TEATRO
Los sensuales, la nueva obra de Alejandro Tantanian, muestra en escena los efectos del amor en el momento exacto en que el bichito pica los tiernos corazones. En este caso son muchos hermanos que enamorándose mutuamente conducen a los espectadorxs y también a Dostoievski hasta los vericuetos más hondos del melodrama.
› Por Adolfo Agopián
Hace algunos años Tantanian puso en escena una obra de Daniel Veronese que ofrece, desde el título, algunas claves sobre estos sensuales. En Unos viajeros se mueren encaraba un policial negro de amores aturdidos ciñéndolos a un espacio pequeño y único. El espacio contiene y constituye la acción. Ahora, en una escena acotada, las pasiones estallan. ¡Pero entre hermanos! ¡Casi todos varones! Atrapadas en una red de deseos encontrados y desencontrados, tres (¿dos?, ¿una?) familias sin ley se entregan a los designios asfixiantes del linaje.
Mediante recursos teatrales ligados al artificio, el dramaturgo decide una lectura atravesadísima de Los hermanos Karamasov de Dostoievski. En una primera escena coreográfica se consuma el parricidio que determinará el comienzo del melodrama. La (a)puesta lleva al límite los términos que subyacen en la etimología del género: disfrutaremos de una relación incestuosa entre música y drama. Los culebrones plantean a diario una proliferación de desencuentros amorosos en contextos realistas. En los últimos años se convirtieron en el envase preferido de situaciones melodramáticas; cada vez que el teatro se asoma al melodrama se acerca a la telenovela. La parodia parece gobernar todas las lecturas que intentan rondar la cuestión. Nada de eso encontraremos en este intrincado laberinto de pasiones fraternales. El espacio y el tiempo son del todo ajenos al realismo: no hay afuera, ni elementos anexos a las relaciones. Como si la teatralidad los obligara a reparar en sus muy semejantes. Desde la lírica del texto, la danza, las canciones compuestas por Diego Penelas, hasta las actuaciones y las luces aparecen en los cuerpos de los personajes transitando tensiones caprichosas. El peso acumulativo de las secuencias desnuda lazos de seres dominados no por un destino trágico sino por propios deseos de una sexualidad sin represiones. El carácter “homo” de la endogamia es celebrado junto a un phatos (sufrimiento) también ajeno a culpas o tabúes sociales. Un terrible erotismo se desprende de cada encuentro entre hermanos, entre tíos, como espacio lúdico sin tabúes. La ley del deseo determina intensas miradas, canciones desesperadas, desparramadas como dardos que no encuentran su blanco, y cada personaje se constituye desde el sufrimiento que aporta en la red que se va desplegando en escena. Es un placer diferente ver cómo cada uno de estos actores afronta el reto de mostrarnos su dolor. Diego Velázquez domina de manera genial las emociones de su sangrante Mijail. Impacta en un dúo coreográfico muy sexual con Pablo Rotemberg, también sensible pianista. Mirta Bogdasarian, Ciro Zorzoli, Javier Lorenzo, Nahuel Pérez Biscayart se mantienen en el borde del absurdo para mostrar sus excesos pasionales y nos dejan con ganas de más. Gaby Ferrero (preciosa en su vestido chino), Stella Galazzi (casi lorquiana en sus monólogos) y Luciano Suardi juegan un terceto de tíos algo siniestros dispuestos a ingresar en la demanda deseante del espectáculo. Este “dream team” sigue en los rubros técnicos con Oria Puppo en el vestuario y la escenografía, y el gran Jorge Pastorino, cada vez más colorido en sus luces para Tantanian.
Viernes y sábados
a las 23.30
Camarín de las Musas. Mario Bravo 960
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