Viernes, 20 de febrero de 2009 | Hoy
ENTREVISTA CON TILDA SWINTON
Como presidenta del jurado del Festival de Berlín, acaba de entregarle el Oso de Oro a una película peruana que aborda la violencia de género. En los cines locales todavía se la puede ver desafiando los límites que impone la vejez en El curioso caso de Benjamin Button. Ultimos capítulos, apenas, en la historia de Tilda Swinton, la actriz de la estampa andrógina, la mujer que inspiró a Derek Jarman —actúa en siete de sus ocho películas— y que ahora alienta un documental para recordarlo y honrarlo, la que ha sabido desafiar el sistema de géneros en cada uno de sus roles... Tilda Swinton, esa chica que no se anima a afirmar sin dudar que es realmente una chica, habló en exclusiva con Soy de lo que fue y lo que vendrá.
Por Vera von Kreutzbruck, desde Berlín
Dicen que Derek Jarman la eligió para su película Caravaggio por su aterradora semejanza con las mujeres que aparecen en los cuadros de ese pintor. Pero también es posible afirmar que Tilda se asemeja a las mujeres de Cranach, de Botticelli o de Vermeer, quienes a su vez no se parecen entre sí. “No es que yo tenga nada muy especial, de hecho soy idéntica a muchas personas de mi familia en Escocia, hasta diría que soy mi padre sin bigotes”, bromea ante la insistencia de los comentarios sobre su estilo andrógino (y freak también). Lo cierto es que un don enigmático y al mismo tiempo amable reside en esta estampa, cuerpo y rostro lavado, que ha convertido a Tilda Swinton desde el encuentro con Jarman en 1985 en un icono top de la moda andrógina, en una referente de la libertad queer, especie de celebración andante de lo ambiguo. Si luego de trabajar en siete películas con Jarman aún le faltaba salir del caparazón local británico, en 1992 le tocó protagonizar Orlando de Virginia Woolf en la versión de Sally Potter. Desde entonces, el cuestionamiento de géneros e identidades fijas que parece encarnarse en su figura, tomó carácter internacional. Resulta muy difícil no ver algo de lo que planteaba Virginia Woolf en su personaje capaz de mutar cuando Tilda Swinton hace de bruja blanca en Las crónicas de Narnia o cuando interpreta al ángel en Constantine, de Francis Lawrence. Y lo mismo ocurre cuando aparece en tramas mucho más realistas, como en la película Julia, de Erick Zonca, donde hace de alcohólica, o en el rol de amante de Ewan McGregor en Young Adam. A lo largo de su brillante trayectoria en el cine europeo, que últimamente incluye una promenade por Hollywood, ha participado en numerosos films decididamente queer, o que plantean una temática Glttbi, lo que no parece ser a esta altura una mera casualidad sino parte de una militancia personal y estética contra los límites que encierran las vidas, las inteligencias y los cuerpos. Acaba de terminar de filmar en España una película de Jim Jarmusch junto a Bill Murray y Gael García Bernal. También tiene en el tintero un proyecto con Marilyn Manson como director de un film sobre Lewis Carroll y trabaja actualmente en la creación de una fundación, que cuenta con el respaldo de la World Cinema Foundation, entidad dirigida por Martin Scorsese, y cuyo objetivo es regalar un paquete de películas a los niños que cumplan 8 años y medio para introducirlos en el mundo del cine.
Esta mujer de 48 años, sin rictus de cirugías ni de maquillaje, pero tampoco del paso de un tiempo cruel, llega a la cita con un despampanante tapado bermellón que nunca se quitará durante la entrevista y ante cada pregunta se rasca la cabeza, como quien se propone buscar las palabras justas con el método más rudo y elemental. Cuando le preguntan cómo nació su relación con Jarman, sobre quien el año pasado realizó un notable documental, rechaza por completo la palabra musa, porque le resulta demasiado pasiva. No sólo para ella sino para él. Prefiere aventurar que tal vez fuera su extraño parecido con una mujer pintada en un cuadro de Caravaggio, el verdadero motivo de lo que fue una amistad, una conversación interminable hasta la muerte del director en 1994. Si la palabra musa no le gusta para su relación con los directores de cine, la palabra modelo le queda chica para la inspiración que significó Tilda en varios modistos de alta costura y sobre todo en la dupla de Viktor & Rolf, cuyas camisas andróginas le deben mucho al torso de Swinton.
—Me considero más bien una suerte de modelo del artista, porque así es como me enseñaron a trabajar. La performance más emblemática para mí es la del burro en la película Au hasard Balthazar de Robert Bresson. Ese es mi objetivo, es mi santo grial. Tratar de ser tan animal como ese burro.
—Nunca elijo los roles, elijo a la gente. Esto tiene que ver con el hábito que desarrollé en los comienzos de mi carrera. Todo empieza con una conversación, luego de ahí salen los proyectos y, por último, veo qué voy a hacer en la película. Para mí el rol en sí mismo es lo menos importante.
—La idea surgió de una conversación que tuve con los dos productores del documental, Colin McCabe e Isaac Julien. Decidimos realizarlo porque, durante nuestros viajes por el mundo para hablar con estudiantes de cine, nos dimos cuenta de que nadie sabía quién era, y de que tampoco se podían conseguir los DVDs de sus películas. Y esta ha sido una gran frustración para mí en los últimos diez o quince años. También hicimos este documental para honrarlo y para rememorar la época en la que él hizo sus películas.
—Eran tiempos en que nos quejábamos porque era difícil hacer películas y por el clima político, sobre lo difícil que era ser un artista de la resistencia cultural contra Margaret Thatcher o Ronald Reagan. Aunque, en realidad, las cosas funcionaban mejor en esa época porque había financiación para el cine, cosa que ya no existe. Te daban un poco de dinero y tenías la seguridad de que ibas a recibir más para los próximos cinco proyectos, entonces el artista tenía la posibilidad de desarrollarse. Ahora todo se rige por el mercado, hay un organismo que está supervisado por la lotería a la que sólo le importa generar ganancias. Les interesa más el dinero que la cultura. Y creo que esto está relacionado con el colapso de la televisión. Antes había una industria televisiva digna, no se hablaba de la industria del cine y por eso se podían hacer mejores proyectos.
—Su impacto es muy particular. Fue un activista cultural, y no sólo me refiero a su actividad política sino también a su lucha contra el sida y las doctrinas represivas del gobierno británico. Jugó un papel muy importante en la resistencia cultural, incluso a nivel internacional. Y como artista británico fue muy significativo porque formó parte de una larga e ilustre tradición en el mundo del arte. Inglaterra, como todos los países pequeños, es muy buena para enterrar a sus más grandes artistas. Derek es un ejemplo maravilloso de un artista internacional que logró prevalecer y tener un impacto también en su propio país.
—El film está basado en el texto clásico de Virginia Woolf, que fue escrito hace mucho tiempo. Yo pienso que, como en cualquier posibilidad de transformación, uno también puede jugar con el cambio de género. Mi idea de identidad de cualquier tipo es que no estoy segura de que realmente exista. He examinado esta idea de forma lateral desde que hice Orlando y otros films que tocaban el tema de la transformación de género. Por ejemplo, últimamente estuve pensando sobre lo que significa ser madre. Cuando se es madre, ¿se pierde todo o se puede retener una identidad multifacética? Toda esta idea de transformación y de género me interesa como actriz. Es un tema muy personal: yo puedo decir categóricamente, como lo hace Orlando en el film, que probablemente soy una mujer.
—No sé si alguna vez voy a poder decir que soy una chica, por mucho tiempo me sentí como un chico. No lo sé, quién sabe. Voy cambiando.
—Orlando trata del espíritu. Me acuerdo de que cuando filmamos esa película pensaba que el film era sobre la transformación, porque ésa era mi tarea como actriz. Pero ahora creo que el objetivo de Orlando no era cambiar sino continuar siendo la misma persona. Hace poco vi el film nuevamente y me conmovió esa sección de la película en particular, la parte de la transformación, la escena de la batalla, porque soy hija y hermana de soldados. Pienso constantemente sobre qué hace eso al espíritu, tener que tomar el tipo de decisiones que tienen que tomar los soldados.
—Orlando tiene la ventaja de poder transformarse, no todos tenemos ese privilegio. Pero pienso que el personaje intenta ser coherente con su espíritu, es decir, para lograr mantener unido su espíritu decide transformarse en una mujer.
—Para mí es natural hacer esos roles. Me gusta caminar por la cuerda floja, balancearme de un lado a otro dentro de la identidad sexual y de género. Aún no me han crecido las tetas, ni se me han ensanchado las caderas. Lo intenté en la película Julia, pero luego se me fueron. Creo que Julia es una personificación de una mujer y no una mujer.
—Sí, hay límites. Por ejemplo, como te comenté antes, soy madre y me interesa mucho lo que le ocurre a una persona cuando es madre o padre. Yo sé algo de lo que puede o no ocurrirte cuando sos madre. La idea es darle una vuelta de tuerca. Darse cuenta qué parte de vos perdés y con qué partes te quedás.
—El envejecimiento. En la película grandiosa de David Fincher, The Curious Case of Benjamin Button, tengo un papel pequeño de una mujer que vive toda su vida en un estado de lamento porque tuvo la oportunidad de nadar a través del canal cuando tenía diecinueve años, pero no lo hizo, y desde ese momento se arrepiente de no haberlo hecho. Cuando es vieja lo hace y logra dar vuelta su vida haciendo lo que siempre quiso hacer. Y eso es muy inspirador. A medida que envejezco me doy cuenta de que existen ciertos conceptos que nos limitan de tal forma que determinan el orden de las cosas que uno debe hacer.
—Si no te divertiste lo suficiente en la adolescencia, podés hacerlo con cuarenta o sesenta. La gente está pensando constantemente que es demasiado tarde para hacer ciertas cosas. ¿Por qué? Percibir la vida de esa forma me inquieta. Mis hijos tienen once años y ellos me transportan a esa edad. Ahora estoy pensando en cómo es tener once años.
—Estoy de acuerdo, me encuentro en una posición privilegiada. Empecé a trabajar en un ambiente muy especial con Derek Jarman, con el que colaboré ocho años y estuve en siete de sus películas. Era como estar en un jardín de infantes, tuve la oportunidad de desarrollar cierta sensibilidad y una forma de trabajar. Cuando Derek se murió en 1994, me quedé sin mi mayor colaborador. Afortunadamente para esa época ya había trabajado el tiempo suficiente y la gente me empezó a contactar para ofrecerme proyectos. Esa fue mi bendición.
—Recientemente he tenido una aventura rara en Estados Unidos. Ha sido un viaje extraño, no sólo porque estaba lejos de casa sino porque trabajé en el sistema de los estudios, que es un lugar muy exótico, misterioso e interesante. Pero esta aventura está llegando a su fin y ahora estoy trabajando más en mi casa. Aunque el hecho de que Hollywood esté contratando a gente como Andrew Adamson para hacer el film Narnia o Francis Lawrence para hacer Constantine o Spike Jones para Adaptation es una buena señal.
—Fue una fiesta. El año pasado alquilé una sala de bingo que se encuentra en mi pueblo, Nairn. La alquilé pensando en transformarla en un cine con funciones para los sábados, a modo de prueba. Quería mostrar mi colección de DVDs, cualquier película que no fuera el tipo de películas que muestran en los multicines. Poco después, Mark Cousins (crítico de cine) y yo finalmente decidimos testear la idea y hacer un festival en agosto. Colocamos un pequeño anuncio al público vía Facebook y vinieron seis veces más personas de las que habíamos calculado que podían entrar en la sala, y se transformó en una especie de evento internacional y fue fascinante. Mostramos Las amargas lágrimas de Petra von Kant, de Fassbinder, y fue la mejor proyección privada que vi de esa película en mi vida.
—He visto esa película varias veces en universidades y en cinematecas, en donde todo el mundo hace comentarios del estilo “este film es sobre esto o aquello”. En cambio, en nuestro festival los espectadores eran mujeres de avanzada edad y gente que nunca había visto un film de Fassbinder, fue una experiencia intensa para el público, pero al día siguiente volvieron para ver Miss Marple. También proyectamos El arbolito que canta y suena, de Francesco Stefani; Cantando bajo la lluvia; La bota, del director iraní Mohammad Ali-Talebi; y 8 y 1/2 de Fellini. Una de las razones por las que funcionó tan bien este festival es que nadie sabía bien qué estaba haciendo. La entrada costaba 3 libras, pero si traías una torta o usabas una pieza de ropa que estuviera relacionada con el contenido de la película, podías entrar gratis. Como resultado hemos creado el proyecto “Cinema of Dreams” (“Cine de los sueños”), que es una especie de festival de cine ambulante. El gobierno escocés nos pidió que llevemos este concepto a Pekín el mes que viene para mostrar películas escocesas. Vamos a seguir haciendo este festival, aunque no sabemos exactamente cómo.
—Ultimamente se me ha estado acercando más gente para ofrecerme papeles. Ahora estoy trabajando más en Europa otra vez. Trabajé con el cineasta francés Erick Zonca, con Luca Guadagnino en Italia, con Béla Tarr en Hungría. El próximo film que voy a hacer es con Lynn Ramsay, una directora escocesa. La filmación va a empezar más adelante este año, espero. Es una adaptación del libro titulado We Need to Talk about Kevin (Tenemos que hablar de Kevin), que fue una novela polémica sobre una madre que tiene dudas sobre su rol de madre. Es un tema duro, pero Lynn Ramsay es un talento extraordinario de Escocia. Ha hecho dos películas, Ratcatcher (Cazador de ratas) y Morvern Callar, y no ha filmado en siete años.
—No me considero parte de ese sistema y tampoco me ha causado ningún sufrimiento. Soy una turista allí. Es un lugar muy interesante para visitar, pero yo soy de otro planeta.
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