Viernes, 29 de junio de 2012 | Hoy
Yamil y Andrea “Ser lesbiana, vaya y pase. Pero las dos cosas, no se tolera.”
Por María Maratea
Yamil y Andrea hace muy poco descubrieron que las dos tienen nombre de hombre: tienen 49 y 36 años y hace dos y medio que se enamoraron. Se conocieron “dos años antes de conocerse”, según cuenta Yamil, en el café donde Andrea es camarera. Yamil era habitué, dice Andrea, “siempre iba y siempre me llamó la atención su estilo raro. Me parecía enigmática”. Cuenta que uno va conociendo a los clientes y más o menos va sabiendo algo de ellos. Pero no sabía si Yamil vivía en la isla, ahí, en el Tigre, donde ahora conviven. Sí sabía que tenía una vida que le despertaba curiosidad. Sería tal vez por ese estilo mexicano que aún se nota en Yamil al hablar, que le quedó después de vivir diez años en el país azteca. Andrea hasta los 28 siempre salió con hombres pero nunca en una relación comprometida. “Cuando era chica tuve historias con chicas pero nada importante. Ya de más grande encarar una relación con una mujer me daba miedo. Y la primera vez que tuve una relación importante, como para ella también era la primera vez, me relajé. Yo había estado enganchada con hombres. Pero era otra historia, era una energía diferente. Con una mujer hay más compañerismo. Por ahí me gusta alguno y hasta puedo pensar que está bueno para la cama. Con Yami decimos mirá qué lindo ése, y hasta podríamos llegar a acostarnos con uno las dos. Puede ser divertido, es sólo sexo.
Yamil: Yo andaba mucho con chicos cuando era chica, ya era muy sexual. No es que tuviera sexo pero era muy noviera. A los 13 años me di cuenta de que me podían gustar las mujeres cuando me enamoré de la señorita Olga. Pero después me di cuenta de que también había estado enamorada de la señorita de cuarto, y de la de séptimo también. Con Olga era clarísimo que quería tener sexo con ella. Y ella también. Pero nunca llegamos a eso. Yo no había tenido sexo con nadie todavía. Paseábamos en el Renault 12 escuchando a Julio Iglesias ¡en magazine! Ella me pasaba a buscar, íbamos a dar vueltas. Yo lo odiaba a Julio Iglesias pero me gustaba ella, y era tan fea, tan fea era la señorita Olga. Ahora que me acuerdo digo cómo me pudo haber gustado. Me sedujo que fuera lesbiana. A los catorce salí con un chico pero no llegábamos a la penetración, éramos los dos chiquitos. A los quince debuté con uno más grande. Me encantó, fue sexo, clarísimo. Al toque, unos meses después debuté con una mujer en mi pueblo, en Rojas, y me enamoré. Después, fueron años y años de andar sólo con hombres, yo no sabía dónde se conseguían las mujeres. Después tuve muchísimas parejas mujeres. Acostarme con tipos sí, pero era sólo sexo y cuando pintaba no porque me daba de salir a buscarlos. Con los hombres soy amiguísima, siempre ando con un amigo. Me mudo y enseguida consigo un amigo con el cual me las arreglo para trabajar juntos o hacer algo. Ahora es Mario. Eso debe ser porque me crié con mi hermano, que me quedó esa cosa de andar siempre con un varón.
Andrea: Yo siempre había estado con tipos porque me gustaban los tipos y la pasaba bien pero nunca me involucraba. Por ahí tenía uno fijo durante meses, y lo veía cuando yo quería, pero nunca compromiso afectivo.
Yamil: Me enamoro de una mujer, no de un hombre. Así como hay otras que pueden salir con mujeres pero se enamoran de hombres. Ese es un modo de sexualidad. Para mí hay seis mil millones de modos de sexualidad. Ahora, si la homosexualidad se convierte en la misma rigidez que la heterosexualidad, es un paso muy cortito de avance.
Yamil: Acá todavía hay bastante prejuicio con la bisexualidad. No se entiende bien. Yo tengo una amiga que me dice. “No tengo ningún problema, yo puedo aceptar que seas lesbiana, ¡pero las dos cosas no!” Hay un tipo de lesbiana que no tolera la penetración, que siente que es una traición. Yo viví diez años en México, en Guajaca, que es una belleza, y en el DF. Había un grupo allí, una ONG donde hacían peñas y pasaban videos experimentales. Llegó la historia de una minita muy femenina que estaba con otra que se comportaba toda machito, vestida como hombre. En un momento ésta se abre el pantalón y tiene una pija de plástico de este tamaño. Hubo un sector de las que estábamos viendo el video que se pusieron furiosas, como perras, en un rincón diciendo “eso no es ser lesbiana, eso es una traición” entonces todas las “traidoras” empezamos a mirarnos y una me dice: pero yo tengo una traición chiquita... Parecía que tener un dildo era una traición a la identidad lesbiana. Yo he escuchado lesbianas que dicen “para eso me cojo un tipo”. Pero nada que ver. ¡No es lo mismo!
Yamil: Yo no me imagino lo que es celar a un hombre. Tener miedo de que el hombre con el que esté ande con otra mujer no me importa en lo más mínimo. Pero de la mujer sí. Soy celosa. Y creo que me da celos que ella se vaya con una mujer y no con un hombre. No es porque me dé más seguridad, para nada. Porque si vos estás en serio en una relación con una mujer es que a ella le pasa lo mismo, en cambio con un hombre para mí es sólo un juego. Además, aquí hay otra cosa que cambió: hoy no saldría con un tipo, ni con otra mina, porque soy fiel aunque nunca fui fiel. Hoy no me nace, no tengo ganas de intimar con nadie más que con ella. Y no creo que le puedas prometer a alguien que vas a ser fiel, no me parece algo de lo que haya que hablar siquiera, es una aberración hablar de eso. Yo fui infiel y cuando me fueron infieles con hombres, la misma mujer ya me había sido infiel con una mujer y creo que yo ya estaba insensibilizada. Pero con el hombre no me molestó tanto. Con otra mujer me moría. Y no la corté, no terminó una relación por eso.
Yamil: Mirá. Yo cuando era chica me sentía cómoda vestida de varón y no de mujer, pero estaba la competencia furiosa de mi hermana, entonces para mí fue más fácil ser gay que buscarme un hombre. No me fue fácil con una hermana como la que yo tuve. Me dije: me hago gay y listo. El vestirse de hombre, hace unos años, era una forma de llamar la atención para que te vean, porque no se hablaba del tema. Es una forma de pedirle perdón a la sociedad.
“La bisexualidad se suele ligar a lo fiestero, para mí es al contrario, es que uno tiene libertad de elegir.” Julio comienza la conversación así, defendiéndose y atacando con un orgullo: la libertad que ostenta la persona bisexual frente al resto de los que se imponen límites, al menos ese límite en el objeto de deseo. Julio tiene 37 años, es actor y director y trabaja en el Archivo Nacional de la Memoria, en la ex ESMA, como diseñador gráfico. Militante político en la agrupación La Dorrego de San Telmo, vive en una casa muy luminosa en Núñez, con techos de vidrio, terraza, dos gatas y su amor, y si bien emplea en esta charla la palabra bisexual para describirse, se siente reacio a identificarse con esa u otra categoría.
–A uno le pasa algo con el otro, a nivel piel, a nivel químico, físico. Un amigo, una amiga, quien fuere, alguien por el que vos sentís una atracción. Existe una fuerza, una energía de conexión con el otro, que generalmente es la que elegís y la tiene seguro tu pareja, en esto da igual si es hombre o es mujer.
–En mi caso tiene que ver con la atracción. No es que dije: bueno, a partir de ahora soy homosexual, bisexual o heterosexual. A mí siempre me gustaron los chicos y las chicas. Hay millones de motivos del porqué. Yo creo que hay un factor que va desde lo físico, que tiene que ver con la piel, que va más allá de la etiqueta sexual, es algo que nos pasa a todos y nos puede pasar con cualquiera.
–¿Me tengo que definir? Hoy tendría que decir que soy homosexual porque elegí a un hombre para vivir, y también podría decir soy bisexual porque me calientan las minas. Pero tengo que decir que soy yo. Soy. En un momento dejé de definirme a través de mi sexualidad. Toda la gente con la que me relaciono sabe que tengo una pareja hombre y que soy feliz. La gente de la calle son extras, es decorado. Imaginate que a mí me echaron a los 17 de mi casa, por un ataque de concha de mi viejo; después me echaron a los 19. Muchos años después, me enteré por alguien que justo conocía a una vecina del barrio donde yo vivía, que me habían echado de mi casa por puto. A mí me habían dicho que era porque no me importaba lo que pasaba en la casa.
–Uno se enamora de uno mismo, de su sexualidad. Por eso digo que cada uno debe ser responsable en todos los ámbitos de la vida. En el social, de pareja, en el trabajo, la intimidad, la sexualidad, la profesión, que son como partecitas de un elefante que somos nosotros. Si yo voy a construir mi elefante de acuerdo a mi sexualidad, tengo un elefante así de chiquitito, porque la sexualidad es sólo una parte. Encerrarse en la sexualidad para definirse, para mí, tiene que ver con una pobreza de espíritu.
Es estar a merced de la fantasía del otro, uno se encapsula y acepta la fantasía social: el puto no puede negarle el culo a nadie, la lesbiana tiene que ser marimacho, el macho tiene que ser un semental que tiene que ponerla donde pueda. El tipo que se mata por ser macho está atado a su sexualidad tanto como el que se mata por ser puto.
–Cuando no me conocía como hoy tuve un período de agarrarme de lo que podía para definirme, usaba ropa gay, comía comida gay, necesitaba pertenecer. Hoy no, me doy cuenta de que esos modelos están naturalizados. Ese es el trabajo que hay que hacer: hay que desnaturalizar.
–Es lo mismo que me compares el dulce de leche con la crema. Me gustan los dos y tienen diferentes gustos, diferentes texturas, particularidades. Una cosa no reemplaza a la otra. De la mujer me gusta el cuerpo, es más estético, me calienta. Me encanta el hombre peludo, la mujer tetona, femenina, pero que sea masculina en lo independiente.
–Claro que existen diferencias entre el hombre y la mujer... Yo, para convivir, me siento más cómodo con un hombre. Hay cosas que son más claras, sobre todo para el peso que significa socialmente ser el hombre en la relación. Muchas minas que conocí diferenciaban eso. Yo quiero algo más igualitario. Por ejemplo, conocí mujeres que, sabiendo mi historial, porque nunca mentí, eran rompebolas, era mayor su fantasía que mi realidad.
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