STONEWALL
› Por Diana Sacayán
Se llama Tamara y está posando para la foto de una exposición. Se la toma otra compañera que luego también posa para otra foto, para que todos vean el lugar donde viven. Como en la revista Caras, pero nada que ver. Está claro que no viven “entre cuatro paredes” porque acá no hay cuatro paredes, apenas unos troncos encimados, sin piso y sin techo capaces de disimular el frío, el viento, los insectos, la lluvia.
Tamara es la compañera que apareció en nuestro comunicado de prensa, cuando anunciábamos que realizaríamos la muestra de fotos en reclamo de vivienda digna para la población travesti.
Pero hay algo que en la foto no se alcanza a ver: a los tres días de que se la sacaran, Tamara cayó en el Hospital Muñiz con un severo cuadro de tuberculosis. El miedo al enterarse hace unos meses de que estaba viviendo con hiv, el frío de cada noche, la enfermedad oportunista, los días largos de una prostitución obligada como único medio de supervivencia, todo eso no sale en las fotos.
Es de público conocimiento que tenemos hoy en la Argentina –las personas travestis– un promedio de vida de 32 años. Que esto ocurre por el abandono en el que hemos caído por inasistencia del Estado, no sé si está tan claro. No se puede negar que en estos últimos años hemos avanzado en cuanto a la conquista de nuestros derechos, pero aun estos avances son poco significativos. Y en muchos casos, hasta simbólicos. Comparado con esta choza que se ve acá y con la tuberculosis, muchas cosas suenan a símbolos.
Mientras la TV llena espacios burlándose de Zulma Lobato, las compañeras que casi obligadas tuvieron que asentarse en terrenos fiscales, en los más remotos suburbios, como es el caso de Tamara que vive en una casilla en el fondo del barrio Nicol, en González Catán, pegada al Ceamse (basurero instalado hace más de 28 años).
Mientras tanto, los candidatos nos hablan de la inseguridad. ¿De qué inseguridad nos hablan los candidatos? Para nosotras la peor inseguridad es vivir en la incertidumbre, no tener un futuro, tener que lidiar con los perjuicios de una sociedad que en su hipocresía nos da vuelta la cara.
Podría yo estar cómodamente despreocupada porque tuve la fortuna de acceder a un trabajo y correrme un tanto de la marginación, pero me es imposible poder disfrutarlo en pleno mientras muchas de mis amigas y compañeras sigan recurriendo a una ruta para ganarse un plato de comida. Me pregunto, ¿cómo se levanta la autoestima de una persona que fue expulsada del seno familiar, del contexto escolar y del mundo del trabajo? ¿Cómo hace para vivir más de 32 años promedio?
Es tiempo de que quienes tenemos el compromiso de defender los derechos de las personas Glttbi comprendamos la gravedad del problema y podamos alertar a los organismos de derechos humanos. Nosotras tenemos sueños, esperanzas, pero nos preguntamos: ¿cuándo nos darán la posibilidad de poder concretarlos?
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