ES MI MUNDO
Culos esculpidos, pintados, fotografiados, narrados, bamboleados, sometidos, tapados o exhibidos, van haciendo su aparición en este paseo memorioso. Fernando Noy le mira el culo a los tiempos de Sócrates, pero también penetra en los días que se vienen. Homenaje a los secretos rituales de los anófagos, una cofradía que resiste a todo menos a la tentación.
› Por La oveja Rosa. Fernando Noy
¿Qué vende o excita más? ¿La mini relámpago de Tina Turner o los reiterados enfoques a las oscilantes y para colmo sudadas nalgas de su vikingo saxofonista, tan candente como ella? La obvia respuesta es que juntos se vuelven dinamita. Algo que los realizadores de su último video aprovechan al máximo rubricando el goce en largos travellings de una inmensa platea literalmente hechizada, no sólo ante la insuperable performance de la eterna diosa negra sino con el inspirado “anus track” de su delicioso partenaire.
Fue Jean Genet quien exaltó las virtudes del “ojo de acero” con su guiño de imán implacable que supera en atracción a todo lo archivisto en tanta obscena vulgaridad expuesta estilo spiedo letal donde el verdadero erotismo desaparece por completo.
En cambio, la anofagia consiste en aceptar que el culo de algunos hombres es un chakra tan sublime como cualquier otro. O más. Bordes de nalga trazando la humana copa ofrendada para esa sed atávica donde chorrea una especie de ambrosía seminal con su postre de almíbar amargo como ostra inaudita regada de champagne y Paso de los Toros. Práctica iniciática de cierta cofradía fundada en otros tiempos por verdaderos epicúreos del placer que también podríamos llamar Epicúleos.
Sibaritas de un raro goce tapan la amante ofrendada bajo el irresistible zarandeo resuelto en el cine por escenas de osadía similares como la imperdible Titus, el ya clásico Calígula y tantas pero tantas otras quien ahora lee estará recordando.
Sobre todo, films con mucho soldado egregio cabalgando entre sí, tomas de soles como sexos impensados bajo los sobacos. Además de honrar sus dioses y ejercer ritos olvidados, un soldado ejemplar debía asumir toda pasión por su favorito entregándose sin límites a cualquier desmesura en los reposos del campo de batalla.
Guerras primigenias donde el trofeo de los vencedores sólo culminaba con la posesión sexual del caído. Crónicas incluso de guerras actuales confirman esa atávica pulsión de la victoria anal entre enemigos.
El principal opositor de Sócrates, celoso del gran amor que el apuesto Alcibíades profesaba al profeta, por esas ironías de la propia oratoria se llamaba Anito Primero.
Tiempos en que, escribe Nabokov: “El damasco de Eufrates” era la anterior identidad del manzano bíblico. Rodin, aun cuando la forma ya estaba concebida, se demostraba extasiado en esas zonas donde jamás se posa el sol, argumentando su necesidad de descubrir la humana piel oculta dentro del propio mármol. Razones similares invocaban Caravaggio y tantos otros. Heliogábalo fue en sí mismo un trono encarnado paseándose por el reino apenas recubierto por capas de oro untadas sobre su sublime desnudez.
Artaud describe el paroxismo que se apoderaba de los súbditos, al extremo de arrojar sus falos cercenados por la propia espada como ofrenda a los pies del divino Tetrarca anaranjado. Poseídos célebremente de esa flor de piel carnívora no sólo excremental ni diabólica, asumiendo su deseo anofágico como la quintaesencia del placer.
Navegando los siglos, en los años setenta, el cantante francés Michel Polnareff logró fama inmediata y conmoción mundial sólo por fotografiar sus tan dotadas asentaderas en afiches inmensos que empapelaron París y saltaron de inmediato a la tapa de los medios dividiendo la opinión mundial. Polnareff convocaba hordas de fanáticos desde sus primeros shows que realizaba con pantalones de cuero negro sin costuras bajo el lugar tan promocionado.
En Buenos Aires, el artista Ithacar Jalí no se quedaba corto y promovía la muestra “El Sol Final” con su propio culo de jacinto nacarado apenas envuelto en los carteles de puntillas de encaje ante una escandalizada sociedad que, además de reprimir, tragaba saliva sin decirlo, con la complicidad del bolsillo onanista en plena celebración.
Lo que hasta ahora no tenía nombradía sería acertado bautizar como “Anofagia”. Oculta, bomba sensual desgarrando el sino trágico contra natura del beso anal sublimado en su vía de éxtasis. Un hipotético Manifiesto del Porno Arte ubicaría a los anófagos como sabios escanciadores del placer clandestino injustamente considerado malsano y, aun desde lo abstracto, la imagen de un Max Ernst, junto al insuperable Rapto de las Sabinas de Delacroix serían precursores del ranking en verdad interminable continuado por otros preciosos culos esculpidos, pintados, fotografiados, contados como el ya legendario roquero Juanse, ratón que de verdad te dejaba paranoico en su pasarela de Efebo Mayor. Tal vez así justificamos por qué en la actualidad la mayoría de los machos muestra sus calzoncillos como carnada inefable. Es que a pico y pala, con su otra lengua imaginaria, uno busca tocar el timbre pasionario oculto en ásperas cavernas de jaspe, vello y seda.
Si acaso por la calle un culo al pasar logra atrapar la atención siempre alerta del anófago, seguro al seguirlo éste se estará preguntando qué cara tendrá ese culo, porque, tampoco la pavada, a la belleza anal casi siempre es necesario complementarla con la del resto.
Igual todo culo canta por sí mismo. Especialmente en una ciudad súper “gay friendly” como la nuestra donde, parafraseando a Girondo: “Los muchachos caminan con el jean muy escotado/ sin temor de que el culo se les caiga en la vereda”.
A propósito, coincido con Florencia de la V, cuando escribe que estamos viviendo en una real culocracia. ¿No sería hora, pregunta la ultradiva, de que la expresión “nos va como el culo” en realidad sea de optimismo?
Definitivamente entonces, como flamante slogan: ¡Al Gran Culo Argentino, Salid!
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