Vie 29.05.2009
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ENTREVISTA > SONIA GONORAZKY

La elección de Sonia

Aunque nació con el alba de los años ’70, la auténtica Sonia Gonorazky brotó hace menos de una década, cuando perdió el miedo de ser lesbiana. Militante de tiempo completo, la teoría y la práctica lesbofeminista se cuelan también en sus clases de física del Ciclo Básico Común de la UBA. Graffitera compulsiva, experimentadora con su propio cabello, Sonia dice una palabra, la desarticula, la desdice: “Es que el lenguaje nunca alcanza”, explica una de las fundadoras de la revista Baruyera —una tromba lesbiana feminista—, antes de volverse a explicar y desexplicar. ¿Me explico?

› Por Marta Dillon

¿Qué es la revista Baruyera?

—Somos un grupo de amigas, compañeras de militancia, parejas, ex parejas, gente que se fue sumando porque queremos hacer militancia como lesbianas feministas y divulgar ideas, pensamiento, tener un espacio, un material escrito e impreso que no se lee corrientemente y que no llegue sólo a la militancia y el ambiente.

¿De qué hablás cuando hablás de militancia?

—De trabajar con ganas, con entusiasmo, con convencimiento en una causa o en muchas causas por cuestiones que a una le parezcan importantes, relevantes o que valgan la pena y que pueden ser más o menos permanentes... Me pasa que mientras te voy hablando pongo en duda lo que digo... porque en el grupo estamos todo el tiempo deconstruyendo y pensando que las ideas, las palabras, son estructuras bastante frágiles que sirven, no sirven, se acomodan, se reinterpretan. El mundo cambia y una también cambia.

¿Cuánto tiempo de tu vida te lleva esta actividad?

—Ahora tengo 39, estoy militando continuamente como lesbiana feminista desde hace tres. Antes había estado merodeando la militancia feminista, de una manera mucho más tímida. En esa primera experiencia estuve un rato, no me sentí del todo cómoda y me fui. Porque aunque se trate de negar la cuestión de la afectividad (y no me refiero sólo al tema de la pareja sino a intercambios cariñosos) es muy importante, sobre todo en la militancia feminista...

¿Querés decir que la militancia feminista niega el afecto entre mujeres?

—No sé... en ese momento yo recién empezaba a asumirme como lesbiana y empezaba a ser feminista, las dos cosas de la mano; reconozco que siguiendo el mito no sé si desterrado o no de que si sos feminista sos lesbiana... fue un camino darme cuenta, de-sengañarme a mí y decirme: ese feminismo que aprendí, por más que no haya sido lo más agradable que me pasó, me siguió acompañando, por eso cuando pudo volver a brotar hizo una gran explosión...

Y ahora sos la que sos...

—Me costó mucho asumirme, aunque no sé si ése es el verbo, como lesbiana. Viví gran parte de mi vida sintiéndome una ameba, una persona que no tenía forma, sin posibilidad de interacción, sin sexualidad; la relación con mi cuerpo era muy compleja, muy reprimida; era un combo complicado. Incluso me acerco al feminismo pensando que tengo una conexión fuerte con las mujeres, pero que de ningún modo era lesbiana. Ahora me da risa darme cuenta de lo que me pasaba: no podía elegirme. La lesbiandad, creo ahora, es una elección y una construcción permanente, no creo que haya un nacimiento ni un destino...

¿Esa construcción de vos misma de la que hablás trajo aparejados cambios estéticos?

—Mmm, creo que hay un tránsito también ahí. Los cambios corporales que se ven en los últimos seis meses es que estoy gordísima debido a la fiaca y a las ganas de comer. Pero sí pienso que me relacioné con mi cuerpo de otra manera y en eso influyó tanto el feminismo como el lesbianismo. Yo soy de las que previsiblemente se cortó su larga cabellera cuando dudó acerca de si era lesbiana o no, pero me la corté como castigo por haberme pensado lesbiana, no para construirme con algún estereotipo... aunque no volví a usarlo largo.

¿Cómo circula tu lesbiandad en el ámbito de la facultad, donde sos profesora?

—Cada año va cambiando el triste trabajo de salir del closet. Porque si bien no creo que alguien pueda dudar de que soy lesbiana, a la vez no dudar por mi aspecto es un prejuicio. Entonces lo develo. Te puedo dar un ejemplo de anécdota en el aula. Un día yo hacía un comentario acerca de si una persona está más cerca o más lejos de la norma a raíz de un problema de física, que son especialmente normativos y, por tanto, heteronormativos, y justo cuando termino de hablar... silencio absoluto y entra al curso un muchachito bien amanerado en su manera de moverse y el curso estalló en una carcajada que no fue de humor sino de burla e incomodidad... Creo que con este ejemplo ya no hace falta explicar nada. Esto sigue pasando, en un curso en el que acababa de hablar de la libertad de elegir y etcétera. Se sigue escuchando esto de que la sexualidad es algo que tiene que ver con la intimidad y nada más.

¿Esta presunción sobre lo público y lo privado funciona también entre docentes?

—Tengo un compañero que siempre me pregunta qué necesidad tengo de andar contando que soy lesbiana, y el típico argumento: “Tanto te tirás contra la heterosexualidad, se va a acabar la gente” (risas). Pero también me pasó de encontrarme en la Marcha del Orgullo con una alumna que me habló de un parcial como si nada; por suerte fue justo antes de sacarme la remera...

¿Es ritual sacarte la remera en la Marcha?

—Y sí, no como exhibicionismo sino como demostración colectiva, de libertad del cuerpo, de desprejuicio. Creo que habría que sacarse la remera más seguido.

¿Por ejemplo cuándo o dónde?

—Para mí la desnudez como acto político es muy valiosa y además es una experiencia hedonista hermosa. Creo que el cuerpo tiene una fuerza de transmitir enorme; sobre todo para la vivencia de cada una... Después, lo que se ve, lo que se entiende, ahí puede haber miles de variaciones, desde quien se calienta con una mujer en tetas en una marcha hasta el proceso de consumo detrás de eso. El cuerpo tiene una contundencia para expresar lo que las palabras apenas insinúan.

¿Por qué, de todos modos, tomar esa distancia con el cuerpo sexuado o capaz de generar reacciones netamente sexuales?

—Creo que las lesbianas hablamos poco de sexo, pero también hay que preguntarse de dónde viene el mandato de hablar de sexo todo el tiempo como única señal de libertad. Yo no tengo una respuesta acabada, pero me lo pregunto y justo estoy leyendo un libro que tiene como diez años, pero es muy interesante y rastrea de dónde vienen estas cuestiones (Reflexiones sobre la cuestión gay, de Didier Eribon), y pone el discurso sexual entre varones como una afirmación de virilidad. Entonces pienso: ¿por qué tengo que reproducir esto? Lo que no quiere decir que sea pacata o pudorosa en extremo, pero esa compulsión es como que no me pertenece...

Sin embargo, hay cierto dramatismo que impregna la sexualidad de las lesbianas o los discursos sobre ellas, como si se tratara de algo puramente solemne...

—Eso es verdad; se me ocurre ahora que tiene que ver con que las mujeres en general —o en particular— tienen una relación con su cuerpo desde que son bebés con la violencia, el pudor, la reserva. Y eso pone una importante mediación con el propio cuerpo y con el cuerpo de las otras personas. Creo que hay que hablar más de sexualidad, entre amigas, no amigas, militantes; sobre cuáles son las particularidades de la sexualidad lesbiana, cuántas mujeres cumplen con lo que yo últimamente llamo coreografías eróticas que reproducen la sexualidad heteropatriarcal penetrativa...

¿Eso es cuestionable?

—No la práctica en sí. Y no sé si es cuestionable en general, en todo caso yo cuestiono que se acepten ciertas cosas sin entender las mediaciones y opresiones que hay en esas coreografías. Yo siempre estoy esperando enterarme de cosas, por eso no hablo de la práctica en sí sino del modo en que se asume como si eso fuera la sexualidad. Insisto, creo que hace falta hablar de sexualidad y también reinventarla... salir de la urgencia del orgasmo, el inventario de las zonas del cuerpo que están habilitadas como erógenas...

Todo muy lindo en el discurso, pero una quiere tener orgasmos...

—Sí, es cierto, es más fácil sofisticarse en el discurso que en la vida. Yo resulté ser una persona bastante prejuiciosa, de las típicas que hablan mucho más de lo que pueden poner en práctica. Me sitúo en la categoría “no responde a sus propias expectativas”; a pesar de que ahora mi cuerpo ya no me incomoda. Y mi cabeza tampoco, aunque a veces me pida más.

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