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› Por Mauro Cabral
1 La casa en la que uno vive, de la que uno se va echado o sin que lo echen. Donde lo esperan, donde uno llega, y no hay nadie. La casa que uno es, cuando se habita a uno mismo como a una casa. La casa ha ocupado y ocupa un lugar central en el modo en el que las personas trans nos comprendemos y somos comprendidas por el resto de las personas. Funciona así: alguien –yo, pongamos el caso– vive en un cuerpo que “no le corresponde”, como quien se encuentra a disgusto en una casa en la que no es la suya. Entonces se construye otra y, en el devenir de esa construcción, la casa se vuelve carne. La casa deviene uno. Uno mismo.
2 Austria acaba de cambiar su legislación sobre reconocimiento a la identidad de género. Desde ahora ya no será necesaria la cirugía para ese reconocimiento, sumándose así a países como Estonia, Hungría, España, Inglaterra y Suecia. ¿Y por casa? Los proyectos legislativos en discusión también basan su comprensión de las cuestiones trans en la inmediatez de la retórica inmobiliaria: está el cuerpo –la casa– y la pobre persona trans que vive (sobrevive) atrapada adentro de esa casa (o cárcel, o prisión, o destino fundamentalmente errado). A diferencia de la manera en la que las ¿pobres? personas trans articulamos esa retórica, esos proyectos legislativos no dicen nada acerca del modo en el que podemos lograr que esa casa se parezca a nosotros, es decir, acerca del acceso a las tecnologías médicas que hacen posible (re)encarnar una casa. Más bien de lo que se trata es de que la persona atrapada sea reconocida por todos los demás.
3 Se dirá, y con razón, que esta crítica le hace poca justicia a las necesidades de aquellos que, podría decirse, ya se convirtieron en su propia casa. Para ellos y ellas están pensados esos proyectos (lo cual es decir, nada nuevo en la Argentina, que la ley se ocupa más de los derechos de los dueños que de los derechos de los inquilinos). Lo que a nivel legislativo nadie se pregunta, jamás, es cómo podría cumplirse, para tantos, el sueño de la casa propia. Y es que ya lo mostraba esa publicidad argentina tan celebrada: para recibir un crédito es irrelevante si uno es trans o no, lo importante es que tenga para pagarlo.
4 Pero, ¿hay alguien, trans o no trans, que pueda decir, alguna vez, acabadamente, estoy en casa? La retórica trans del bien inmueble tiene un revés inevitable, salirse de la diferencia sexual siquiera por un rato es como salir para siempre de casa. Perder el camino de vuelta, o encontrarlo sólo para descubrir, tarde o temprano, no hubo ni habrá casa a donde volver. Mentar la casa implica, advertida o inadvertidamente, asumir la intemperie, encarnar el desamparo.
5 Mi casa está rodeada de edificios en construcción y de bares nocturnos ya construidos. Cada vez que salgo a la calle alguien me grita “puto”. Al final... tanta energía puesta en la construcción biotecnológica de la masculinidad, cuando lo único que hace falta es una casa mal emplazada.
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