Quienes exploran su identidad y expresión de género en la infancia necesitan información, contención, apoyo, reconocimiento, protección, amor. Ninguna de esas necesidades precisa de un diagnóstico para ser cubierta, reflexiona en esta nota el activista trans e intersex Mauro Cabral. Hecha la ley que protege a las infancias del atropello de una institución sanitaria ansiosa por diagnosticar, el trabajo por la despatologización –que no se interprete como un autodestierro del derecho a la salud– continúa en los consultorios y fuera de ellos.
› Por Mauro Cabral Grinspan
Es temprano, hace frío, pero en la sala abarrotada el aire va adquiriendo una espesura que huele por igual a café, guardapolvo y malestar. La misma pregunta que ha sido formulada unos minutos atrás se repite, ligeramente reformulada. Volverá a repetirse, modificada apenas por variaciones en la entonación, por el acento porteño o provinciano de quien la modula, por la ingenuidad verdadera o fingida, por la autoridad que reclama atención, por el estupor de quien quiere comprender y, aún así, no comprende.
En serio, de verdad, a ver si entendemos lo que estás diciendo, pero en serio esta vez: ¿vos decís que no podemos diagnosticar? ¿qué la ley dice que no podemos diagnosticar?
Y si no podemos diagnosticar, ¿entonces qué?
Un fantasma recorre la sala de reuniones; es el fantasma de la infancia todopoderosa. Peor aún: es un fantasma cuya perversidad múltiple y poliforma ha sido elevada al rango de ley, y cuyo asedio ad portas es legión. ¿No está acaso siempre justo por venir la horda de pacientes que llegarán sin pedir la atención de sus problemas sino el cumplimiento de los así llamados sus derechos? ¿y no obligarán al Su Majestad El Hospital a rendirse ante sus menores caprichos, burlándose al mismo tiempo del juramento hipocrático y de la advertencia papal sobre la ideología del género? Vendrán, claro que vendrán, están viniendo, y querrán cambiar de sexo a voluntad, a los 15, a los 10, a los 5 años, a los 2 años, en la cuna, antes de nacer; vienen en las pesadillas y aunque aún no son visibles se escucha su risa: se ríen, se ríen como chicos.
El 22 de octubre del 2016 se celebra en todo el mundo el Día Internacional de Acción por la Despatologización Trans, convocado por la Campaña Internacional Stop Trans Pathologization -que desde el año 2009 lucha por la retirada de las vidas trans de la clasificación de trastornos mentales. Desde el año 2012 tanto la Campaña como los cientos de activistas, grupos y redes que nos manifestamos todos los octubres nos rebelamos especialmente contra la patologización de la diversidad de género en la infancia.
Quienes hacemos activismo trans por la despatologización y un conjunto amplio de especialistas psico-médicos (entre quienes se destaca sin duda Sam Winter, participante del grupo de trabajo convocado por la Organización Mundial de la Salud para la revisión experta de la Clasificación Internacional de Enfermedades) enfrentamos el temor psico-médico a la castración con dosis combinadas de análisis geopolítico, evidencia clínica, derechos humanos y sentido común: la diversidad de género en la infancia es una experiencia patologizada en Occidente, cuya historia es la de la privatización capitalista de la salud; reproduce lo peor del cisexismo, distinguiendo entre formas saludables y enfermas de la identidad y de la expresión de género e institucionalizando esa distinción; la patologización de la infancia obedece a los mejores intereses del mundo adulto, y borra del registro visible el “qué” de la atención de salud: quienes exploran su identidad y expresión de género en la infancia necesitan información, contención, apoyo, reconocimiento, protección, amor. Ninguna de esas necesidades precisa de un diagnóstico para ser cubierta y para cualquier otra cuestión -desde una apendicitis hasta los efectos del bullying en la salud mental- ya existen otros diagnósticos.
Este año, la convocatoria de la Campaña se extiende más allá, hasta alcanzar la diversidad corporal -incluyendo en el reclamo colectivo no solo la multiplicidad de experiencias del cuerpo sino también, y centralmente, la materialidad carnal de cromosomas, gónadas, genitales y otras características sexuales. La patologización de la diversidad corporal intersex convierte a nuestros cuerpos intersex en propiedad médica, y a quienes los encarnamos en víctimas potenciales o reales de violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
Apenas unos días después, el 26 de octubre, se celebra el Día Internacional de la Visibilidad Intersex. Esta fecha rememora la participación del activismo intersex -representado por Morgan Holmes y Max Beck- en la reunión de la Asociación Pediátrica Estadounidense en el año 1996. Este día, propuesto entre 2003 y 2004 por Betsy Driver y Emi Koyama, se ha convertido en una oportunidad global para compartir tanto los testimonios de personas intersex de todo el mundo como los avances imparables del movimiento intersex en su lucha por detener de una vez la práctica tradicional, dañina y mutilante de “normalizar” nuestros cuerpos. El 8 de noviembre, en tanto, se conmemora el natalicio de Herculine Barbin en el Día de la Solidaridad con las personas intersex -un día que, a título personal, rebautizaría como Día de la Responsabilidad, porque cuando se habla de tortura en contextos médicos la solidaridad está muy bien… para identificar, desarmar y juzgar a quienes son responsables de perpetrarla.
La justicia intersex no es fantasma.
Es una promesa.
En muchos lugares, incluida la Argentina, la despatologización parece significar una ruptura definitiva con el status de “paciente”, lo que es decir: puesto que encarnar características sexuales que varían del promedio y/o género distinto al sexo que se asignó al nacer son patologías, eso significa que ni las personas intersex ni las personas trans podemos sufrir, aparentemente, patología alguna. Más aún: cualquier intento de introducir y articular demandas sanitarias concretas -se trate del VIH, del alcoholismo u otras adicciones, del dolor crónico, de la depresión, de las infecciones a repetición- se rechaza ad limine en nombre de la lucha por la despatologización (porque, después de todo, reconocer la enfermedad fogonea el estigma).
Esta versión de nuestra lucha se ha vuelto demasiado frecuente en el abordaje sanitario institucional -como si la única manera en la que las instituciones de salud pudieran lidiar con nuestra existencia despatologizada fuera mandarnos al destierro.
La asociación naturalizada y acrítica entre patologización y estigma produce efectos aterradores, toda vez que quien haga coming out de dolencias físicas o mentales será pasible de que le imputen, sencillamente, lesa despatologización. La lucha por despatologizar las características sexuales intersex y las identidades y expresiones de género trans, disidentes y no binarias es, también, una lucha contra el estigma asociado a la enfermedad -y nunca jamás una lucha por estigmatizarla, ocultarla o negarla. Cuando las personas trans y las personas intersex afirmamos que ni nuestros cuerpos ni nuestras identidades y expresiones de género son, en sí mismas, patologías no renunciamos, bajo ningún punto de vista, a nuestro derecho a la salud, y a nuestro derecho a disfrutarlo sin discriminación ni estigma ni violencia.
Hace apenas unos días atrás se presentó en Buenos Aires y con auspicio del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género el libro de la autora francesa Anne Berger titulado El Gran Teatro del Género. Tanto en su libro como en su entrevista con Télam Berger reconoce en la patologización trans e intersex los orígenes del feminismo de género y de la teoría queer. De hecho, ella utiliza en el Buenos Aires del 2016 expresiones tan antiguas y patologizantes como “transexualismo” e “intersexualismo”. Su identificación de los paradigmas creados por John Money y Robert Stoller como una genealogía crítica ignora las consecuencias sangrientas de esos paradigmas para las personas trans y de las personas intersex. Allí donde Berger y la indiferencia de la academia que la celebra solo ven el género como un teatro, tanta otra gente ve al género como lo que es: un teatro de operaciones.
Distintas apelaciones al reconocimiento de lo patologizante de su enfoque formuladas por quien firma esta nota fueron respondidas del mismo modo: Berger está contando lo que dijo alguien más. ¡Por supuesto! Siempre es así. La patologización, como la injuria, precisa de un coro para tener efecto. Tanto la reproducción acrítica que hace la autora como la recepción acrítica de quienes la tradujeron, editaron y recibieron gozosamente en Argentina son ejemplos paradigmáticos del modo en el que la patologización configura un régimen de in/visibilidad que es, claro está, un régimen de sin-sentido que, al parecer, desmantela hasta el potencial crítico de la teoría más crítica. Ya lo dice el Salmo: tienen boca, y no hablan. Tienen ojos, y no ven -y Donna Haraway agregaría: no ven con la sangre de quién se hicieron sus ojos.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux