LIBRO
El autor madrileño Javier Montesen sigue las peripecias de amor trunco de Rosa Chacel, Manuel Puig, Elizabeth Bishop y Stefan Zweig en Río. Una contracara melancólica de la ciudad eternamente presentada como paraíso de la carne y la felicidad.
› Por Adrián Melo
Cuando parecía que se había escrito todo sobre Río de Janeiro y las diversidades sexuales apareció Javier Montes. Partiendo de un verso de Elizabeth Bishop, “Me gustó el lugar, me gustó la idea del lugar”, en Varados en Río se afirma que la ciudad carioca tiene ese carácter doble: un lugar y una idea de lugar, la ciudade maravillosa del eterno carnaval, un paraíso de sol y de cópula. A esa imagen idílica de Río no la ha anulado el hecho de ser una megalópolis de injusticia y de desigualdad, de favelas miserables y violencia estructural, ni el hecho de que el desenfreno sexual, históricamente, haya venido de la mano de la represión, la homofobia y los crímenes de odio concentrado en travestis y gays. Pero como afirma Montes, Río es tan desmesurado con el sol como con las lluvias, la alegre samba resuena con tanta fuerza en sus calles como el melancólico choro, que significa llanto y hereda la saudade del fado portugués. E incluso una de las canciones paradigmáticas de la ciudad, “Garota de Ipanema” de Vinícius y Jobim, es en realidad una melancólica canción sobre la belleza que se escurre entre los dedos. Montes parte en su ¿autoficción? ¿novela? ¿crónica periodística? ¿ensayo? (sin duda una de las virtudes del libro es que es inclasificable en términos de género literario) de una ruptura amorosa que lo lleva a recalar en Río de Janeiro. Pero ¿qué pasa cuando se llega a una ciudad mágica en el momento en que ya no es mágico el mundo porque nos han abandonado? Si es terrible ser desterrado del paraíso, quizás aún lo sea más ser desterrados en el paraíso, es decir, cuando se nos ofrece a manos llenas una belleza, una plenitud que no queremos o no sabemos aceptar.
Partiendo de estas premisas Montes invoca el pasado de tres personajes desterrados en el paraíso carioca para intentar, quizás, descifrar y exorcizar su propia situación personal: Rosa Chacel, la escritora española de izquierdas que huye de la represión franquista, el Manuel Puig que recala en Río amenazado por las fuerzas parapoliciales de la Triple A y la poetisa Elizabeth Bishop quien pensaba pasar dos semanas en Brasil y permaneció quince años.
A lxs tres escritorxs les espera alternativamente el infierno y el Edén. Quizás la anécdota más metonímica y premonitoria es la vivida por Bishop a quien apenas llegada a las costas brasileñas en 1951 muerde un cajú, el pedículo carnoso que se forma bajo la nuez del anacardo -¿el fruto prohibido?- y la grave reacción alérgica que le produce -deformación del rostro, hinchazón de la garganta- la obliga a refugiarse en los brazos de la que se convertirá en su amante, Lota Macedo Soares, la anfitriona en Río a quien había tratado de pasada en Nueva York y con la que vivirá una tormentosa historia de amor con treguas y catástrofes que culminarán en tragedia. El amor y desamor de Bishop por Río correrá en paralelo al amor y desamor por Lota pasando de un “Hoy el mar es azul y las olas tan perfectas, con pequeños arco iris rosados trasluciendo en diagonal sobre ellas, aquí y allá” en los días felices a la descripción de “las masas de gente, los autobuses, los tranvías, las tiendas (de) aspecto sombrío” en días menos luminosos. Sobre Brasil escribirá Bishop en su poema más célebre “Un arte”, y allí perderá las “tres casas que amé ardientemente” y también a ella “el gesto que tanto quise, la voz riente”. Tras el suicidio de Lota, Bishop volverá incesantemente a Brasil, yendo y viniendo en busca de sus fantasmas, mirando un mar de sosiego y desasosiego, intentando quizás ser Lota o vivir sin ella, reviviendo con la manera deformada y desolada de los recuerdos, una y otra vez, en busca de respuestas los momentos de su relación amorosa.
Y quizás nadie como Puig, que encontró a Río “fabuloso para el sexo” y que se apasionó allí de un fornido albañil a partir del cual imaginó la novela Sangre de amor no correspondido, pudo retratar en tan pocas palabras las luces y sombras de la ciudad carioca. Es en el principio de la genial Cae la noche tropical cuando la anciana Nidia advierte a su hermana Luci de la tristeza que da la hora del crepúsculo. La cuna del sol y de la alegría inspira entonces, un sentimiento complicado, agridulce y melancólico que es propio de la ciudad.
Montes perseguirá obsesivamente cual antropólogo literario el itinerario brasileño de los tres célebres personajes, recorriendo las casas de Bishop y Loto, evocando de paso el suicidio de Stefan Sweig y su amante Lote en Petrópolis, visitando los lugares que frecuentaba Rosa Chacel, entrevistando al portero de Manuel Puig, revisando viejos cartas y escritos, recabando información en viejas entrevistas a la vez que nos brinda imágenes perdurables y bellas de los tres forasteros desterrados en el Jardín (particularmente conmovedoras las escenas de un Puig iluminando con un puntero las fotografías de sus divas favoritas en la oscuridad de su habitación carioca o la de Male, madre de Puig, incitando a Tomás Eloy Martínez a hablar con las cenizas de su hijo). Mechándolos con vivencias y sentimientos personales y con reflexiones originales y a menudo muy hermosas, Montes ha logrado con maestría desmitificar aquella antológica frase de que la alegría es brasileña. Hoy con el destierro de Dilma podríamos afirmar que la alegría está más lejos que nunca.
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