Sí, me acuerdo de ir con mi papá, mi mamá y mis hermanos a San Martín de los Andes. Mira qué lindo fue ese día, qué bueno que me hiciste esa pregunta, no me acordaba para nada. No sé ni donde habrán quedado esas fotos. Las voy a buscar.
–Quien te dice… Si no nos queda París, siempre tendremos el frío, nos queda la nieve.
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