LIBROS
Se distribuye en Argentina Ítaca, el célebre poema de Kavafis que propone un viaje decadente al interior del propio deseo.
› Por Gabriela Borrelli Azara
“Cuando la travesía emprendas hacia Ítaca / pide que sea largo el camino / lleno de aventuras, pleno de saberes.” Este fragmento es de “Ítaca”, el poema más famoso de Kavafis, el griego que renovó en el siglo XX la prodigiosa literatura de su lengua. Aunque no había nacido ahí: fue un griego de Alejandría, ya minoritario, ya extranjero desde el momento de ver la luz.
Editorial Nórdica acaba de distribuir en nuestro país un libro que es un homenaje justo y hermoso a ese poema icónico de Kavafis publicado en 1911 y que retoma el famoso tópico de La Odisea: el viaje que el héroe de la Ilíada, el fecundo en ardides, Ulises, emprende hacia su tierra después de la guerra; Ítaca, ciudad natal, tierra propia. El héroe tarda 10 años en llegar, después de haber pasado otros 10 fuera. Kavafis logra un poema perfecto, actualizando el pasado helénico al mundo moderno. Dos son los motivos que están en el poema y recorren toda la obra del poeta: el movimiento y el tiempo: “Pide que sea largo tu camino/ pero sin prisa alguna en el viaje/ más vale que se alargue muchos años/ y ya en la vejez recales en la isla.”
¿A quién le habla Kavafis hoy? ¿De qué aventuras? ¿La de llegar tarde al trabajo? ¿La de aguantar diez minutos la espera del subte? ¿A quién le habla? ¿A lxs que no queremos llegar viejxs a ningún lado? Si somos la generación a la que ni siquiera le alcanzan las horas para el amor, para el juego porque sí, ¿quién de nosotrxs quiere el camino sea largo? Nos importa llegar. Aunque no sepamos a dónde. “Ten siempre a Ítaca en la mente”: Tal vez lo que Kavafis nos viene a decir es que ojalá nuestra vida sea larga, ojalá sea plena de saberes, y ojalá la llegada a la vejez nos encuentre con un cuerpo gozoso.
Pagano, sensual y decadente, Kavafis nació en Alejandría dentro de la minoría griega que estaba en Egipto en 1863. Menor de 9 hermanos, durante su infancia la familia se trasladó a Inglaterra, donde aprendió inglés, luego una adolescencia en Constantinopla y finalmente volvió a su Ítaca-Alejandría para no moverse mucho más y dedicarse a una gris vida de empleado público. No se va a ningún lado. Aunque nos movamos. Y aún si no nos movemos, igual viajamos. Todo está acá. En el mismo lugar donde estás sentadx leyendo esta nota. No hay viaje pero sí un cuerpo, un cuerpo que el jovato Kavafis festejó: “Vuelve a menudo y tómame/ sensación amada vuelve y tómame/ cuando la memoria del cuerpo despierta/ y un viejo deseo reanima el alma”.
Ya tempranamente en su literatura la idea del no movimiento -saludito a Heráclito desde el siglo XX- estaba en otro poema que anticipa a Ítaca, “La ciudad”: “No encontrarás nuevas tierras/ no encontrarás otros mares/la ciudad te seguirá/ no hay un barco para ti no hay camino”. Y si no hay camino, Itaca está donde estemos. Y Kavafis conoce el viaje interno al deseo propio, ese que exploró, que erotizó y nos regaló en un poema contra el tiempo. Porque con su lectura recuperamos la fuerza homoerótica de Aquiles y Patroclo, disfrutamos con goce esas largas descripciones de los Ayax volviendo de la batalla, bañándose en aceites y entregándose a banquetes, que más que de comida parecían orgiásticos. Kavafis nos devuelve a un Zeus dulce que se compadece del llanto de los caballos de Patroclo. Nos ha brindando un movimiento quieto hacia la Grecia más queer, aquella que siempre sospechamos que estaba ahí, o acá, en Ítaca, es decir, dentro nuestro.
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