Vie 19.04.2013
soy

La tercera posición

› Por Elian Faiman

Viajé lúdicamente por algunas coberturas que se hicieron sobre la noticia y descubrí que algunos medios han entendido que se trataba, ni más ni menos, que de una “tercera posición”. Elocuente lectura para filosofar por estos pagos, en los que por primera vez un gobierno ha entendido las necesidades del colectivo trans*. Así, por ejemplo, ha transformado en ley derechos tan básicos como históricamente vulnerados, como el que garantiza la Ley de Identidad de Género (ley que, por otro lado, es tan progresista como inédita, justamente, por haber sido elaborada, presentada y ¡militada! por la misma comunidad). De aquí es fácil saltar a la reflexión sobre la importancia de contar con políticas públicas que hagan posible que medidas como ésta resulten exitosas. A nadie le serviría demasiado poder decir, poniendo como ejemplo una traducción regional, “les chiques no fueron a trabajar porque tuvieron que ir a la guardia del hospital”, si no hubiera trabajo para nosotres, ni nosotros, ni nosotras, ni acceso a la salud, ni reglamentación de la Ley de Identidad en materia de salud, para todos, todas, todes, todys y tod*s. Como vemos, hay diferentes formas y lugares desde donde (y donde) se puede pelear por la inclusión o –para decirlo de otro modo– en la garantía del acceso al pleno cumplimiento de los derechos humanos. Todas son válidas, útiles y no excluyentes.

El vocablo en cuestión tiene la particularidad de volver lingüísticamente posible este constante evitar caer en la dictadura del género binario. Si alguien no se identifica con el femenino o el masculino, tendré la oportunidad de reconocerle y no violentarle al utilizar la forma pronominal que establece mi lengua (bueh, la sueca, en este caso). Tiene también la ventaja de no caer en la violencia simbólica de nombrar a un grupo heterogéneo, aunque sus miembros y miembras se identifiquen en masculino y femenino, de imponer la generización (aun usando la regla de “mayoría”, que dice más o menos que si hay mayoría femenina, entonces vale tratar “a todas en femenino”). Y resalto esto: tiene la ventaja de no imponerle el género a nadie, conforme al derecho que tenemos como human*s de que sea respetado nuestro género autopercibido.

Son muchas las opciones de incluirnos, de nombrarnos, de dar cuenta de la diversidad. Así como es cierto que nosotr*s, las personas que cabemos en el amplio abanico denominado trans*, ya existíamos antes de la promulgación de la Ley de Identidad, lo es también que esta ley nos acerca un pasito a que nuestros derechos sean garantizados y que alternativas como la del pronombre vienen siendo utilizados por la comunidad sin reconocimiento oficial. ¡Bienvenida sea la transformación de la lengua! ¡Bienvenides todes! ¡Y bienvenidas sean las lenguas! Aunque no sé si me va a resultar fácil aprender sueco, me tienta el desafío.

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