Viernes, 9 de septiembre de 2016 | Hoy
En estas últimas semanas dos hitos de fuerte carácter simbólico conmovieron a la ciudadanía lgbtti, y probablemente a otrxs ciudadanxs también. La Legislatura aprobó que la estación de subte de Santa Fe y Pueyrredón, esquina del yire marica si las hubo, lleve el nombre de un activista histórico y fundador de la CHA, Carlos Jáuregui. Además, el desplante de un mozo del bar La Biela que desalojó del establecimiento a dos mujeres por lesbianas y porque se estaban acariciando despertó no sólo un escrache sino la atención de los medios con su correspondiente repudio. Hora de preguntarse hasta qué punto estos gestos marcan una diferencia, hasta qué punto son gritos certeros de nunca más y hasta qué punto son utilizados como bandera de tolerancia para los agentes de la exclusión.
Por Gabriela Cabezón Cámara
“¡Biela, careta, tomá la tijereta!”, “Olé, olé, olé, olá, No soy amiga de tu mamá, somos lesbianas, no paramos de garchar!”, “Unidad de nuestras perversiones, y al que no le gusta, se jode, se jode”, “Somos guerrilla de la subversión sexual”, cantaba el coro, Borges portaba un cartel que rezaba “¡Arriba las tortas!” mientras era besado por un muchacho, Bioy miraba con sonrisa calma a las dos semi rapadas que chapaban en su mesa, llovían papelitos, casi no quedaban más habitués que esas estatuas adefesios que nos perpetra la derecha del Bicentenario por media ciudad –“quién diría que una terminaría prefiriendo a la derecha del Centenario en algún aspecto siquiera”, comentaba al respecto, la periodista y escritora Gabriela Borrelli Azara, presente también en el tortazo–, se gritaban los nombres de Diana Sacayán y Lohana Berkins y el consiguiente “Presentes, ahora y siempre”, y los mozos iban y venían atendiendo las pocas mesas pobladas, llenas de tortas y putos y trans: La Biela estaba tomada, fue una fiesta sorpresa, el lunes a la noche se llenó de tambores, chape, baile, peinados raros, colores fluorescentes, muñecas bravas y muñecas quebradas. Y no quedó ni un solo chaleco Cardón. Y la voz cantante, al final, la tuvimos las tortas nomás: La Actibanda, un grupo de chicas lesbofeministas hizo centro con batukada y coro y los demás las seguimos, sí, “¡Biela, careta, tomá la tijereta!”, “Olé, olé, olé, olá, No soy amiga de tu mamá, somos lesbianas, no paramos de garchar!”, “Unidad de nuestras perversiones, y al que no le gusta, se jode, se jode”, “Somos guerrilla de la subversión sexual”.
Así terminó este lunes el tortazo en el bar tradicional de Recoleta convocado por una chica que fue discriminada el lunes 29 de agosto en ese mismo lugar por consolar a su novia que estaba triste. Y no es un dato menor que haya terminado así: esta clase de manifestación, una suerte de escrache amoroso, vamos y nos besamos, está instalada. Porque entre nosotros ya es certeza eso de que lo personal es político: pasamos de las marchas con muy pocas personas y ninguna o casi ninguna cobertura de los 80 a las manifestaciones como la de ayer, con alrededor de 250 personas y todos los medios. Ante un hecho de discriminación sabemos cómo manifestarnos y sabemos que tenemos derecho a hacerlo. Algo semejante pasa por lo menos en parte del resto de la sociedad; lo suficiente como para que la policía se quede mirando y no intervenga aun en este momento, cuando avanzan los sectores más conservadores y regresivos y lejos de ampliar derechos el debate pasa por cómo conservarlos. Y policías había en el bar. Salvo que las señoras chetas porten handys en sus carteras, había por lo menos dos sentadas en sendas mesas al principio de la manifestación. Y muchos más, de uniforme, afuera.
Antes, afuera, abajo de la lluvia y con todo el frío, alrededor de las 8, apareció la gente y ya la calle estaba casi bloqueada por los móviles de televisión: estaban todos los canales de noticias, había cables, luces, cámaras, micrófonos, la esquina era un
quilombo mojado y helado pese a los colores del arco iris y a las banderas de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT). Cuando llegó el momento del beso, pudieron más la lluvia y el frío: el cero de la cuenta regresiva que arrancó en diez encontró apenas un par de docenas de parejas besándose. Pero la cosa no se quedó ahí; cuando parecía que quedaba poco por hacer, la imagen de dos mujeres más o menos sexagenarias con sendas copas de margaritas besándose del lado de adentro de las ventanas del bar avivó el fuego, prendió los flashes y cerró la discusión de los militantes acerca de si entrar o no. Ale y Moni habían ido a “manifestarse nomás, como todo el mundo, pero como recién salimos del trabajo nos dieron ganas de comer algo y acá estamos”, empezó a explicarse Ale, y Moni agregó: “Nos conocimos ayer y hoy nos pasa esto, tiene que ser por algo” y volvieron a besarse para las cámaras y provocaron el aluvión cuir –sí, decimos aluvión como se decía, en muchos lugares y seguramente en ese mismo bar, de la aparición de esa nueva masa política, la peronista, “aluvión zoológico” bautizaron el evento los señores– empezamos a entrar, a sentarnos en las mesas y a besarnos y a cantar y a tirar las servilletas para arriba y a improvisar performances con los adefesios que, ya lo dijimos, representan a Borges y Bioy Casares. También nos tomamos algunas copas y a la hora de la cuenta se hizo notable que La Biela no necesita, para echar a alguien, más que exhibir sus precios; dos martinis con ingredientes costaron 375 pesos. Pero hay que decirlo todo: estaban ricos.
Claro que no todos estaban de acuerdo: los mozos decían que estábamos “exagerando”, que el bar se llenaba de la gente de los “cruceros gay” y que nunca habían tenido ningún problema, que ellos no echan a la gente por “esas cosas” y que las chicas se “habían desubicado”. Consultados por el significado exacto de esa “desubicación”, ¿cuál es el límite de la caricia “ubicada”?, no supieron o no quisieron contestar. Los que sí supieron qué decir fueron los trolls: en carradas se volcaron a tirar su vómito en la página del evento. Incluso luego del evento. El martes se podían leer cosas como “o que se de IDEOLOGÍA DE GENERO en las escuelas primarias, donde se les enseña a los chicos que naces con un sexo ‘QUE SE PUEDE CAMBIAR’ y con un genero que podes elegir a gusto”. Y se entusiasma, ¿cobrarán por caracteres los trolls? Por ortografía seguro que no: “Si me meto es por que primero VINIERON UDS. con su IDEOLOGÍA a querer imponerlas en el mundo y como GRACIAS A SACAR UN VOTO MAS NUESTROS POLÍTICOS DAN VUELTA CADA TACHO DE BASURA QUE ENCUENTRAN, NO QUIERO QUE SE VALLAN AL CARAJO ACÁ TAMBIÉN”. Estuvieron toda la semana, desde la creación del evento el facebook hasta el martes pasado, interviniendo violentamente. Más o menos con los mismos argumentos: una oposición entre “ideología”, un artificio horroroso del que ellos no son parte, claro, y “naturaleza”, esa beatífica situación tan parte de la humanidad como la costumbre de llevar la cabeza arriba del cuello. Ellos, los patriarcales y heteronórmicos, no tienen ideología. Siempre lo mismo. Y lo mismo: calificaron a la convocante de “fea”, ya se sabe que las lesbianas somos todas feas, y de ridícula. Como el encargado del bar le dijo a una de las chicas discriminadas: “Sos una ridícula”. La mujer que reclama lo suyo es tradicionalmente calificada de loca. O de ridícula. Los trolls trabajan con la tradición. Y hay que ver cuánto incauto cae en sus trampas: largas cadenas de respuestas a trolls se pueden leer todavía. Chicos, sólo hay que mirar los muros: si no hay más información que artículos políticos incendiarios, no están discutiendo con una persona. O sí, pero en su función de empleado de vaya a saber quién. ¿O sabemos?
Y así, con fiesta, arrancamos una nueva semana, la que siguió a la discriminación en La Biela. Y a una especie de bajo fuego de red social: el evento que armó Belén Arena fue comentado por toda clase de trolls que la bardeaban a ella, a todas las tortas y a todo lo que les sonara cuir. Y hubo un debate interesante, aunque un poco fuera de registro por momentos, sobre los destinatarios de la convocatoria: ¿un tortazo para lesbofeministas?, ¿para la comunidad LGBT entera?, ¿para todo el mundo? Se argumentó mucho y se argumentó con buenas razones las diversas posiciones y se manifestó, una vez más, lo propio del mundo cuir, que es la pregunta que no se cierra nunca. Al final, fue un acto mayoritariamente cuir y con, ya lo conté, voz cantante lesbofeminista.
La discusión fue entre quienes se pronunciaban a favor de una convocatoria general y abierta y quienes veían en esa convocatoria una especie de licuación de la visibilidad lésbica. Entre las últimas, se argumentaba que este tortazo no estaba planteado como una acción militante, que elegía no hacerse cargo de “las coordenadas que remiten a la opresión patriarcal y capitalista: género, clase, raza/etnia”. Que en un momento de recrudecimiento de la lesbofobia, “a las tortas nos preocupa solamente si nos podemos acariciar o no en un reducto clásico de la peor oligarquía porteña lesbófoba, racista y gorila”. Se enfatizaba también que la convocatoria abierta hacía que se diluyera el carácter lésbico de la acción; se calificaba al evento como “heterofriendly”. Finalmente no fue así, por lo menos en el sentido de que no se diluyó la presencia lésbica, al contrario, estuvo en primer plano en todo momento. Claro que si se enfoca desde una mirada clasista, a la Biela habría que escracharla todos los días. En el resto de la comunidad hubo enfoques diversos. El lunes, César Cigliutti ponía de manifiesto la posición de la CHA: “Lo más importante es el sentido de comunidad: si le pasó a dos lesbianas, a dos gays o a dos transexuales, nos pasó a todos. Tenemos que estar todos acá, unidos y mezclados”. Y Analía Más, de la FALGBT: “A mí me parece que los varones nos viven tapando y que está muy bien que vengan a apoyarnos pero que dejen el centro de la escena a las mujeres lesbianas”. En ese sentido, es notable la cantidad de varones que intervinieron en la página del evento para volcar sus opiniones sin mucha más reflexión que los prejuicios propios: evidentemente, están muy seguros de saber lo que es bueno para nosotras y nos lo hacen saber cada vez que pueden.
Entonces el lunes tomamos La Biela un ratito. Podríamos contar casos anteriores de discriminaciones varias en ese lugar, pero mejor dejarlos hablar a ellos que hablan muy claro cuando cuentan, en su sitio, quiénes los han visitado: “Artistas de la calidad de Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Facundo Cabral, Pérez Celis. Actores y actrices de todos los medios. Corredores de Fórmula 1 de distintas épocas, como Jackie Stewart o Emerson Fitipaldi. Futbolistas famosos…” Bien, bien, puros machos: a las mujeres ni los nombres. “Actrices” nomás. Por si alguien no lo sabe, hablemos un poquito de la historia de La Biela, ese bar que junto a su nombre lleva pegadas las palabras “tradicional” y “Recoleta”, casi como decir conservador al cubo. En su página web, el bar destaca que entre sus visitantes hay mucha gente con “poder Real y con poder Democrático”, sí: en pleno siglo XXI y en una república hablan del poder de la monarquía. O, las palabras dicen lo que dicen y además más, oponen el poder real, el “verdadero”, podríamos decir, al democrático. La Biela ha sido desde sus inicios, y un poco inevitablemente dada su ubicación, un reducto de lo que se ha llamado oligarquía: la elite económica tradicional del país, ligada a las mieses y las reses. Como pasa en cualquier entidad oligárquica, la exclusión es uno de sus ejes; no puede haber una elite de muchos. El bar fue creado en los 50; ya en los 60, no dejaban entrar a los hippies y a quienes no cumplieran con determinados códigos de vestimenta. Hoy no permiten que sus clientes se sienten a tomar café con sus perros en las mesas de la vereda: ridículo, esto sí, pero todo vale si de hacer regir el principio de exclusión se trata. El lunes se dieron un solo lujo en ese sentido: cerraron los toldos. Nadie, en la manifestación, pudo guarecerse de la lluvia.
Allá ellos y acá nosotros que arrancamos la semana de fiesta en La Biela y habíamos terminado la semana anterior también de fiesta: la estación de la línea H de subte de Santa Fe y Pueyrredón se llama “Santa Fe-Carlos Jaúregui” en homenaje al militante, dirigente y líder del colectivo LGTB, presidente de la CHA desde 1984 hasta 1987 y representante de Gays por los Derechos Civiles desde 1991 hasta su muerte en 1996. César Cigliutti, actual presidente de la CHA, dijo que “Carlos Jáuregui le dio su propia identidad y visibilidad a toda nuestra comunidad. Fue la primera persona que dio su nombre y apellido a nuestros reclamos de igualdad de derechos en Argentina. Nombrar una estación de subte en un lugar tan emblemático para nuestra comunidad como es la esquina de las avenidas Santa Fe y Pueyrredón, intenta devolverle de alguna manera su valentía, generosidad y entrega”.
Es que toda esa zona fue zona de alto tránsito gay: a mediados de los 80, recuerdo, los taxi boys yiraban por Marcelo T. de Alvear y las locas se paseaban por toda Santa Fe entre Agüero y 9 de Julio más o menos, pero con el faro en Pueyrredón. Había bares como El Olmo y La Molinera donde se jugaba de local. No sólo los gays andaban dando vueltas: las tortas también. Recuerdo a algunas y también me recuerdo a mí misma que empecé a frecuentar La Molinera buscando amigos. Encontré a una de mis más queridas: cuando la conocí era Lucas, después fue Lulú, más tarde fue Paula y muy pronto, demasiado, entonces el mundo era muy cruel, aun más que ahora, con las travestis, apenas polvo y el recuerdo de los que la quisimos. Pero la mía es una experiencia muy breve y muy acotada. Mejor hablar con los que se curtieron “la” Santa Fe, así le decía Paula, a fondo. Como Alejandro Modarelli, cronista brillosa y brillante de Suplemento Soy: “Hasta el 2000 y un poco más la avenida Santa Fe seguía siendo ‘el putódromo’, porque los lugares de encuentro cercanos como Bunker y Gasoil seguían abiertos, y se producían verdaderos agolpamientos de locas en la esquina a la espera de los tarjeteros”. La avenida Santa Fe fue un putódromo, como dice Modarelli: zona de yire, pasó de los levantes clandestinos a concentrar discos, saunas, librerías, cafés, toda una serie de lugares de ocio para la comunidad LGBT. A mediados de los 90 ya reunía más de un centenar de espacios y era el espacio de visibilización más importante de la ciudad.
Entonces, Biela tomada y Estación Carlos Jaúregui: un reconocimiento a uno de los nuestros. Y una de las primeras zonas de visibilización de nuestra ciudad. La semana pasada se reconoció al militante y también a la comunidad como parte de la ciudad y de su historia; hay una que se llama Carlos Jaúregui así como hay una que se llama Juan Manuel de Rosas –ya iremos por otras que se llamen Lohana Berkins e Ilse Fuskova–. Y La Biela hecha una fiesta cuir pocos días después. La discriminación y el odio parecen estar creciendo pero la fuerza cuir también. Venceremos.
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