¡UFA!
› Por Liliana Viola
La humanidad es así, apegada al error. Por ejemplo, se tomó sus buenos siglos para convencerse de que la Tierra no era plana. A pesar de las convicciones de Heráclito, Platón, Aristóteles y Alejandro Magno, entre otros, no fue hasta Copérnico y luego Galileo que la ciencia, el sentido común y los mapas se alinearon al nuevo paradigma. Protestando, pero lo hicieron. Curiosamente, la afirmación científica de que la homosexualidad no es un trastorno mental ni consecuencia de un rito iniciático ni de una mamá cariñosa, viene corriendo peor suerte que la de la redondez de la Tierra.
La mayoría de los psicólogos del siglo XIX y algunos del XX la consideraban una enfermedad. Figuraba en los manuales de psiquiatría donde se consignaban posibles causas y respectivas curaciones. Pero las investigaciones que siguieron se encargaron de desmentir estas ideas que en realidad estaban postulando a la heterosexualidad como Tierra plana de la normalidad. Tanto es así que en 1973 la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) eliminó la homosexualidad del Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales y urgió a rechazar toda legislación discriminatoria contra gays y lesbianas. La Organización Mundial de la Salud se tomó su tiempo para reaccionar pero finalmente en 1990 retiró a la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Aun así, muchos terapeutas continúan ofreciendo métodos curativos, y en muchos estrados, por ejemplo, los peritos siguen considerando al abuso sexual como fuente de conversión, de contagio, de caída. El abuso no es suficientemente execrable por el abuso en sí sino que se agrava por una consecuencia macabra: el niño se vuelve homosexual.
Durante esta semana, la causa por la muerte de Juan Castro volvió a ser noticia gracias a que Rubén Lescano, su ex psiquiatra —procesado por homicidio culposo— aseguró que el periodista había sido abusado sexualmente por su padre cuando era chico. El abuso habría determinado su homosexualidad, su homosexualidad habría determinado su adicción a la cocaína y su adicción a la cocaína habría determinado su lanzamiento mortal desde el balcón. Por lo tanto, el padre no estaría calificado como para iniciar ninguna querella, confirma su abogado, Ricardo Huñis. ¡Pobres los hijos homosexuales de un padre perverso, ya que ni siquiera tendrán derecho a que se inicie querella por su muerte!
La acusación, por si fuera poco, se asienta en declaraciones de cuatro testigos, entre ellos, médicos y psiquiatras, y fotografías en las que Hugo Atanor Castro “besaba en la boca a su hijo Juan”. Sin palabras. No. Con más palabras, los medios transmiten la piedra del escándalo sin cuestionar en ningún momento el nexo entre una infancia abusada y una orientación sexual.
Porque si hay relación, cabe preguntarse: si detrás de un homosexual hay un padre violador, ¿ese padre es heterosexual u homosexual? ¿Será el eslabón violado en una larga cadena de abusos? ¿Será la heterosexualidad una impostura que se purga con descargas ominosas cada dos o tres generaciones? Juan Castro, pobrecito, parece desprenderse de todo esto, era un caso perdido desde el vamos: según el abogado, “en las audiencias indagatorias, Lescano contó que Juan había descubierto que su sexualidad no había sido una elección libre, ni de azar ni genética, sino producto de que había sido víctima de abuso sexual por parte de su padre, en los primeros años de su vida y en forma regular”. ¿Y a Lescano no se le ocurrió en ningún momento sacar a su paciente de su error?
Por lo visto, retirar la palabra de las nomenclaturas no es acción suficiente, señores y señoras de la ciencia. Tal vez ya es hora de que los profesionales responsables de que el malentendido reaparezca en audiencias, consultorios, programas de chismes y casas de familia, salgan a aclarar las cosas. Hora de repartir globos terráqueos en las escuelas, para que ningún chico o chica piense que si sigue caminando mucho, se va a caer del mapa.
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