STONEWALL
En estos 40 años transcurridos desde la revuelta de Stonewall, la efeméride que marca la explosión del orgullo y la disidencia, la militancia argentina ha forjado algunos nombres ilustres, ha marcado sus hitos y sus logros, dio cabida a agrupaciones diversas, luchas internas, discusiones que aún no cesan y a una agenda con vida propia. Los activistas que hoy lideran el rumbo de la militancia lgbtti en nuestro país analizan aquí cómo fue, cómo es y cómo sigue la lucha.
› Por Patricio Lennard
En 1967, en la casilla de un guardabarreras de la localidad bonaerense de Gerli, un grupo de homosexuales (la mayoría trabajadores postales, con experiencia sindical y política) se juntaba a debatir cómo crear un “estado de conciencia” sobre las condiciones de opresión en que vivían los gays de esa época. Nuestro Mundo, así se llamaba el grupo, fue el primer intento político de este tipo que hubo en la Argentina y, en homenaje a su fundación, la Marcha del Orgullo se celebra el primer sábado de noviembre. Pero lo de Nuestro Mundo fue un intento tímido, clandestino y de escasas consecuencias. Recién en 1971, con la vinculación de algunos de sus miembros con intelectuales como Juan José Hernández, se creó el Frente de Liberación Homosexual (FLH), agrupación pionera de la militancia que se propuso denunciar la homofobia social a través de publicaciones como Somos y Homosexuales, articulando de manera más o menos conflictiva el ímpetu intelectual de gente como Juan José Sebreli y Blas Matamoro con espíritus revolucionarios como el de Néstor Perlongher. Coqueteos con el peronismo de izquierda (con quien sólo tendrán un diálogo de sordos), pintadas callejeras y panfletos con consignas como “El machismo es el fascismo de entrecasa”, y hasta la postulación utópica de Perlongher de que la revolución sexual sería incompleta hasta tanto “los heterosexuales no socializaran su culo”, alejaban en aquel entonces al FLH de las políticas del movimiento gay-lésbico norteamericano y de sus aggiornados reclamos: el fin de toda forma de discriminación, el reconocimiento legal de las uniones y derecho a la adopción, entre otros.
La dictadura constituye el acta de defunción del FLH y sus años de plomo son un verdadero páramo para esta clase de activismo. Recién con la vuelta de la democracia emerge otro tipo de discurso, ya no preocupado en utopías de liberación sexual sino en llevar adelante un coming out social que los gays argentinos aún no habían realizado. Carlos Jáuregui y su militancia desde la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), fundada el 16 de abril de 1984, se propone, en un principio, luchar por la derogación de los edictos policiales, al tiempo que brega por visibilidad y derechos civiles dejando en claro que el nuevo modelo gay, tan preocupado por la virilidad, no dejaba lugar con mariconeos. Una prédica a la que luego se sumarán las lesbianas y, a mediados de la década del ’90, la comunidad travesti y transexual, quedando así sellado el arco lgttbi tal y como lo conocemos hoy en día.
En las notas que siguen se pretende dar un panorama lo más completo posible de la militancia lgttbi en la Argentina a través de algunos de sus referentes. Sacar cualquier conclusión ahora sería apresurado, pero basta leer en tándem las intervenciones de César Cigliutti (presidente de la CHA) y de María Rachid (presidenta de la Federación Argentina LGBT), las dos agrupaciones de mayor peso en el país, para notar no sólo la existencia de internas sino también la prevalencia que hoy tiene en sus agendas la lucha por derechos que den cabida legal a la existencia de nuevas familias y al respeto de la identidad de género. En este sentido, las opiniones de Lohana Berkins y Marlene Wayar, dos de las activistas trans más importantes, focalizan la problemática de travestis y transexuales en términos de una transfobia que parece no querer ceder, pero también deteniéndose en el delicado equilibrio que suele haber entre la lucha para que las travestis sean incluidas en el mercado laboral y la defensa ante los atropellos que sufren cotidianamente aquellas que se prostituyen. Por otro lado, la agrupación Putos Peronistas de La Matanza subraya la necesidad de devolverle al activismo lgttbi un punto de vista que considere a las clases sociales más desprotegidas, y las lesbianas feministas de Baruyera reclaman formas de organizar la sociedad que no reproduzcan un modelo patriarcal de familia y un contrato matrimonial heterosexual y capitalista.
Rafael Freda, de Sigla, es casi el único que en su intervención hace referencia a la problemática del VIH-sida. Y sobre esto María Rachid reconoce que cada vez hay menos financiamiento (algo en lo que coincide con César Cigliutti), al tiempo que declara que, en el caso de la Federación, “hoy el VIH es un punto más de la agenda y las prioridades están puestas en otros lugares”. Una apreciación que ella justifica diciendo que hay un montón de organizaciones que priorizan el tema, así como también existe un Programa Nacional de Sida y un programa similar en cada provincia, y que a su vez la lleva a preguntarse: “Pero, ¿qué espacio institucional hay y con qué presupuesto para trabajar en pos de que no maten a las travestis en las provincias? ¿Qué presupuesto hay para evitar que se suicide un adolescente en Jujuy porque es gay, o para evitar que persigan y maten a un pibe gay en Salta?”. Signos de que en el cada vez más vasto universo de la diversidad sexual los problemas y sus soluciones son, a su modo, diversos.
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