Obras prohibidas por representar besos raros en diversas iglesias de Roma
› Por Adrián Melo
“La gente puede tolerar a dos homosexuales a los que se ve irse juntos, pero si al día siguiente están sonrientes, cogidos de la mano y abrazándose tiernamente, esto no tiene perdón. No es la salida por placer la que resulta intolerable sino el despertarse felices.”
Quizás estas palabras de Michel Foucault resulten iluminadoras respecto de la reticencia de la moral occidental y cristiana a mostrar imágenes que revelen que dos hombres, dos mujeres, travestis o intersexuales son capaces de intimidad y dulzura.
En este sentido hay una coherencia. Las Salas del Vaticano están plenas de escenas sensuales que erotizarían la sensibilidad de cualquier aficionado a la pornografía soft y fomentan la fantasías más sórdidas. Las pinturas de San Sebastián, con sus brazos musculosos y sus axilas al descubierto a la manera de un taxi boy sufriente y en éxtasis avivaron los sentimientos morbosos de generaciones (sin ir más lejos, el San Sebastián de Guido Renni está asociado al despertar sexual y a la primera masturbación del escritor Yukio Mishima); el desnudo, la sangre y el goce de los hombres puebla el arte de Caravaggio, San Juan Bautista luce tan sensual en el arte cristiano incluso en los brazos de Salomé que inspiró la escritura de Oscar Wilde, y ni hablar de los bellísimos Jesucristos que hicieron las delicias eróticas de tanta mente perversa y sadomasoquista.
Sin embargo, el mismo Vaticano acaba de censurar dieciséis imágenes de fotografías de homosexuales besándose frente al altar de diferentes iglesias y templos de la ciudad de Roma. Tras las advertencias de la Iglesia Católica, las imágenes expuestas en Galería La Opera en Roma fueron cubiertas por un velo negro. El artista español Gonzalo Orquín, artífice de las obras de arte, expresó que quiso reflejar un beso frente a Dios.
Tal como ocurre con el mundo publicitario, las escenas amorosas entre gays, lesbianas o travestis se reducen a la hipersexualidad y a la sordidez. Los gays sólo se muestran en las propagandas a punto de tener sexo o una orgía, y las mujeres sólo en escenas lésbicas para la contemplación del hombre o con el hombre como intermediario. En este sentido, el lanzamiento del último producto de Coca-Cola resulta anacrónico y ya ridículo, mostrando besos exclusivamente entre parejas heterosexuales. Pareciera que un beso, un beso afectivo que pone en tela de juicio el paradigma de la dominación masculina o que presenta un amor profundo distinto del heteronormativo, siempre resultó más subversivo que el acto sexual incluso en la literatura, las artes plásticas y ni hablar de los universos cinematográficos y televisivos. Sólo basta recordar las repercusiones mediáticas del tímido “pico” de Gerardo Romano y Rodolfo Ranni en Zona de riesgo allá por los ’90, las “escandalosas” imágenes de la portada del disco Mujer contra mujer de Celeste Carballo y Sandra Mihanovich que tan sólo insinuaban un beso, o la botella que se interpone en el beso entre los amantes interpretados por Mario Pasik y Arturo Bonín en la película Otra historia de amor (Ortiz de Zárate, 1986).
En todo caso, la relación entre beso homosexual e Iglesia Católica ha sido siempre conflictiva. Sin ir más lejos, en el último agosto se pretendió dar también poca repercusión al beso colectivo organizado por gays, lesbianas, travestis e intersexuales en Río de Janeiro, San Pablo y otras ciudades brasileñas en protesta por la visita del Papa.
Me extraña sobremanera esta regresión oscura al mundo ultramontano y esta imposibilidad de celebrar el beso, cuando todos sabemos que el papa Francisco, siempre afín a los sectores y a la cultura populares, seguramente no fue ajeno al repetido slogan de Roberto Galán, “Hay que besarse más”, o a la bella canción de Divididos: “Besame, besame, besame, da la vuelta y besame”.
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