PD
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Pienso en el caso del chico de 18 años quien, no soportando más la homofobia hogareña, decidió matar en mayo pasado a su mamá y a su hermano. Pienso en historias similares de soportada o sufrida intolerancia que no llegan a la prensa, pero que cruzan el día a día de tantos(/as/xs/@s). Pienso en cotidianidades y en pasos obligados por la escuela. Pienso en el papel de la educación y, en particular, en el de la educación sexual y en los “progres” que la hicieron ley desde 2006. Y ése es apenas un puntapié para ponerme a pensar nuevas posibilidades...
Pienso en una escuela y una educación sexual que no se espantan ante la sexualidad de chicos, chicas, chicxs, chic@s... Pienso en una escuela y una educación sexual en las que el “respeto por las diferencias” no es un eufemismo para una tolerancia condescendiente, pacata y políticamente correcta. Pienso en una educación sexual donde la curiosidad encuentra sus respuestas sin necesidad de pasar por burlas, reprensiones o vergüenzas. Pienso en una educación sexual que no se enfoca simplemente en la triple “amenaza” del embarazo adolescente, la iniciación sexual “precoz” y el peligro del abuso sexual. Pienso en una escuela y una educación sexual en las que la homofobia —en sus múltiples variantes— es parte de las reflexiones y contenidos obligatorios a trabajar y no parte de las complicaciones cotidianas a pilotear o disimular. Pienso en una educación sexual en la que el riesgo del abuso no es la única forma de hablar de sexualidad infantil. Pienso en una educación sexual que no se obsesiona por la enseñanza del aparato reproductor, las diferencias anatomo-biológicas entre niños y niñas y el ciclo menstrual. Pienso en una educación sexual en la que la enseñanza de los órganos sexuales no es la mera enseñanza de los órganos “reproductivos”. Pienso en una educación sexual en la que el placer es una de las dimensiones más importantes de los contenidos a enseñar. Pienso en una educación sexual en la que la Iglesia Católica no mete la cola; en la que deja de imponer la “espiritualidad” y el rol subsidiario del Estado como ejes necesarios; en la que no solamente el matrimonio entre varón y mujer y la castidad constituyen los ejercicios correctos de la sexualidad. Pienso en una escuela y una educación sexual críticas de su contradictoria excitación por enseñar en clase métodos anticonceptivos y la simultánea escandalización por el simple asomo de prácticas, deseos e identidades “raras” o “desviadas”, y su envío forzado al ámbito “privado” o al tratamiento psicopatologizado. Pienso en una escuela en la que las travestis son reconocidas como tales, aprenden y se gradúan, sin que ello constituya excepción alguna. Pienso en una escuela en la que la “señorita maestra” es primeramente una mujer (construcción mediante) o, en todo caso, es una lesbiana (Monique Wittig dixit), con deseos sexuales incluidos. Pienso en una escuela en la que el “profe” gay/bi/puto/homosexual (o sospechado de tal) no carga gratuitamente con la irremediable cruz de pedófilo y/o pervertido. Pienso en “reuniones de padres” en las que las dos madres o dos padres de un(/a/x/@) mismo(/a/x/@) alumno(/a/x/@) no generan murmullos ni penas...
Pienso, pienso... Se trata, por ahora, de eso: un ejercicio de pensamiento en voz alta. Quizá debiera convertirse en un ejercicio político de exigencia...
Gracias, Soy, por el espacio para seguir pensando.
Germán S. M. Torres
DNI 30.551.723
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