En sus llamados Diarios secretos, gran parte de ellos escritos en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial, Ludwig Wittgenstein anotaba meticulosamente los días en que se encontraba muy sensual y los que cedía a los placeres de la masturbación. Probablemente esas anotaciones dan cuenta de que una de las maneras de resistencia que encontró el filósofo hayan sido las ensoñaciones eróticas, pensando en sus camaradas vestidos de soldados a los cuales deseaba. En esos términos solía recordar el historiador francés Georges Dumezil sus experiencias como soldado durante la guerra del ’14. Cuando hacía alusión a aquellos años, se refería a la libertad a que daban lugar las situaciones extremas y a las “ruidosas fiestas de nuestros veinte años”, la época en que los hombres vivían totalmente juntos durante meses y años, unos sobre otros, y a los cuales la cercanía de la muerte envolvía en necesarios juegos afectivos y fraternidades corporales. No se trataba, como analizó alguna vez Michel Foucault, de que estuvieran enamorados; no estrictamente de homosexualidad sino de una trama afectiva que se expresaría en la necesidad de salvar al amigo, mostrar valor y honor frente a él como una de las posibilidades de supervivencia.” Ningún analista de cualquier guerra debiera pasar por alto este contenido homoerótico como resistencia emocional.
Ahora. si la Primera Guerra Mundial dejó sus testimonios para la historia de la homosexualidad, el mundo de entreguerras, los llamados “años locos”, cuentan con un documento fundamental en los relatos testimoniales del poeta Stephen Spender; del poeta gay Auden y del escritor Christopher Isherwood, quien aceptaría definitivamente su homosexualidad en aquellos años.
En el período de entreguerras, durante la República de Weimar, en el contexto de la humillación y la hiperinflación, Berlín se transformó en la metáfora del paraíso homosexual. La verdadera especialidad de la ciudad eran los clubes y burdeles de homosexuales, masculinos y femeninos, los muchachitos rubios de clase obrera a cambio de unos pocos marcos y, en particular, todo lo que representara perversión y decadencia para la sociedad occidental.
“Berlín es el sueño de todo sodomita”, escribiría Auden. “Hay ciento setenta burdeles para hombres bajo el control de la policía.” El mismo Auden bromeaba sobre el hecho de que sufría una fisura rectal –de la que tuvo que ser intervenido quirúrgicamente–, excavada en las trincheras homosexuales de Berlín. En poemas y obras teatrales posteriores, solía referirse a ella como “la herida”.
“Berlín significaba chicos”, diría a su tiempo Christopher Isherwood, rememorando los “años locos”. El novelista británico eligió la ciudad para confirmar su identidad sexual y encontrar un compañero al cual amar, un rubio y musculoso alemán que vengara en su cuerpo las derrotas de la Primera Guerra. Isherwood contribuiría a crear el mito de Berlín de los años ’20 en sus crónicas Adiós a Berlín, que fueron la base de la comedia musical Cabaret.
Por su parte, el poeta inglés Stephen Auden, en crónicas tales como El templo y Un mundo dentro del mundo, recuerda sus fiestas y aventuras eróticas juveniles con sus bronceados amigos alemanes y los ritos de culto en torno al cuerpo desnudo y al sol.
“Miles de personas iban a bañarse y a nadar al aire libre, o se tendían en las riberas de los ríos y los lagos casi desnudas, y a veces desnudas del todo, y aquellos chicos que ya había alcanzado el color caoba oscuro caminaban entre los que aún estaban pálidos como reyes entre sus cortesanos.”
Spender intenta analizar la necesidad en los años ’20 de vivir al día por tener, tal vez, demasiado presentes los horrores de la guerra y la inminencia de la brevedad de la vida: “Quizá después de la guerra y los años de hambre necesitemos nadar, echarnos al sol y hacer el amor para recargar nuestras vidas como si fueran baterías. Queremos que nuestras vidas ocupen el lugar de los cadáveres... Pero, ¿cómo acabará todo esto? No lo sé. Tal vez ocurra algo maravilloso... La comprensión de los valores de la vida... Nada que no sea la vida, vivir por vivir, un mundo nuevo no materialista, como la nueva arquitectura... O tal vez todo lo contrario, tal vez algo terrible, monstruoso: el final”.
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