Emergencia sanitaria, tiempos de excepción, excelentes circunstancias para el registro cotidiano de hechos que de otro modo pasarían inadvertidos: un beso en una discoteca, la tos como música del miedo...
› Por Pablo Pérez
13/6. Viernes. Comienzo del fin de semana largo por el 20 de junio adelantado. Tengo tos, dificultad para respirar y 38.5 de temperatura. Entro en pánico y llamo a un médico de guardia. Atiende una voz antipática que cuando le explico mi cuadro me dice que no necesito un médico. Insisto: soy portador de HIV. Me contesta que si estoy medicado no hay problema. Lo pongo en jaque: hace seis meses que no tomo la triterapia. Mientras espero, preparo un bolso por si tengo que ser internado en un hospital.
En menos de una hora llega un médico joven. Mientras subimos por el ascensor, empiezo a contarle mis síntomas y él me grita asustado: “¡Hablá mirando para otro lado!”. Una vez en mi casa, después de auscultarme me pide alcohol para desinfectarse las manos, y el resto de la consulta la mantenemos a tres metros de distancia. No quiere tocar nada, ni siquiera los análisis de sangre de rutina que me hice una semana atrás. Antes de irse me dice: “Mirá, no sé si es gripe porcina o no, tendría que hacerte un hisopado, pero no vale la pena”; me receta Aseptobrón y un antibiótico como medida preventiva. Yo, feliz por el jarabe. Me parece un buen programa para el fin de semana largo: un buen jarabe, porro y televisión.
5/7. Domingo. Un par de semanas después, la gripe A H1N1 ya fue declarada pandémica y el país está en emergencia sanitaria. A pesar de las recomendaciones por parte de las autoridades de no asistir ni abrir lugares de concurrencia masiva, las discos, bares y clubes gays enviaron mails para anunciar el cronograma de actividades. Por mi parte, completamente recuperado de la gripe, decido ir a ver qué pasa en Contramano. La concurrencia es normal y la gente se saluda como siempre, a los besos. Así somos. Adherimos a varias de las medidas preventivas anunciadas que ya forman parte del folklore urbano, nos lavamos las manos con frecuencia, andamos con nuestra botellita de alcohol en gel (y algunos agregan al kit una crema hidratante porque el alcohol daña la piel), pero no podemos evitar nuestro saludo argentino, como si en realidad no creyéramos tanto en la gravedad de la pandemia. Es comprensible: la información en los medios es poco clara y a veces contradictoria. Los primeros casos se dieron en escolares de colegios privados, y ahora dicen que los principales grupos de riesgo son los jóvenes de entre 20 y 45 años, además de los hiperobesos. En años anteriores los índices de mortalidad por la gripe estacional eran iguales o mayores a los de este año por la gripe porcina, pero nunca antes se había declarado la emergencia sanitaria. No faltan las teorías conspirativas: unos dicen que la gripe es una cortina de humo para tapar otras cosas, como por ejemplo la crisis global; otros, que es el resultado de la ambición sin escrúpulos de los empresarios de la industria farmacéutica.
6/7. Lunes. Mi amigo Master M cumple años y decidió celebrarlo en el club leather que funciona en un sector privado del cine porno ABC. No hay nadie excepto nosotros; en el cine, en cambio, hay unas 20 personas. Suena lógico. En el club leather somos más chanchitos, el intercambio de fluidos es mayor, y son pocos los que se contentan con sólo la práctica del spanking o los latigazos, sin riesgo de contagio. M trajo una riquísima torta preparada por él y dos botellas de champán. Terminamos brindando en la barra M y yo, con D, el encargado, y su novia A. D nos prestó las copas que desinfectó con lavandina antes del brindis. Un rato después, antes de bajar a inspeccionar el cuarto oscuro, afino el oído para asegurarme de que no se oigan toses.
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