A LA VISTA
“Se respira el mismo clima pesado de la víspera del nazifascismo, cuando los gays eran atacados, insultados y golpeados por escuadrones; urge una movilización para rechazar este clima de violencia”, dijo la ex diputada transgénero Vladimir Luxuria después de que una bomba incendiaria estallara el viernes pasado dentro de la discoteca Qube, el lugar de reunión más importante de la comunidad lésbica, gay y trans de la capital italiana. Sucedió después de una seguidilla de agresiones a parejas gays, tanto en Roma como en Nápoles y Rímini. Sucedió después de que el gobierno de Berlusconi viera impasible cómo el anuncio de políticas más duras contra las comunidades gitanas deviniera en una sucesión de agresiones hacia familias enteras de rumanos que vieron sin poder más que poner el grito en el cielo cómo se quemaban sus viviendas. Sucedió también después de que se aprobara por ley convertir a la inmigración ilegal en delito y a quienes llegan a Italia en busca de un destino distinto en delincuentes que pueden ser denunciados, apresados o expulsados por patrullas de vecinos de rancia sangre italiana, registrados correctamente por los gobiernos locales como apoyo logístico de fuerzas de represión más convencionales. Este vía libre que dio el gobierno a quienes ven en el otro al enemigo se toma al pie de la letra. Otro, otra, otrxs, la amenaza viene de afuera, la amenaza es la propuesta que desvía la tranquilidad de lo conocido, lo supuestamente normal, lo aprobado por las autoridades blancas y católicas, aun cuando estas autoridades puedan darse el lujo de orgías protegidas por murallones de dinero. Como un juego de dominó, un hecho empuja al otro; como un hilo de pólvora, la violencia se enciende; el miedo a la peste se contagia, aunque la peste sea el odio y su larva haya prendido protegida por la ley. Las metáforas son conocidas y todas son aplicables, aunque ninguna describa tan bien como describen los hechos: el incendio a la discoteca, dicen las crónicas, es la respuesta al procesamiento y detención de quien una semana antes había apuñalado a una pareja de homosexuales. Los mensajes que se emiten desde el poder no son inocentes y aun cuando la definición del “otro” tenga una descripción precisa en este momento, ¿es posible evitar que esa definición se adecue a las fantasías y los miedos que vienen anidando como el germen de la peste? La apelación al clima previo al nazifascismo no es gratuita, ni se aprovecha de los recordatorios por los 70 años de la Segunda Guerra Mundial. Más bien parece ser fruto de una memoria colectiva que hace sonar su alarma, apelando a lecciones no del todo aprendidas. Y si no, pregúntenles a los gitanos.
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